Ecuaciones de opinión

Publicado el Ignacio Mantilla Prada

El Castillo de Bochica

La semana pasada tuvo lugar un particular evento, de esos muy significativos, de gran impacto y de importantes consecuencias positivas para el futuro, pero que no se registran en los medios de comunicación como debería ser, pues al parecer no despiertan ese interés mediático predominante de las noticias escandalosas.

Se trató de la celebración por la declaratoria como bien de interés cultural de la Casa Museo Salto de Tequendama, que de acuerdo con la resolución 3335 de 2018 del Ministerio de Cultura, establece además las áreas afectadas y delimita amplias zonas de influencia resaltando el deber constitucional de proteger este bien, tan estrechamente ligado al Salto de Tequendama. 

Esta decisión fue especialmente destacada por el señor embajador de Francia en Colombia, Gautier Mignot, quien sirvió como anfitrión para celebrar el logro del objetivo que finalmente la Fundación Ecológica El Porvenir, que ha liderado esta iniciativa, consigue tras muchos años de lucha por restaurar la casona y paralelamente exigir que se mantenga el caudal mínimo necesario del Río Bogotá para detener el deterioro e impedir la muerte del emblemático y majestuoso Salto de Tequendama. 

El evento también sirvió como escenario para el lanzamiento del libro “El Castillo de Bochica – la verdadera historia de la casa del Salto de Tequendama”, una obra que bien vale la pena adquirir para conocer en detalle este tesoro arquitectónico de estilo francés y para deleitarse con sus fantásticas fotografías que recogen desde el ambiente natural del lugar y la bitácora de la restauración de la casa, hasta imágenes y relatos de visitas históricas al Salto de Tequendama.

Desde su llegada a la sabana, Don Gonzalo Jiménez de Quesada, el fundador de Santafé, se maravilló múltiples veces admirando la imponente catarata del Salto de Tequendama. Dos siglos después, don José Celestino Mutis visitó en más de una ocasión el Salto con fines científicos en el marco de la Expedición Botánica que él dirigía. En 1801, a su paso por Santafé, Alexander von Humboldt se propuso medir la altura de la caída. Sus relatos en su cuaderno de viaje sobre este episodio son fascinantes y sirven de base histórica para conocer detalles del nacimiento de la investigación científica en Colombia. Sus publicaciones posteriores sobre esta experiencia tuvieron tanto alcance, que era la visita al Salto de Tequendama un paseo obligado de los viajeros foráneos que nos visitaban y referencia obligada para quienes se interesaban en la geografía americana. A manera de ejemplo vale mencionar que incluso el gran filósofo alemán Immanuel Kant, sin haber salido de su natal Königsberg, menciona en su Geografía Física el Salto de Tequendama, que equivocadamente creía que era la caída de agua más alta del mundo, antes de los relatos y mediciones de Humboldt, como bien lo ha documentado el doctor Vicente Durán (S. J.). 

En mi caso, no resistí el reto de investigar sobre los trabajos para determinar la altura del Salto, así que hace un par de años, con algunos colegas de la Universidad Nacional intentamos medir y documentar este reto. Los resultados los publicamos en un artículo titulado: “Consideraciones históricas y físicas sobre la altura del Salto de Tequendama con los datos de Humboldt” en la Revista de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, Vol. 40, Núm. 157, 2016. 

Este lugar de veneración para los Muiscas, que según su leyenda había creado el dios Bochica para librarles de la inundación es el mismo donde el profesor Thomas van der Hammen, en compañía del profesor Gonzalo Correal, hizo los hallazgos arqueológicos más importantes del siglo XX en el centro del país.

Y en este maravilloso lugar el presidente de Colombia, Pedro Nel Ospina, organizó en 1923 un almuerzo para agasajar a los miembros de la Misión Kemmerer, encargada de evaluar la creación del banco emisor llamado Banco de la República, en el que mostró por primera vez los planos de un hotel de gran lujo que se levantaría en ese sitio, frente a la caída de agua. Así nace el proyecto para construir la casona que ahora es bien de interés cultural. Fue inaugurada en octubre de 1927 y servía como hotel y también como estación del Ferrocarril del Sur. Disponía de una suite presidencial y de un “descensor”, (llamado así porque al ingresar a la casa sólo se podía descender en él) para observar de cerca la profundidad de la catarata. 

Lamentablemente, décadas después esta estupenda edificación fue abandonándose como se abandonó el Río Bogotá y como se abandonaron nuestros ferrocarriles. Por fortuna aún encontramos algunos dolientes, y nos queda algo de sensibilidad y respeto por nuestros bienes, así que la historia de su construcción y la de su reciente restauración han podido ser recogidas en el libro antes referido. La casona es bellísima, acorde con la magnífica vista que se tiene desde el salón principal y tiene abundantes toques del más fino arte arquitectónico francés. Está llena de detalles que hoy, gracias al empeño que ha puesto la Fundación Ecológica El Porvenir, responsable y propietaria de la casa, pueden disfrutar los visitantes. 

La Comunidad Europea y especialmente el gobierno de Francia han apoyado su reconstrucción, la cual debemos celebrar y agradecer como colombianos.

Visitar la Casa Museo del Salto de Tequendama puede ser un buen plan para los miles de turistas que en las vacaciones que se avecinan vienen a la capital. ¿Conoce usted, querido lector, cuál es la altura del Salto de Tequendama?

@MantillaIgnacio

Comentarios