Desde el fogón

Publicado el Maritornes

Ella

Ella es diferente de la mayoría. No presenta problemas, llama a contar cómo los solucionó. Sus quebrantos de salud tienden a pasar inadvertidos porque no son para ella un asunto que merezca reseña en conversaciones presenciales o telefónicas. No se queja. En casi todo lo que cuenta hay un trasfondo de humor; aun en las situaciones más dramáticas ella tiende a ver los ribetes sainetescos de este teatro que es la vida. Por lo malo pasa ligera y rapidito.

Enfrenta los ataques de la melancolía con acción, grande o pequeña, y con un sobresaliente sentido práctico, y casi siempre encuentra con quién echar una buena carcajada. Pasa las páginas de lo malo con agilidad y en cambio tiene una memoria prodigiosa para lo bueno. De lo desagradable que recuerda, poco habla, y cuando lo hace no lo expresa con tono de amargura ni de reclamo.

Su cercanía es un gran regalo porque cuando timbra el teléfono uno sabe que, cuando cuelgue, estará más contento y no más aburrido, aunque ella no esté necesariamente llamando para dar una buena noticia. Su presencia es un don en la medida en que su espíritu es incapaz de otra cosa que no sea o solucionar lo solucionable, o trascender pronto lo que no tiene solución.

Su vida es teatral en el sentido de La vida es bella pues su actitud es la misma, aplicarle a lo que acontece una especie de magia transformadora en la que se desdibujan la ficción amable o divertida que ella se propone crear y la realidad de la que parte para hacerlo. Agranda lo bueno, minimiza lo malo, lleva alimentos a los ancianos, reparte en la calle cajas de comida, organiza su fiesta de cumpleaños en el lugar más alegre que encuentre y asiste a cuanto concierto y evento se le presenta. En lo que se refiere a los demás, minimiza defectos a diestra y siniestra y en la misma medida exagera cualidades. En sus palabras, “yo digo mucho pero no digo nada”, con lo cual quiere decir que nunca se explaya en críticas, infidencias o chismes, ni son las debilidades de las personas la base de su conversación. Se ríe de sí misma y tiene un caudal de anécdotas en que sus propios tropiezos, embellecidos por la imaginación que los transformó en hilaridad o triunfo, hacen las delicias de sus contertulios. De su libreta de chistes saca lo necesario para animar cualquier reunión.

Ella, que tiene 83 años, y que siempre tiene un plan para el día y otro para la noche, y que si no lo tiene se lo inventa, se encuentra en la escasa compañía de aquellos cuyo ademán ante la vida nos despeja el cielo antes que teñirlo de nubarrones, cuyo don es el de hacer pequeño lo difícil, inmenso lo bueno, protagónico lo bello, insignificante lo feo y ligeras las cargas. Una en un millón, ella, en vez de poner piedras alrededor del cuello nos hace crecer las alas y con su magia dispersa esa solemnidad que nos va cayendo encima, y de la que tan a menudo nos dejamos envolver. Ella, Mary Poppins de la eterna juventud, siempre encuentra qué sacar de su gran bolsa para llevarnos a algún lado colgados de unos globos de helio y para recordarnos—desde esa nueva y liviana perspectiva—que, a pesar de todo, la vida es bella.

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