Más rápido que nadie, Narendra Modi logró organizar “viaje de trabajo“ a los Estados Unidos, y en la Casa Blanca estuvo de compras, dando cumplimiento a uno de los más preciados sueños del anfitrión, cuyas credenciales de estadista se funden con las de inigualable negociante. 

La huida hacia delante del jefe del gobierno indio debería tener como consecuencia que su país merezca un trato especial, y no figure en la lista de los que serán objeto de medidas de disuasión para que se allanen a acomodar su economía y su política a los intereses de los Estados Unidos. Como quien dice: si usted no está en la mesa como invitado, lo ponen en el menú como plato a consumir.

El adelanto astuto de esa acometida de diplomacia transaccional estuvo ayudado por la comunidad de creencias políticas y talante entre Modi y Trump. Ambos nacionalistas, pragmáticos, pópulo-elitistas, creyentes ortodoxos en la economía de mercado y luchadores contra cualquier propuesta de tinte socialdemócrata.

Para refrendar la amistad y la alianza oficial y personal con el nuevo mandatario americano, Modi terminó comprando aviones F35, cambiando sus preferencias de provisión de petróleo para que ahora provenga de los Estados Unidos, y lo mismo con el gas, de manera que el déficit de comercio entre los dos países, que era favorable a India, se vaya equilibrando. Al mismo tiempo Entró en acuerdos en materia tecnológica y de defensa, que serían buenos para ambas partes. Ya había anunciado una baja de aranceles para los productos estadounidenses, en espera de reciprocidad.

El presidente de los Estados Unidos, acucioso observador, sabe que la India es la quinta economía del mundo y que, al final de su mandato, puede llegar a ser la tercera. Consideración que fluye también desde Nueva Delhi, de manera que las similitudes superan diferencias como que el norteamericano actúa un poco contravía de su propia institucionalidad, lo que ya quisiera Modi hacer, si no fuera por la oposición del partido de la familia Gandhi.

La cercanía entre Modi y Trump tiene también como factor común la necesidad de una alianza cautelosa frente a China. El contenido de los acuerdos en materia tecnológica contribuye al eventual reemplazo de China por India como fábrica del mundo, al menos en productos cuya tecnología los Estados Unidos prefieren que sea transferida a los indios. Lo mismo pasa con la cooperación en materia de defensa, en donde se observa que el gobernante indio, gustoso, cambia la orientación de su país, que desde la época de la independencia prefirió a Rusia. En materia de migraciones, y sin perjuicio de la molestia que pueda producir la repatriación de indios encadenados desde los Estados Unidos, figura la extraordinaria presencia de líderes empresariales de origen indio en los más altos niveles del panorama corporativo de los Estados Unidos.

Es posible que con esa visita, tal vez muy del gusto del presidente Trump, India haya logrado lo que muchos quisieran conseguir. Por lo cual, desde el punto de vista de la Casa Blanca, lo ideal sería que otros países hicieran fila para ir a negociar directamente con el presidente norteamericano y conseguir acuerdos de negocios internacionales. Aunque eso está por verse, pues semejante exigencia de corte imperial no puede ser del agrado de todo el mundo.

Para ser consecuente con la nueva distribución del poder en los Estados Unidos, el primer ministro indio se entrevistó también con el aparente “segundo a bordo”, Elon Musk, quien sin haber recibido ningún voto para ejercer las funciones trascendentales que ahora cumple, recibe, como anfitrión, nada menos que en Blair House, la casa de huéspedes presidenciales frente a la Casa Blanca. Y lo hace como si fuera un jefe alterno del Estado federal, con el aditamento, ni siquiera usado en las familias reales, de la presencia de sus hijos, cada uno acompañado con su respectiva niñera. Algo inusual, pero representativo de lo que está sucediendo en Washington en ejercicio inédito del poder. Sentadas frente a frente, la delegación de Musk era su familia, mientras la del gobierno indio incluía no sólo al primer ministro sino al ministro de relaciones exteriores, el embajador de la India en los Estados Unidos y a otros altos funcionarios.

Nadie sabe, a ciencia cierta, hasta qué punto la reunión con el empresario más rico del mundo trató temas oficiales o temas privados. Precisamente, ese espacio entre claro y oscuro de la presencia de Musk en el panorama del gobierno, la política, la economía y la contratación tanto pública como privada en los Estados Unidos, da lugar para cualquier interpretación y, además, para cualquier tipo de negociaciones. Y de sospechas.

Para completar el cuadro del nuevo estilo de acción internacional de los Estados Unidos, al tiempo que se realizaban los encuentros de negocios públicos y privados de Modi con Trump y Musk, el vicepresidente de la Unión, antes de ir a reunirse con la extrema derecha alemana, vista en el continente como amenaza para la democracia, criticaba de manera inesperada e inusualmente fuerte a los gobiernos democráticos europeos por “haberse apartado de sus valores, ignorar los intereses de los votantes en materia de inmigración, y limitar la libertad de expresión“. En particular, respecto del Reino Unido afirmó que allí se coarta además la libertad religiosa, y para ilustrar su afirmación planteó el caso de alguien que fue removido de las cercanías de una clínica de abortos. 

Resulta por lo menos sorprendente que semejante intromisión en los asuntos de otros estados se haga en nombre y representación de un país que no ve problema de violación de los derechos humanos en Gaza, donde han muerto decenas de miles de mujeres y niños no combatientes, y donde el presidente ha decidido despejar la población palestina de esa franja sobre el Mediterráneo para mandarla a otra parte, imponiendo a Jordania y Egipto la obligación de recibirla, contra los derechos de millones de personas y la voluntad de otros gobiernos, en violación, además, del Derecho Internacional, para apoderarse del territorio para hacer negocios, a la manera de alguno de los más despiadados emperadores romanos.

Semejante panorama, objeto de estudio por los gobernantes europeos, reunidos tras la alarma de una andanada de admoniciones, habría sido escandaloso hace un tiempo. Pero está de moda la manía de decir mentiras y descalificar a los demás sin ninguna autoridad y en medio de la impunidad más vergonzosa. De manera que se acusa a otros de pecados que el mismo acusador comete sin pestañear, porque se cree dueño de la palabra y de la potestad incontrolable de calificar a los demás desde una posición de poder, al punto que sus mentiras pueden resultar disfrazadas de verdades. 

No hay que olvidar que se trata de un país en el que, desde el 20 de enero, no se aceptan voces contrarias al gobierno, y se busca dar extraño contenido a la libertad de expresión. País donde se vive una sucesión de retos al orden constitucional, al punto que varios antiguos secretarios del tesoro dicen que allí la democracia está bajo estado de sitio.

Ya veremos si la procesión que inauguró Narendra Modi produce un desfile de aspirantes a buenos negocios hacia la Casa Blanca, con la esperanza de llegar a acuerdos benéficos para sus países, si así es la voluntad del negociante supremo, a riesgo de ser enviados al lugar más indeseable.

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