Desde el fogón

Publicado el Maritornes

Llamado a los impacientes

Maritornes se siente a veces poseída por un angustioso afán. Observa que hay prisa por atender minucias intrascendentes —hacer, concluir, despachar, responder, inventar leyes enrevesadas e inútiles, complicar lo sencillo, para todo en general—, mientras que la molicie —precedida o acompañada de una suerte de indiferencia—, parece imperar en los asuntos verdaderamente esenciales. Quisiera que la propuesta se invirtiera —y que corriéramos menos para responder mensajes, llegar a tiempo para ver el noticiero y planear la fiesta—, y que nos apresuráramos más en cambiar lo que se puede, y se debe, cambiar, a tiempo para que esos cambios beneficiaran y llenaran de motivación a las generaciones actuales, y no, quizás, quizás, quizás, a las venideras.
¿O es que acaso no vale la pena afanarse para detener la deforestación de la Selva Amazónica, o reemplazar las fuentes de energía contaminantes por energías limpias, que ya ni siquiera hay que inventar porque ya existen? ¿O es que debemos ser pacientes con el hecho de que un sinnúmero de madres tengan que salir a trabajar desde las 4:30 de la mañana, sin saber si dejaron a sus hijos pequeños en buenas manos? ¿O vale la pena ser pacientes con el río putrefacto?
Maritornes quisiera que unos impacientes comisionaran a unos buenos arquitectos (impacientes) para construir escuelas y guarderías en lugares tan apartados y olvidados que a ellos no llega ni la esperanza, de modo que alguna forma de esperanza se asomara por esos confines en meses, y no en siglos. Añora que un grupo de impacientes estudie los sistemas judiciales de los países donde mejor funcionan y proponga la reforma del nuestro, secundada por unos medios de comunicación, y un congreso, que impacientes por lo fundamental, la respalden. Es interminable la lista de lo que nuestra conciencia, acallada las más de las veces, pide con impaciencia; pero hace falta descubrir dónde está la rama enredada en la rueda que no permite que el deseo colectivo de mejorar las condiciones de vida tome impulso hacia los cambios necesarios.
No cabe duda de que existe un caudal suficiente de buena voluntad, pero nada desgasta más la buena voluntad, o las buenas ideas y los proyectos buenos de la gente buena que estrellarse consuetudinariamente con el muro etéreo de los espíritus tibios, de voluntad corrupta y enfermos de indiferencia, a los que se les olvidó que ser pacientes con lo que nos corresponde cambiar no es virtud, sino el peor de los pecados.

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