El célebre británico Bertrand Russell (1872-1970) no solo fue un brillante matemático, se destacó también como un filósofo de primera línea y además fue ganador del Premio Nobel de Literatura en 1950, lo que ya son pergaminos suficientes para reconocerlo como uno de los grandes personajes del siglo XX. Russell fue un pacifista destacado durante la Segunda Guerra Mundial, lideró un movimiento pro desarme nuclear, se opuso al nazismo y al estalinismo, denunció los crímenes de la guerra de Vietnam; escribió sobre educación con especial agudeza y fue un crítico que se adelantó a su tiempo defendiendo la libertad de pensamiento e impulsando tendencias actuales en educación.
Lectores de todo el mundo, filósofos y educadores le conocen por sus ideas brillantes plasmadas en sus textos y sintetizadas en frases que se repiten en los medios a diario. Pero voy a referirme solamente a uno de sus grandes aportes a la matemática, contenidos en una sencilla, pero profunda paradoja. Se trata de la más célebre de las paradojas de la teoría de conjuntos y la lógica, que expondré a continuación.
Una paradoja, como sabemos, es una afirmación que en apariencia es verdadera, pero que lleva a una contradicción lógica y pone en duda su veracidad. El planteamiento de la Paradoja de Russell tuvo un impacto importante en la concepción de los fundamentos de las matemáticas asociados al logicismo.
La idea de esta paradoja surge ante la pregunta sobre la existencia de un conjunto de todos los conjuntos que no son miembros de sí mismos. Existen conjuntos que son elementos de sí mismos y otros que no lo son; así por ejemplo una caja que contiene a todas las cajas pertenece al conjunto de las cajas, mientras que el conjunto de todos los gatos no es, él mismo, un gato.
Pero nos encontramos frente a una situación paradójica al preguntarnos si existe el conjunto de todos los conjuntos que no son elementos de sí mismos. En efecto, si ese conjunto existe y no pertenece a sí mismo, entonces es de aquellos que, por no pertenecer a sí mismos debería pertenecer a sí mismo. Suena contradictorio ¿verdad? Pero esto es por ser el conjunto que tiene a todos los conjuntos que no son elementos de sí mismos. En conclusión: ese conjunto pertenece a sí mismo si y sólo no pertenece a sí mismo. En eso consiste la llamada Paradoja de Russell.
Para comprenderla mejor en términos informales, examinemos la versión que se ha formulado y difundido, conocida como “Paradoja del Barbero”. Según esta historia, en un pueblo solo hay un barbero y él debe afeitar a todos los habitantes de su pueblo que no se afeitan a sí mismos y únicamente a ellos, así que todos los que no se afeiten a sí mismos tienen que acudir al barbero. Ahora surge la pregunta de si el barbero se afeita o no a sí mismo. Si se afeita a sí mismo, no debe acudir al barbero, así que no se afeita a sí mismo. Y si no se afeita a sí mismo, debe acudir al barbero, con lo cual debe afeitase a sí mismo, porque él es el barbero. Entonces: el barbero se afeita a sí mismo si y solo si el barbero no se afeita a sí mismo. Por lo tanto ese barbero no podría existir.
La Paradoja de Russell fue descubierta por Ernst Zermelo en 1900, un poco antes que por Bertrand Russell, eso explica que también se le llame “Paradoja de Russell-Zermelo”; sin embargo, Russell la descubrió en forma independiente y sí le supo dar la importancia que tiene. Al principio le despertó sólo curiosidad, era un nuevo y divertido reto, pero después de un año seguía sin poder resolverla y comprendió que estaba frente a un problema muy grande, pues si la teoría de conjuntos era contradictoria, no se podía confiar en ninguna demostración matemática basada en ella.
Al comentarlo con su director de tesis en Cambridge, el profesor Alfred North Whitehead, éste dijo: “Nunca más habrá una alegre y confiada mañana”. Y al escribirle al matemático alemán Gottlob Frege, considerado uno de los padres de la lógica matemática, quien acababa de terminar de escribir el segundo volumen de su gran obra Grundgesetze der Arithmetik (Las leyes básicas de la aritmética), éste expresó: “Difícilmente puede haber algo más indeseable para un científico que ver el derrumbe de sus cimientos justamente cuando la obra está acabada”.
Tras un tremendo esfuerzo, Russell encontró una solución para su paradoja y posteriormente Hilbert, Zermelo y Fraenkel propusieron otras, pero el logicismo había quedado debilitado, pues los lógicos tendrían que limitar el alcance de la teoría de conjuntos en la que están basadas las matemáticas y aceptar que esos conjuntos que se contienen a sí mismos como elemento, no pueden existir. Luego vendría el axioma de elección, dando paso a otro fascinante tema. Y años más tarde Kurt Gödel daría un nuevo gran aporte a la lógica con el teorema de incompletitud.
Ilustración de @archimedestub, autor Urtzi Buijs Martín (@UrtziBuijs ):
Volviendo a Bertrand Russell, hay que decir que muchas de esas importantes ideas que ocuparon a los más destacados matemáticos a principios del siglo pasado, fueron desarrolladas durante una década de duro trabajo por Russell y su ex profesor Whitehead y fueron plasmadas en los tres volúmenes del libro Principia Mathematica, considerado uno de los trabajos en lógica más importante que se haya escrito desde los tiempos de Aristóteles.
Aun cuando las matemáticas han sufrido fuertes remezones, como el que le dio la Paradoja de Russell, siempre ha sido posible llevar a cabo una correcta restauración y realizar un reforzamiento oportuno. Hoy las matemáticas mantienen sus cimientos suficientemente sólidos para seguir soportando el peso de la ciencia.
@MantillaIgnacio