El intento de desmonte del “Estado profundo” federal de los Estados Unidos no solamente afecta el funcionamiento de un aparato que se fue construyendo a lo largo de muchos años, sino que debilita el sistema institucional de ese país y le resta no solamente capacidad de acción interna sino prestancia internacional como “superpotencia”. 

La burocracia tiene estrecho vínculo con la política, pues a través de ella se realizan los proyectos de gobierno. Los funcionarios se convierten en gran medida en el vínculo, virtuoso o envilecido, entre los jefes de gobierno y la gente, bajo modalidades que entran a formar parte de la cultura de cada país. 

Al tiempo que necesaria, la burocracia puede ser un monstruo que tiende a aumentar indefinidamente sus cabezas y a justificar la indispensabilidad de cada puesto de trabajo. El Estado es proveedor de empleo, y los puestos públicos frecuente jardín electoral de la clase política. Por lo cual es necesario evaluar periódicamente la vigencia y utilidad de entidades y cargos públicos.

El rediseño del gobierno resulta benéfico cuando se hace con ánimo constructivo y previo conocimiento de virtudes y defectos, sobre la base de un marco conceptual depurado. Distinto es cuando se actúa de manera improvisada, al punto de afectar la armonía del funcionamiento institucional, con efectos parecidos a los de un conflicto civil.  

Dentro de los servidores civiles del Estado hay generadores de ideas, realizadores de tareas, entusiastas del servicio público, visionarios, zánganos, corruptos y sobrevivientes. Flora compleja, cuyo manejo es susceptible de prejuicios y generalizaciones sobre la eficiencia, la bondad, la honestidad, la inoperancia o la corrupción de los funcionarios. 

Todo gobernante debe conocer a fondo la organización del Estado y la razón de ser de las entidades que lo conforman. Si desea actuar con responsabilidad, propicia ajustes para hacer óptima la correspondencia entre los fines de las agencias estatales y los requerimientos de personal a su servicio. 

Ningún estratega puede conseguir sus objetivos si la gente que comanda no conoce los propósitos de cada proyecto. Así, no se puede esperar el éxito de un programa de gobierno si los funcionarios actúan bajo amenaza, y mucho menos si no reconocen que el gobernante sabe su oficio y no encuentran en él un referente capaz de liderar las complejas tareas de hacer andar un Estado. Todo puede ir peor aún, cuando el gobierno queda en manos de quienes sobresalen por sus habilidades para ilusionar votantes con argumentos fáciles de entender y proyectos que suenan bien, pero son difíciles de realizar. 

Dentro de la gama de gobernantes actuales, todavía figuran amigos a ultranza de la estatización experimentada en el Siglo XX. Con espíritu pragmático, existen reformadores que conciben dosis y énfasis distintos de la acción de un Estado al que no consideran omnipotente. También hay enemigos abiertos de la intervención del Estado en la vida económica y social, e inclusive enemigos del Estado, y hasta del sistema respectivo, que no vacilan en intentar destruirlo desde sus entrañas. 

En Argentina se ha acometido el desmonte de un “Estado benefactor” que servía de sustento a millones de personas acostumbradas a vivir de transferencias gratuitas de la riqueza pública. En Nueva Zelanda crearon un ministerio de regulación encargado de recolectar, con participación ciudadana, información sobre el exceso de burocracia y de formalidades, para eliminarlas. En la India, Vietnam y el Reino Unido existen propósitos de reforma equivalentes dentro del espíritu y el marco de cada sistema. 

En los Estados Unidos, donde la molestia popular hacia los burócratas jugó papel importante en la elección del año pasado, el nuevo presidente decidió encomendar a un empresario sin experiencia en asuntos públicos el recorte del gasto en materia burocrática. Con ese énfasis lo puso al frente de un “Departamento híbrido” no creado formalmente dentro de la estructura del gabinete presidencial. Sin designarlo en cargo público le ha dado carta blanca para que obtenga la salida de los funcionarios y el cierre de las agencias estatales que crea del caso. 

La modalidad de acción del encargado de esa tarea de alta significación política ha sido la de organizar un equipo de menores de 25 años, provenientes de sus propias empresas, también sin experiencia en el sector público, para que determine quién se queda y quién se va, qué entidad se suprime y cuál sobrevive, con la idea de cumplir una meta numérica de ahorro presupuestal.

Como semejante tarea no resulta de un estudio previo y adecuado, sino del pálpito presidencial de que hay que ahorrar gastos sin contemplaciones, los resultados de la acción del “Departamento de la Eficiencia Gubernamental” han sido en muchos casos devastadores. No podría ser de otra manera si los encargados de los recortes no conocen el proceso histórico y mucho menos la razón de ser ni los verdaderos balances de acción de las entidades intervenidas.

Los despidos o renuncias inducidas de funcionarios no solamente la esencia de un Servicio Civil profesional, sino que comienzan a producir efectos devastadores. Las decisiones hasta ahora tomadas afectan la Seguridad Social para millones de ciudadanos que dependen de ella para sobrevivir, la investigación científica en universidades y centros especializados, la prevención en salud, la asistencia humanitaria en cinco continentes, la comunicación de la opinión de los Estados Unidos a través de La Voz de América, y la protección de sistemas complejos como el de impuestos, el de control de actividades puntuales, o el de defensa. 

Desprenderse del talento de funcionarios curtidos y conocedores ha resultado tan errático que en muchos casos ha sido necesario volverlos a llamar para que ocupen sus antiguos puestos. En lo internacional, mal puede un Estado atender sus obligaciones sin el concurso de personas adecuadas. Los que saben recomiendan que, por ejemplo, a los espías sagaces hay que mantenerlos. Otros competidores están siempre listos a llenar los espacios de “poder blando” que la ignorancia de los podadores menosprecie. 

Cerrar embajadas y consulados y suspender la ayuda humanitaria es perder presencia y opciones de ejercicio de influencia en muchas partes del mundo que quedarían a merced de otros. Pensar que el servicio exterior es inocuo es una muestra de ignorancia que puede resultar muy costosa. La buena diplomacia es en muchos sentidos rentable. 

En los mismos Estados Unidos, Bill Clinton encargó a Al Gore la tarea de “reinventar el gobierno”, que cumplió de acuerdo con el Congreso y obtuvo resultados de modernización de la fuerza laboral del ejecutivo federal y ahorro, sin atentar con motosierra contra las instituciones como lo hacen ahora. Deberían saber, dicen profesores de administración pública de los Estados Unidos, que las cosas se pueden hacer de otra manera. 

Al paso que avanza en los Estados Unidos el proceso de poda del huerto burocrático, que no admite crítica dentro del campo republicano, hasta ahora sumiso, se acentúa una peligrosa deriva hacia el autoritarismo, cuando se atienden solo los caprichos cambiantes de “el jefe”, y sorprende que tampoco exista la vigorosa oposición que se podría esperar del Partido Demócrata. 

Por ahora se comienzan a escuchar voces aisladas que anuncian confrontaciones futuras, cuando la gente se vea afectada en su vida cotidiana por el desordenado intento de reducir la burocracia. Al tiempo que se asoma el recuerdo de la advertencia de Joe Biden, al dejar el poder, en el sentido de que “una oligarquía está tomando forma en Estados Unidos, de extrema riqueza, poder e influencia, que realmente amenaza toda nuestra democracia, nuestros derechos básicos y nuestra libertad”.

Ya veremos hasta dónde llega el contagio del recorte, ponderado o desordenado, de entidades y cargos públicos en el fragor de la vida política de países, como el nuestro, donde el ímpetu de la burocratización se ha acelerado como premisa de futuras batallas electorales.

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