El cerebro puede sufrir lesiones o cambios irreversibles en su estructura y funcionamiento por causa de varias formas de malnutrición.
La situación de hambruna de los niños de La Guajira, y de aquellos que son víctimas de una alimentación inadecuada debido a las irregularidades en la contratación de los programas de alimentación escolar, conlleva consecuencias definitivas para ellos, desde el punto de vista del cerebro y su funcionamiento. La situación de hambruna de los niños de La Guajira, y de aquellos que son víctimas de una alimentación inadecuad
El desarrollo cerebral inicia durante la gestación y se perpetúa hasta alrededor de los 23 años. Su evolución óptima depende de que reciba los nutrientes adecuados y se encuentre en un ambiente estimulante desde la perspectiva cognitiva y emocional.
El sistema nervioso central aparece al comienzo de la tercera semana del desarrollo embrionario y el cerebro al principio de la quinta. El cerebro es el órgano que más rápidamente crece durante la vida intrauterina y cualquier alteración bioquímica, provocada por desnutrición de la madre gestante (o por infección viral o desequilibrio materno-fetal) puede causarle un trastorno.
Los niños con desnutrición grave durante el primer año de vida presentan un diámetro craneal menor, el cerebro detiene su crecimiento, pierde volumen y se atrofia (porque las neuronas no se están multiplicando, como sí lo harían en condiciones normales). A esta alteración estructural se suman trastornos bioquímicos, bioeléctricos, metabólicos y funcionales que terminan perjudicando la atención, memoria, raciocinio y pensamiento.
Es por ello que los niños desnutridos graves no pueden aprender y sus capacidades intelectuales se pierden.
Múltiples investigaciones indican que la mayor actividad del crecimiento y desarrollo cerebral sucede durante los primeros tres a cuatro años de vida en infantes normales, sin traumas familiares, sociales, sin hambre o enfermedades nutricionales.
De manera complementaria, un estudio de Saban Research Institute of Children’s Hospital, en Los Ángeles, y de la Columbia University Medical Center, en Nueva York, demostró que la pobreza afecta y disminuye el tamaño del cerebro de los niños y adolescentes, así como su desempeño cognitivo.
La falta de una buena alimentación impacta negativamente en el cerebro de manera temprana y genera adicionalmente, niveles más profundos de angustia, depresión y estrés, en comparación con cerebros bien nutridos.
La malnutrición en todas sus formas aumenta el riesgo de enfermedad y muerte prematura y afecta directa o indirectamente a diferentes sistemas del organismo humano, incluido el sistema nervioso central. En los niños, el desarrollo cerebral se ve perjudicado generando riesgo de parálisis, retardo mental y enfermedades mentales, entre otras.
Así las cosas, un niño desnutrido es dueño de un cerebro que se encuentra en peligro.
La experiencia de aguantar hambre produce dolor físico y emocional, pero lo más lacerante es que es posible que también el futuro del niño desnutrido esté comprometido porque carecerá de capacidades fisiológicas e intelectuales para salir adelante, para aprovechar oportunidades.
Estamos criando una generación de niños llenos de dolor y sin posibilidades. Estamos como colombianos favoreciendo un enorme desperdicio de potencial humano y perpetuando el círculo vicioso de pobreza y enfermedad.