Se avecina la celebración de la Semana Santa, época propicia para repasar el origen de nuestro calendario y compartir algunos datos que vale la pena conocer.
Recordemos que fue Julio César quien modificó en el año 46 a. C. el calendario romano, fijando el año normal en 365 días y el año bisiesto, cada 4 años, en 366 días. Este calendario, conocido como Calendario Juliano también estableció el orden y duración de los meses tal como los conocemos hoy. Pero el año juliano era más largo que el año solar; es decir, necesitaba más tiempo para medir un año, así que en cientos de años sufriría retrasos considerables, ya que el año solar cogía una ventaja de un día por cada 128 años, aproximadamente.
El interés en adoptar una misma fecha para que todos los cristianos celebraran la Pascua el mismo día motivó un acuerdo en el Concilio Ecuménico de Nicea, convocado por el emperador romano Constantino I en el año 325. Si bien, en tiempos de Julio César el solsticio de invierno coincidía con la navidad, para el año del Concilio de Nicea ya habían transcurrido casi 400 años y los solsticios y equinoccios se habían retrasado tres días en el Calendario Juliano, por la razón señalada anteriormente. Fue este el motivo por el que, sin modificar el Calendario Juliano, se estableció ese año el 21 de marzo como la fecha del equinoccio de primavera y la del 21 de diciembre como la fecha del solsticio de invierno en el hemisferio norte.
En Nicea también se acordó que el domingo inmediatamente posterior al primer plenilunio de primavera sería el domingo de Pascua. Así que desde entonces se fijaron las fechas de todas las Semanas Santas futuras. En concreto esto implica que todos los Domingos de Resurrección tienen lugar en fechas que oscilan entre el 22 de marzo y el 25 de abril.
Para el año de 1582, es decir 1257 años después del Concilio de Nicea, el desfase en el Calendario Juliano era ya de aproximadamente 10 días y por eso el equinoccio de primavera tenía lugar el 11 de marzo. Fue entonces cuando el Papa Gregorio XIII decidió que era necesario mantener la fecha del equinoccio de primavera como se había fijado en Nicea, el 21 de marzo, y más bien corregir el error acumulado, introduciendo modificaciones al calendario para evitar que en el futuro se presentaran nuevos desfases.
El Papa Gregorio decidió entonces promulgar, el 24 de febrero de 1582, la reforma del calendario en la bula papal “Inter gravissimas”, eliminando 10 días del calendario, con lo cual el equinoccio de primavera, a partir del año siguiente, volvería a ser el 21 de marzo, tal como ocurrió en el año del Concilio de Nicea. Esta fue la razón por la que el día siguiente al jueves 4 de octubre de 1582 se contó como el viernes 15 de octubre y fue ese octubre un mes de solo 21 días.
Para evitar nuevos desfases con el año solar, el Papa agregó una regla al Calendario Juliano, implementando una modificación mediante la cual se estipuló que los años centenarios divisibles por 400 son bisiestos y que todos los demás centenarios son comunes; así por ejemplo 1600 y 2000 fueron bisiestos, pero 1800 y 1900 no lo fueron, a pesar de ser múltiplos de 4; ni lo será 2100.
Desde entonces esas reglas son las que nos rigen en el llamado Calendario Gregoriano vigente. Sin embargo aún persiste un desfase, pues aunque la duración media del año en el calendario juliano era de 365,25 días y en el gregoriano, con las modificaciones indicadas, es de 365,2425 días; es decir, 365 días, 5 horas, 49 minutos y 12 segundos, la cifra correcta es 365,242189; o sea que el año solar dura un poco menos: 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45,13 segundos. Por lo tanto nuestro calendario gregoriano se retrasa en promedio, cerca de 27 segundos cada año y tiene entonces un retraso de una hora cada 134 años aproximadamente.
El último ajuste aprobado para salvar esta diferencia aún existente, evitando mayores traumatismos, consiste en añadir, desde 1972, un segundo llamado “segundo intercalar” o bisiesto, a algunos años bien sea el 30 de junio o el 31 de diciembre; así por ejemplo el 30 de junio de 2015 fue un segundo más largo. El “segundo intercalar” se ha añadido en 27 ocasiones desde 1972, la última el 31 de diciembre de 2016.
No obstante, el pasado 18 de noviembre de 2022, la Oficina Internacional de Pesos y Medidas (BIPM, por sus siglas en francés Bureau International des Poids et Mesures), responsable de la norma internacional que fija los relojes en el mundo, informó una decisión histórica tomada por los 59 Estados participantes en la Conferencia General de Pesos y Medidas celebrada en París: hasta 2035, se seguirán añadiendo los “segundos intercalares” cuando sea necesario, pero a partir de 2035 se suspenderá esta adición. Una nueva medida que permita eliminar la diferencia entre el tiempo atómico y el astronómico se va a tomar en la próxima conferencia, que se llevará a cabo en cuatro años.
Pero mientras llegan las nuevas modificaciones al Calendario Gregoriano comparto una curiosidad matemática: el calendario juliano introducía, como ya se dijo al comienzo, un error aproximado de un día cada 128 años, producido por la diferencia entre la duración de un año juliano, igual a 365,25 días, y un año solar, que tiene una duración igual a 365,242189 días. Pero 128 es múltiplo de 4, por lo tanto la simple regla de definir los años bisiestos como aquellos
“años múltiplos de 4 que no sean múltiplos de 128”,
disminuiría considerablemente el error actual del Calendario Gregoriano.
En efecto, esta simple regla nos daría años de duración de 365,2421875 días y el error aparece en la sexta cifra decimal, se reduce a solamente una hora por cada 27.000 años, que habría que suprimir, pues el año sería ahora más corto, esto es aproximadamente un día cada 648.000 años, mientras que en el Calendario Gregoriano un año tiene una duración de 365,2425 días y genera un error aproximado de una hora cada 134 años, o sea un día por cada 3.216 años.
Ojalá en la próxima Conferencia General de Pesos y Medidas se tengan en cuenta también las matemáticas que facilitarían los ajustes al Calendario Gregoriano actualmente vigente, para evitar mayores traumatismos en el futuro.
@MantillaIgnacio