Desde el fogón

Publicado el Maritornes

Estirar y agradecer

Podría parecer que la relación entre las dos cosas es inexistente, o tenue en el mejor de los casos, pero de algún modo ambas están interconectadas y tienen el potencial de impulsarse la una a la otra. La ciencia empieza a ocuparse del asunto y existen ya estudios bastante serios que reseñan la mejoría en la calidad de vida de las personas que se comprometen a reorientar su actitud hacia la práctica cotidiana del agradecimiento. Empezar el propósito inicia un círculo virtuoso en el que cada vez saltan más a la vista los motivos de gratitud. Un viejo aforismo lo resume así: “Si se te ha olvidado el idioma de la gratitud, nunca estarás en conversaciones con la felicidad”.
Ahora bien, ¿cuál es su relación con la rutina del estiramiento físico? Algunas personas afirmarán que el ejercicio aeróbico o el de levantamiento de pesas les basta para el grado de bienestar que buscan. Es muy posible que así sea, pero resulta que dedicar unos minutos al día a estirar el cuerpo trae un beneficio adicional y es que se conecta con la gratitud en que ambas son prácticas meditativas que no solo traen bienestar físico sino que despiertan el sentido de conexión con el cuerpo, y el asombro por su belleza. Durante el estiramiento bien hecho el cuerpo habla, pide, señala y al final, desde luego, agradece. Y como con la práctica de agradecer, el círculo virtuoso va adquiriendo velocidad, y profundidad y altura. Mientras más se estira más se toma conciencia de hasta qué punto hemos abandonado el cuerpo a su suerte permitiéndole encogerse, y hasta qué punto, habiendo estirado, aún hay otras capas por estirar y cuánto el cuerpo agradece ese regalo, y pide más.
Una amiga de Maritornes llevaba a su padre, de 80 años, en la silla de ruedas. De repente vio que se acercaba hacia ellos un primo de su padre, diez años mayor que este. Notó su fluidez al andar y la deliciosa soltura con la que daba los pasos. Cuando la amiga le preguntó cómo hacía para mantenerse tan bien, él le respondió, “Mijita, yo estiro todos los días”. Y no se trata de cinco minutos para tratar de tocarse las puntas de los pies. Se trata de una media hora o unos 40 minutos de ir estirando con gratitud y sensibilidad los innumerables músculos de nuestra pobre humanidad colapsada en la actividad cotidiana.
Dúo poderoso y gratuito, pues, el de agradecer y estirar, una buena combinación para cultivar hacia el futuro. Nada más indeseable para la vejez que estar rígido y quejándose de todo. El antídoto no es tan difícil: estirar y agradecer.

Comentarios