Característica de la condición imperial es la de contar con bases de acción que permitan intervenir en defensa de los intereses propios, servir de apoyo a aliados distantes y maniobrar en acciones de guerra en el mayor número posible de vecindarios.
Portugueses, españoles, británicos y franceses protagonizaron desde el Siglo XV expediciones que les permitieron fundar asentamientos destinados a los anteriores propósitos en lugares distantes, sobre costas lejanas o en islas apartadas que, visto el mapa en las grandes proporciones de sus intereses, pasaron a ser definitivas en su consolidación imperial. Los Estados Unidos, imperio tardío y contemporáneo, se vinieron a sumar a esa secuencia.
El archipiélago de Chagos, en medio del Océano Índico, 3000 kilómetros al oriente de la costa este africana, 2200 al sur del subcontinente indio, un poco más lejos del sudeste asiático y a mitad de camino entre África e Indonesia, es uno de esos lugares que pasaron de ser islas paradisíacas, tranquilas y solitarias, a convertirse en “portaviones” irreemplazables de grandes potencias.
Los pobladores originales de las islas, comerciantes y pescadores, eran herederos de una secuencia que comenzó con navegantes de pronto árabes y malayos del Siglo X, seguidos en el Siglo XVI por portugueses y luego por españoles bajo el mando de Diego García, sin perjuicio de presencia y ambiciones holandesas. El dominio formal de Portugal fue cedido a Francia, que llevó esclavos africanos e indios a trabajar en plantaciones. Con la derrota de Napoleón, los ingleses se quedaron desde 1814 con el trofeo de esas islas, definitivas para la defensa de los intereses occidentales en el Océano Índico, que pasaron a formar parte de la colonia de Mauricio, nombre dado por los holandeses en honor de Mauricio de Nassau.
Después de la independencia de Mauricio, en 1968, el Reino Unido se reservó la soberanía sobre el archipiélago de Chagos, que vino a conformar el British Indian Ocean Territory, última colonia establecida por el Reino Unido, en pleno Siglo XX. El archipiélago, conformado por más de 50 islas, incluye el famoso atolón Diego García, de belleza inusual, que es una especie de anillo verde, con lago interno, y aloja una de las bases de mayor importancia estratégica para los Estados Unidos, presentes allí debido a un acuerdo de hace medio siglo con los británicos, que mantienen modesta presencia.
Los gobiernos británico y de Mauricio anunciaron la semana pasada que el archipiélago pasa ahora bajo la soberanía de esta última república, que se obliga a mantener por un período inicial de 99 años la presencia de la base militar estadounidense en el atolón Diego García. El primer ministro Keir Starmer y el presidente Biden celebraron la firma del acuerdo con el presidente de Mauricio, Pravind Jugnauth, como “demostración del compromiso con la resolución pacífica de disputas y el estado de derecho”. Y, claro, también subrayaron la garantía del “funcionamiento seguro, eficaz y a largo plazo de la base existente en Diego García, que desempeña un papel vital en la seguridad regional y global”. ¡Ni más faltaba!
El acuerdo, que representa la entrega de una posesión del antiguo Imperio Británico después de medio siglo, se ha producido luego de una intensa campaña por parte de habitantes originales de las islas, que motivaron en su favor manifestaciones contundentes, aunque no obligatorias para el Reino Unido, de parte de diferentes instancias de las Naciones Unidas. Proceso de desmonte colonial dentro del cual, después del Brexit, la Gran Bretaña dejó de contar con el apoyo diplomático de los demás países del bloque comunitario en ciertos estrados de la institucionalidad internacional.
Ahora se ha venido a saber que, en su momento, la independencia de Mauricio estuvo condicionada por parte del Reino Unido a la exclusión de las Islas Chagos, debido a su valor estratégico, aprovechado desde entonces por la alianza muy especial entre británicos y estadounidenses en el escenario estratégico global. Motivación explicable en la lógica de los imperios.
También es de esa lógica el hecho de que, en medio de las aclamaciones de todas las partes por la nueva “liberación” del archipiélago, los aborígenes, presentes o exiliados, de las islas, no fueron jamás tenidos en cuenta para nada. Aunque es bueno saber que algunos de ellos recibieron nacionalidad británica y otros tienen la mirada puesta en ese mismo u otros destinos, diferentes del de regresar a su paraíso perdido.
Pero hay mucho más, de tono imperial, en la historia de los chagosianos. Justo antes de la independencia de Mauricio, los británicos no solamente se reservaron esa parte estratégica de la geografía oceánica, para formar el “Territorio Británico del Océano Índico”, sino que expulsaron sin apelación a los habitantes aborígenes. Momento desde el cual se mantuvieron vivas tanto las reclamaciones de los expulsados, como las de Mauricio, que buscaba le fuese devuelto el archipiélago cercenado.
La reserva de la soberanía y la expulsión forzada de los aborígenes por parte de una celebrada democracia como la británica, así como la presencia estadounidense, se vinieron a entender muy pronto, cuando en virtud de un acuerdo considerado secreto, los Estados Unidos recibieron en arriendo la mayor de las islas, Diego García, donde con permiso británico permanecerían hasta 2036 y ahora, con permiso de Mauricio, por los próximos 99 años, para comenzar.
El gobierno británico, auténticamente experto a la vez en el manejo colonial y en la enmienda de pasadas ofensas a súbditos o contradictores, se ha disculpado por la expulsión de los habitantes originales del archipiélago y se ha comprometido a colaborar en el retorno de estos a las islas, con excepción, por supuesto, de la de Diego García.
De poco serviría proclamar con furor una protesta contra la presencia de los Estados Unidos en ese lugar del mundo, cuyo control representa para ellos, y para los intereses occidentales, un punto de apoyo aéreo y naval de primera línea, como quedó demostrado con los ataques que desde allí desataron hacia Irak y Afganistán, y como sería posible respecto de nuevos desarrollos en el Medio Oriente. Otra cosa es que se diga que el sitio se ha usado para fines de ocultamiento de actividades que nadie ha podido comprobar, pues la isla vive bajo un régimen de secreto extremo.
No se trata de una “rendición” ante el imperio, sino más bien de subrayar un ejemplo de esa visión estratégica global que tienen algunos países, y que, en esa lógica, abominable para los pequeños y desvalidos, les permite mantener su prevalencia, siempre por tiempo limitado. Basta con recordar las ambiciones que en su momento defendieron con tanto entusiasmo imperios ahora extinguidos.