Ante grandes tragedias los acontecimientos que nos alegran y nos causan aleteos en el alma quizás carezcan de influencia, o no sean pertinentes. Para las grandes tragedias, empatía, silencio y comprensión. En la vida cotidiana, no obstante, el poder agregado de contarnos lo bueno es descomunal.
Así pues que, a menos que lo exija tu alma como cuestión de vital importancia, tal vez mejor no me cuentes que al sobrino de la cuñada de la prima lo mataron por uno de esos oscuros motivos (de los que tanto hay) en un giro siniestro de la vida; si es posible cuéntale más bien al vecino que los colibríes regresaron al jardín, o que el arroyo —antes turbio y muerto— ha vuelto a ser cristalino. Cuéntame, eso sí, que el árbol de madroño dio su mejor cosecha y unos hermanos se reconciliaron a la sombra de sus ramas. No quiero saber que en Macedonia se descarriló un tren y causó la muerte de una veintena de personas. Más bien quisiera saber que viste un venado cuando salía la luna. No es indiferencia. Es un deseo de unirme a la luz cambiante del cielo y no al deslave de la erosión que arrastra a su paso la esperanza y la deposita en un lodazal.
¿Por qué habrían de ser más importantes las malas noticias, que desde los noticieros nos azotan los oídos y el alma de sol a sol? Podríamos darles la vuelta, aunque fuera un poco, al periodismo, y a las charlas casuales, y a la cátedra, y darle su justo valor al poderío de conocernos y de conocer el mundo por su lado luminoso. No estaría mal hacer el experimento de mirar la alegría del perro y no las enfermedades que transmiten sus pulgas, difundir la belleza del arrullador sonido de la lluvia en lugar de reclamar la ausencia del sol.
No se trata de vivir a espaldas de la realidad, sino de elevar de categoría otra realidad, la que no celebra a bombo y platillo la crueldad más estridente, el comportamiento más abyecto y el mayor número de muertos, sino la que es capaz de pregonar con fuerza la esplendorosa buena noticia de la vida —que se renueva, que continúa y que tantas veces nos acaricia sin que nos demos cuenta—. Habrá sin duda algunas malas noticias que debamos conocer, pero si es posible elegir, elijamos armar un murmullo que tienda hacia arriba, y que le ayude al amanecer.