África sigue siendo territorio abierto a la conquista, o a la intervención extranjera, por la misma combinación de factores de siempre. Su cercanía geográfica a centros de poder y de ambiciones de expansión colonial, así como de influencia política o explotación económica, la convierten en escenario fácilmente elegible para todo tipo de aventuras. Fenómeno que tiene como complemento su precariedad institucional, su desigualdad social y su atraso tecnológico respecto de países que como potencias coloniales dominaron amplios sectores de su territorio y expropiaron sus recursos, después de destruir sus esquemas tradicionales de gobierno y sus estructuras sociales. Con el aditamento inverosímil de que, al mismo tiempo, se convirtieron en referente inalcanzable de bienestar. 

En la medida que en África persiste una situación continuada de insolvencia política en cuanto al diseño y respetabilidad de instituciones de verdadera estirpe democrática, que vayan más allá de las elecciones, el continente prosigue en el curso de su vida, con escasas excepciones, al ritmo alocado de juegos primitivos de poder. 

Aparte de las tradicionales potencias coloniales, que mantienen cuentas y tramitan relaciones complejas con diferentes países africanos, la Guerra Fría abrió capítulos que vincularon a varios estados del continente a la Unión Soviética, con Rusia a la cabeza, o a los Estados Unidos, con otros aliados, en un confuso juego de experiencias y alianzas. Cada quién echó mano de lo que pudo para ganar influencia en África, inclusive con intervención de ilusionistas de la gran revolución mundial, que participaron en revueltas y guerras locales. Todo para terminar en las mismas. Luego llegaron los movimientos armados de militancia islámica que han buscado incisivamente, con el uso de la fuerza, convertir al África en un baluarte de su lucha contra Occidente.

En los últimos días, varios fenómenos han entrado a jugar un papel importante en el contexto del continente. El primero es el retorno de los golpes de estado, que representa una derrota para los intentos de avance democrático, frustrados ante la apelación al uso de la fuerza. El segundo es el de la acometida rusa en busca de apoyo africano. El tercero es el del regreso abierto de la organización mercenaria Wagner a sus operaciones en varios países, luego del arreglo, todavía no bien explicado, que evitó su avance hacia Moscú y consiguió que su líder pasara de ser calificado en la mañana por el Kremlin como traidor, a la oferta de no encausarlo por lo mismo que había sido acusado horas antes. 

A estas alturas de la historia, el juego interno por el poder en el África no da tregua y se vuelve a tramitar en torno de caudillos insospechados, de aquellos que se montan en camionetas con ametralladoras para imponer su voluntad y lograr sus ambiciones de poder. Líderes de corte mesiánico que se creen de verdad salvadores y alimentan ilusiones de encontrar un destino mejor. Sin perjuicio de que subsistan en algún rincón demócratas confesos que tratan de avanzar en contravía de los entusiasmos de quienes están dispuestos a alienar su bienestar a cambio de aparente seguridad.  

Con los nuevos golpes, que entre exitosos y fallidos suman desde la descolonización alrededor de doscientos, África sufre no solamente un impacto contra los gobiernos sino contra la sociedad, cualquiera que sea la disculpa o la justificación invocada, aunque apelen a los mejores términos para disfrazar intenciones recónditas y deseos de protagonismo por parte de ególatras y milagreros que jamás dejan de mencionar aspiraciones de democracia y ofrecer la celebración de elecciones y el aseguramiento del orden. Como si con ello consiguieran apaciguar los ánimos y dar esperanzas a sus oponentes, a quienes al tiempo persiguen bajo el típico esquema de quienes gobiernan para sus amigos y hostigan a sus enemigos. 

La acción diplomática de la Rusia post soviética, ahora sin la significación de la gran potencia que alguna vez encabezó, se viene a sumar al avance cauteloso de los chinos, que por lo menos entran a nombre del desarrollo, y al intento de nuevos aventureros, como Turquía, interesada en conseguir  una nueva versión de la antigua presencia otomana a lo largo de la costa norte del continente. 

El presidente ruso acometió hace unos días una nueva aventura diplomática para aparecer como si fuera un líder de talla mundial y romper el aislamiento del que ha sido objeto a partir de su agresión a Ucrania. Para ello intentó volver a editar el concurrido encuentro con presidentes africanos de hace unos años, en el balneario de Sochi, con una reunión en San Petersburgo, a la que concurrió menos de la mitad de los que asistieron en la anterior oportunidad. Esfuerzo fallido de exhibición de respaldo que acompañó cuidadosamente del bombardeo y destrucción de miles de toneladas de trigo en el puerto de Odesa, mientras obsequiaba cereal ruso a quienes no deja de mirar con airecito de desprecio imperial, pero le sirven para hacer masa en su pelotón de opositores al mundo occidental. 

El cuadro de la nueva intervención foránea en el África se completa con el retorno del grupo Wagner, que tiene amplios objetivos en materia de seguridad y defensa, lo mismo que de participación en actividades de explotación de recursos no renovables, con beneficios adicionales de acceso a poder político. Presencia de alta significación desde el punto de vista de las preferencias de gobiernos locales deseosas de renegar de sus pactos con antiguas potencias coloniales a las que repudian con dureza mientras no dejan de reclamar ayuda para el desarrollo. Queda suelta la migración ilegal, con la aventura de cruzar el Mediterráneo. 

Las ambivalencias africanas, su variedad de posiciones frente a los poderes extracontinentales que entran a pescar en el rio revuelto de sus permanentes arreglos de cuentas internas, y su deleznable compromiso democrático, que no tiene raíces en sociedades tribales explotadas anteriormente por colonizadores europeos, parecen condenar a ese continente a nuevas décadas de sacrificio de libertades elementales para sus ciudadanos. Mientras el hambre amenaza a millones de ellos, por cuenta de la guerra de Ucrania y la indolencia de un supuesto amigo que, al desactivar el pacto de libre flujo de cereales con destino principalmente a países africanos, los está condenando al castigo de la inanición, a menos que se plieguen a su visión del mundo, que puede ser equivocada. 

Todo esto mientras la combinación de toda esa injerencia extranjera complica todos los procesos de la vida de sociedades para las que a cada rato aparece alguien empeñado en devolver el reloj de la historia. 

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