Desde el fogón

Publicado el Maritornes

El noble escudero

Es el más noble escudero. Trata de adaptarse siempre a nuestras insensateces y excesos, y cuando por fin decide hablarnos, aún está luchando por recomponerse. Es la más fina de las máquinas, la más compleja, la más inteligente, la que nos lleva y nos trae y por medio de la cual somos y conocemos el mundo.
Este hermoso mecanismo que a veces olvidamos quiere siempre sostener un diálogo con nosotros por medio de su bienestar o de su malestar. Está diseñado para servirnos. Sin embargo, las más de las veces lo tratamos como un subvalorado objeto y no como la máquina inteligente que es, que llega incluso, muchas veces por medio de la enfermedad, a revelarnos cosas sobre nosotros mismos que no sabíamos: a cuánto estrés nos hemos sometido, cuánto hemos fallado en el mantenimiento y en el reposo de ese privilegiado aparato, a cuánta presión innecesaria lo hemos sometido por medio de la alimentación, la postura y el ejercicio en proporciones descomunales, o demasiada quietud.
Y es que ese diálogo que algún día el cuerpo inexorablemente inicia con nosotros es un camino que conduce a lo más recóndito de nuestro interior, a ese lugar que guarda secretos que ni siquiera sospechamos. El espléndido cuerpo busca la manera de comunicarse para decirnos, “mira todo lo que te echaste encima”, “mira todo lo que innecesariamente sufriste”, “mira cómo tus pensamientos me dieron forma contrahecha”.
El cuerpo no va por un lado y el alma por el otro. El alma deja en el cuerpo la impronta de sus caminos y el cuerpo a su vez le responde, y le enseña, y así sucesivamente. El cuerpo es por excelencia el maestro de la frugalidad y de la sensatez por su forma de reaccionar a la falta de estos. Pareciera, sin embargo, que a veces nos olvidáramos de que habla nuestro idioma, y que quiere servirnos con fidelidad. Por eso hay que abrir un espacio de tiempo para iniciar, si no lo hemos hecho, un diálogo con nuestro fiel escudero, para preguntarle cómo se encuentra, qué necesita de nosotros, o, aunque sea, para darle las gracias por sus servicios incondicionales y desinteresados. «Gracias, buen amigo, por albergar mi ser con tanta nobleza. Procuraré seguir escuchándote. De acá para adelante, tú, y yo, cuidándonos, y hablándonos, hasta el final».

Comentarios