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Sobreviví a una avalancha

 Daniela Castro

Por: Daniela Castro Rojas

Admito haberme burlado de las víctimas del programa También Caerás, del susto tan bravo que les pegan con sus bromas pesadas. Dejé de hacerlo cuando fui el blanco de ataque.

Salí de clase a las 4:00 de la tarde y me fui directo a la casa para evitar la congestión de la hora pico. Tras 30 minutos de viaje en Transmilenio y de lucha constante por sujetarme de una de las barras del articulado lidiando en mi pecho con cinco toneladas de libros y el computador, llegué a la estación de la 127. Crucé el puente y desde ahí el peso se aligeró al divisar, a unos 100 metros, mi anhelado apartamento. Como siempre, caminé rápido y con la mirada fija hacia adelante, aunque pendiente de no llevar una cola de ladrones tentados por mi fragilidad, pero también por mis cosas.

Ese jueves, los 50 metros que restaban para llegar a mi destino se convirtieron en el tramo más angustiante de mi vida. Luego del giro que acostumbro a hacer para ambos lados, me encontré de frente con Armero, pero en vez de lava, arrastraba un tumulto de unas 100 personas. Para colmo de males, dirigidas por un desconocido que apuntaba con su dedo directo hacia mí. Abrí los ojos y sin comprender nada de lo que me estaba pasando, comencé a correr en sentido contrario. Hoy me burlo de ese río de gente y de mi reacción, pero es la hora en que no logro explicarme cómo evité ser aplastada por esa manada de desocupados que me perseguían con hojas blancas en la mano, como si fuera una celebridad. A medio camino desistí de lidiar con la maleta, así que la dejé tirada y seguí con mi impredecible recorrido. No pude tomar de nuevo el puente peatonal, así que del impulso estuve a punto de lanzarme a la autopista. Por fortuna, otro despistado se atravesó y la emprendieron contra él.

Mientras recuperaba las fuerzas y la maleta, vi el espectáculo que protagonizaba ese pobre hombre asfixiándose a punta de papeles y de gente encima. Les tocará armarse la escena en la cabeza, porque programa tras programa me percato de no ser yo el motivo de risa del país entero y, créanme, hasta ahora no he salido.

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