Desde el fogón

Publicado el Maritornes

El corazón a cielo abierto

Maritornes se encuentra en la etapa de la vida en la que la generación precedente empieza a ocultarse tras el gran velo. Sopla con fuerza el viento irreversible que se va llevando una a una las tejas de la casa, las de la propia, las de la ajena. El corazón nos queda—lleno de preguntas y de nostalgia—, a cielo abierto.

Para ser una historia que inexorablemente viviremos, nos toma demasiado por sorpresa. En tiempos de hijos surge una plétora de consejos y de libros que nos detallan paso a paso el desarrollo del bebé dentro del vientre, cómo será el posparto, en qué orden saldrán los dientes y qué podemos ensayar para que los hijos duerman toda la noche. Esta otra tormenta, en contraste, nos toma por asalto con su caudal de dudas, de incertidumbres, de dilemas, de discrepancias y de aprendizajes (que tendremos escaso tiempo para poner en práctica).

Si uno habla con sus coetáneos se da cuenta de que, de una u otra forma, casi todos están en proceso de descorrer las persianas para constatar que la tormenta que se llevará a los mayores ya se desató. Y surgen entonces esas preguntas universales sobre hasta qué punto respetar la voluntad de los ancianos, que casi siempre saben cómo quieren ser ancianos y cómo quieren morir, pero que no siempre lo saben comunicar, o no siempre encuentran oídos atentos; cómo cuidarlos, cómo prepararlos, cómo es la paz que requieren y cómo amarlos con lealtad, gratitud y dulzura sin sucumbir en el intento.

Es posible que casi nadie pueda sentir que, en ese proceso, acertó en todo. Ocurrirá que la víspera, y después de muchos desvelos, no fuiste, o no llamaste, o no llegaste, o no arropaste, o no trajiste el pan preferido, o no escuchaste con atención la historia que habías oído antes en innumerables ocasiones.

Valdría la pena que nos acompañáramos más en esta historia universal, no tanto para quejarnos de las dificultades, sino para apoyarnos y darnos aliento, y para recordarnos, con la idea de hacer menos espinoso el desierto que nos espera, las hermosas palabras de San Agustín: «Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; […] si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos».

Y sería bueno recordarnos unos a otros que todo lo que hagamos por el bienestar y la alegría de nuestros mayores habrá valido la pena al final. Un día, un triste, muy triste día, no estarán y ya no podremos dudar si llamar ahora o más tarde, si visitar hoy o la semana entrante, y no tendremos quién nos absuelva las incógnitas en su historia. Sin embargo, no se trata de quedar llenos de pena y remordimiento por lo que omitimos; se trata de saber que despedir a la generación anterior es uno de los más solemnes y complejos ejercicios de amor, y que a todos nos llegará ese día, antes de que seamos nosotros los despedidos —con algo de suerte, de la mano de una generación que sabrá respetarnos y ponernos con sensibilidad, armonía y amor en la ruta definitiva.

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