Desde el fogón

Publicado el Maritornes

La revolución y el huevo de mirla

Maritornes tiene la fortuna de vivir cerca de un magnolio. En uno de estos días convulsionados, salió a buscar el consuelo de sus frondosas ramas. No hacía mucho que un sol difuso intentaba brillar desde detrás de un velo de nubes.

  Con el corazón contristado, se sentó en una banca bajo el árbol y observó cómo los diminutos destellos de rocío sobre el prado aún fresco cambiaban de dorado a plateado según como ladeara la cabeza. Buscaba acallar en medio del verde, bajo la generosa sombra del magnolio, y al amparo de su perfume tenue, el barullo interior de opiniones, miedos y tristezas ocasionado por las opiniones, miedos y tristezas de algunos de sus compatriotas que, impelidos a la calle por múltiples fuerzas y motivos de descontento se batían contra todo en una batalla sin sentido.

  En esas estaba cuando notó sobre la hierba algo muy blanco. Se acercó con cuidado y se dio cuenta de que se trataba de un pequeño huevo de pájaro, por su tamaño quizás el de una mirla. Levantó la mirada hacia las amplias hojas del magnolio y ubicó el nido de donde, supuso, habría caído accidentalmente el huevo.

  Bajo el blanco calizo de la cáscara eran ya perceptibles los tonos grises de un plumaje incipiente. Consciente de la posible futilidad de su tarea, porque el huevito había perdido ya su tibieza, lo calentó de todos modos un poco entre las palmas de las manos. Luego lo depositó por un momento otra vez entre la hierba mientras iba a buscar una escalera de tres peldaños que le permitiera alcanzar la rama donde estaba el nido.

  Trepó la escalera sosteniendo en su mano con toda la delicadeza posible el huevito; se puso de puntillas sobre el último peldaño para poder alcanzar la punta de la rama y halarla hacia abajo y depositar el huevo al lado de otros dos que, según alcanzó a ver, ocupaban el nido. Regresó a la banca y pensó que, independientemente de que el huevito fuera o no aceptado por la madre, o fuera que la cría sobreviviera o no, siempre había un sentido en elegir intentarlo.

  Regresó a su contemplación de los destellos de las cosas cuando apenas están amaneciendo, y mientras dejaba escapar un hondo suspiro pensó en los metafóricos nidos de la vida. Con proverbial ingenuidad pidió a la vida que en su país más personas se sintieran llamadas, con maternal y paternal sentido, a elegir proteger el nido en vez de dar rienda suelta a una rabia que lleva a pisotear el huevo.

Normal
0

false
false
false

EN-US
X-NONE
X-NONE

/* Style Definitions */
table.MsoNormalTable
{mso-style-name:»Tabla normal»;
mso-tstyle-rowband-size:0;
mso-tstyle-colband-size:0;
mso-style-noshow:yes;
mso-style-priority:99;
mso-style-qformat:yes;
mso-style-parent:»»;
mso-padding-alt:0in 5.4pt 0in 5.4pt;
mso-para-margin:0in;
mso-para-margin-bottom:.0001pt;
text-align:justify;
line-height:115%;
mso-pagination:widow-orphan;
font-size:11.0pt;
font-family:»Calibri»,»sans-serif»;
mso-ascii-font-family:Calibri;
mso-ascii-theme-font:minor-latin;
mso-fareast-font-family:»Times New Roman»;
mso-fareast-theme-font:minor-fareast;
mso-hansi-font-family:Calibri;
mso-hansi-theme-font:minor-latin;
mso-bidi-font-family:»Times New Roman»;
mso-bidi-theme-font:minor-bidi;}

Comentarios