El Cuchenials no se acostumbra a muchas cosas y por eso sigue pensando que no se equivocan quienes dicen que “todo tiempo pasado fue mejor” y se ampara en sus añoranzas. Pero en estos días premundialistas se ha reencontrado con sus raíces y ha logrado viajar al ayer, reconfirmando que el deporte tiene una magia inexplicable y que, al parecer, es el único capaz de unirnos a los colombianos y alejarnos de las polarizaciones.
Ver en las esquinas a un buen número de personas, sin importar la edad ni la condición social, cambiando las “monitas” de sus ídolos que nos harán vibrar de emoción en el Mundial de Rusia, me permite transportarme a mis épocas de barrio, en las que viví los mejores momentos de mi existencia.
Porque hoy, pese a estar conectado con el mundo gracias a la tecnología y de contar con supuestos “amigos” en mis redes sociales, que dictan que ya son más de 1.600 en Facebook, cerca de 500 en Instagram y algo más de 200 en Twitter, a la que no me he podido adaptar por la limitación de caracteres, me siento más solo que nunca, pues son solo cifras y las mismas no representan una relación cierta y verdadera, sino el encuentro casual en estos sitios de moda en los que nos obligan a estar para no desparecer.
El mundo ha cambiado y eso hay que aceptarlo, pero infortunadamente esa manera de interactuar con los demás nos está llevando a enfrascarnos en un mundo irreal, que nos aleja del contacto personal con los demás. Ya no hablamos ni ponemos en práctica el buen uso del verbo con el sustantivo y las conversaciones, si se les puede llamar así, las hemos llevado al plano de los mensajes por WhatsApp y los emoticones, creyendo que al estar conectados por esta vía resulta suficiente para mantener el vínculo con las mal llamadas “amistades”.
Se han perdido muchas cosas sencillas pero significativas, que tenían gran valía en nuestros tiempos de barriada. Porque ya ni siquiera tenemos contacto con los vecinos y el mismo se resume a simples “buenos días, buenas tardes o buenas noches” cuando nos encontramos en los ascensores o parqueaderos. Pedir regalado un limón, una pizca de sal o una cebolla de emergencia ya no es posible, porque al hacerlo somos vistos como personajes raros o venidos de otro planeta.
Por eso el Cuchenials celebra con alborozo y aplaude la llegada de la fiebre “Panini”, que debería contagiarnos y trasladarse a otras esferas, rescatando prácticas que se han perdido por causa del irreal mundo virtual.