La reacción más habitual de Carolina es “tranquila, yo voy”, o “yo traigo”, o “yo busco” o “yo soluciono”. Ella va sin pereza, llama para verificar si está haciendo bien el mandado y ante el pedido nunca expresa duda ni vacilación. Por difícil que sea la solicitud uno siempre sabe que cuenta por lo menos con que lo intentará con sentido prioritario, y que hará todo lo posible, y que lo hará, no solo a cabalidad, sino además con alegría y buena cara. Maritornes tiene la suerte de contar en su círculo cercano con varias personas como Carolina. Sabe que, tratándose de ese buen círculo, cuando pide algo nunca recibirá un “ahora no puedo”, o un aplazamiento indiferente de esos que fatigan los propósitos y diluyen los apremios.
Conoce, por fortuna, un buen número de personas para quienes hacer un favor no es una carga, sino la oportunidad de oro para sacar adelante un cometido con la inmediatez necesaria y con la solicitud requerida. No intenta describir una actitud servil ni fatigosamente insistente. Es más una especie de alegría genuina, un placer parecido al de resolver un Sudoku o de poner la pieza imposible en el rompecabezas. La gente dispuesta aborda el favor como un crucigrama que da gusto completar.
De cierta forma lo que nota y está tratando de describir es una actitud propia de la temprana infancia, la del niño que se abandona a cualquier tarea que motivó su interés hasta que la saca adelante: levantar la tapa para descubrir lo que hay adentro, colocar la ficha o llegar a la última página del libro. A veces pasa, sin embargo, que volverse adulto trae consigo una deformación en la cual solo vale la pena sacar adelante las tareas que nos conciernen directamente. Por alguna misteriosa razón, en algunas personas esa atrofia no ocurre y logran conservar a lo largo de la vida el deseo de ejecutar bien no solo lo que los afecta directamente, sino lo que para otros es importante. En esencia lo convierten en importante para sí mismas por el solo hecho de que sea importante para otra persona.
Se trata casi que del placer estético que trae terminar una obra, o escribir unas notas ordenadas, o enderezar los cuadros en una pared, es decir, estas personas dispuestas viven un pedido de ayuda simplemente como la oportunidad de sacar algo adelante, de superar un obstáculo, de destrabar, independientemente de que se trate de algo que necesita otra persona. Producen un alivio enorme en la cotidianidad porque tienden a lanzarse con energía en la solución del problema y entonces, por gracia de esa actitud, en parte equilibran o atenúan la penosa carga que a la vida le imponen aquellos que, por el contrario, todo lo traban y todo lo complican.