Después de haber derrotado hace 48 años a los Estados Unidos en los campos de batalla, los líderes comunistas de Vietnam apuestan ahora por una aproximación a fondo hacia su antiguo enemigo, para aunar esfuerzos de progreso tecnológico que le permitan a ese país del Sudeste asiático transitar en los vagones de primera clase del tren del Siglo XXI.

Han quedado atrás diferencias de otra época, cuando las dos partes tenían concepciones radicalmente opuestas de la economía, el estado y la sociedad. La causa de la defensa del territorio y de las tradiciones vietnamitas animó a muchos a tomar las armas y comprometerse en la expulsión de un enemigo foráneo que había ido a esas lejanías a “cumplir con el deber” de frenar la expansión del comunismo. Les quedó encima, eso sí, un modelo político – económico insuficiente para conducir rápidamente al progreso en la carrera del desarrollo.

A diferencia de caciques anacrónicos que, en otras partes del mundo, piensan todavía como hace medio siglo y dan palos de ciego contra el demonio norteamericano, al que culpan de todos sus males, los comunistas vietnamitas no tienen reatos en hacer alianzas estratégicas con ese monstruo, en el campo de la tecnología, en busca de un lugar para su país en el mundo del futuro.

Con el presidente de los Estados Unidos se hicieron presentes hace unos días en Vietnam directivos de Google, Intel, Boeing, Amkor, Marvell, Microsoft, Synopsis, Honeywell y otros “apellidos” de empresas representativas de lo más refinado del establecimiento capitalista de espectro mundial, presumiblemente comprometidas, por definición, con la causa del “imperialismo yanki”.

De parte de Vietnam concurrieron al encuentro directivos de compañías como VinFast, que produce automóviles eléctricos y cotiza en Nasdaq, MoMo, del manejo electrónico de dinero, VNG, de internet, FTP, la gigante tecnológica del país asiático y Vietnam Airlines, entre otras. La idea era realizar una “Cumbre de Innovación e Inversión” orientada a forjar asociaciones y acuerdos de cooperación entre los dos países.

Los encuentros concluyeron con la compra de 50 Boeing 737 Max para la aerolínea nacional, y la inversión de varios billones de dólares por las empresas americanas en emprendimientos conjuntos para la elaboración de semiconductores, la producción de chips, la aplicación de inteligencia artificial en “soluciones generativas” adaptadas a las necesidades de Vietnam, el almacenamiento de energía, y el aprovechamiento de “tierras raras”, abundantes en el país asiático y útiles para la fabricación de vehículos eléctricos y turbinas eólicas.

Adicionalmente, se abrieron las puertas para la posible expansión de empresas vietnamitas hacia el mercado de los Estados Unidos y su figuración en cadenas de suministro global, cuya seguridad y mantenimiento importan tanto a los norteamericanos. Con todo lo cual queda atrás, a través de realizaciones conjuntas, ese pasado amargo y sangriento de las relaciones entre los dos países, para abrir paso a una nueva era de “asociación estratégica integral”.

Para las dos partes el encuentro se realizó con el trasfondo de las consecuencias que los acuerdos realizados puedan tener respecto de las relaciones de cada quién con China. En ese sentido, los Estados Unidos consiguen un nuevo logro en su agenda de contención de China en todos los tableros posibles. La amistad con el gobierno y las causas comunes con los empresarios de Hanoi aumentan el espectro de su presencia en el gran escenario geográfico de Asia Pacífico, donde refuerzan alianzas desde Australia hasta el Japón, pasando por Filipinas y Corea del Sur.

Los vietnamitas tienen experiencia milenaria en el trato con el gigante chino. Saben muy bien hasta qué punto llegar sin deteriorar una relación siempre importante y digna de atención, pero que no puede ser obstáculo para el proyecto de poner al país en órbitas más allá del escenario regional. También les conviene dar señales de independencia ante las acciones de Pekín en el Mar del Sur de China, donde barcos de pesca y buques de exploración petrolera y gasífera vietnamitas son objeto de permanente hostilidad.

Resulta interesante observar cómo, de parte de un régimen que jamás ha renunciado a su identidad comunista, no sale la retrógrada propuesta Siglo XX de “combatir y derrotar al imperialismo en donde quiera que se encuentre” y castigarlo, a punta de discursos, por la culpabilidad que se le atribuye respecto de los males de los demás.

Es curioso que, a estas alturas de la historia, los vietnamitas no menosprecien de manera implacable al imperio americano por los crímenes que de verdad cometió en la guerra implacable que libró en su territorio. En lugar de eso, como que de pronto han encontrado más inteligente, más futurista, más pragmático y realista, tener con el antiguo enemigo una nueva relación de mutuo beneficio, sin tocar el fondo de las profundas diferencias políticas que puedan subsistir.

Parecería que, como lo hicieron los chinos en su momento, Vietnam estuviera buscando convertirse en una de las fábricas del mundo y cobrarle a su antiguo enemigo, varias décadas más tarde, la deuda de la guerra, no en muertos sino en transferencia de tecnología y otros factores de progreso requeridos por un país que no quiere ser, como otros, paria vociferante en medio de una borrachera de resentimiento hacia los que todavía marcan el paso de la marcha del progreso en aspectos no necesariamente resultantes de la inspiración política.

Se nota que en Vietnam “no ha pegado” el llamado a no crecer, a no invertir, y a tratar de dejar fuera de lugar al fantasma del capitalismo, para conseguir de esa manera su destrucción. Más bien se tiene la sensación de que los vietnamitas buscarían meterse en las entrañas del monstruo para apropiarse de elementos que no tienen partido y cuya no actualización va dejando rezagados a los que creen que pueden frenar la marcha del mundo a punta de discursos.

De pronto la nueva relación de Vietnam con los Estados Unidos es un reflejo anticipado del mundo del mañana, con actores que en lugar de palabrería deberán ostentar capacidad científica y tecnológica para participar con idoneidad en las discusiones sobre el progreso de la humanidad. Todo, en este caso, con la autoridad de quienes en su momento derrotaron y sacaron corriendo al imperialismo de su país.

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