En agosto de este año la ilustradora Cristina León y yo culminamos un proyecto que me tiene muy orgulloso. Se trata de un libro para niños, que me inventé yo, ilustró ella y editó el Colegio Bilingüe José Max León (institución a la que aterricé de manera inevitable desde antes de nacer). Se llama ZorrizoThe path of the hedgefox. Sus páginas, y ramificaciones online, se despliegan en varias direcciones:

En primera instancia esperan contar una historia maravillosa…y no una exclusiva para los lectores menos experimentados. Esos “raros lugares encantados”, como los definía Astrid Lindgren, “a los que podemos ir y encontrar las más raras de las alegrías” deben seguir siendo el refugio vigente a lo largo de todas nuestras vidas. Cumplirán su propósito si entregan a los lectores las llaves de la sana picardía de la niñez que a veces perdemos a medida que crecemos. Hemos querido honrar también el humor, la sinceridad y la capacidad de sorpresa, todas virtudes que no deberían perder vigencia en lo que consideramos un espíritu sano.

Una mente abierta y un corazón flexible son dos poderes de la mayoría de los niños. De esta capacidad se desprende gran parte del poder humano para una convivencia sana y la generación de una comunidad funcional: el perdón, la solidaridad, la empatía, el diálogo. Por esto también hemos querido generar un libro que juegue con dos idiomas, pero buscando una línea de lectura que ahonde los sentidos de la lectura. Creemos que existen suficientes libros con ejercicios hermosos s de traducción literaria (la maravillosa escuela de Traducción Literaria Antoine Bermann de la Universidad de Antioquia nos ha servido de cómplice en varios proyectos propios) y en cambio pocos malabares con la diversidad de sentidos que esconde el bilingüismo. Recorrer el camino de Zorrizo o The path of the Hedgefox es pasar por entre los mismos árboles, pero concentrarse en diferentes líneas del paisaje: en un idioma se buscan los pájaros, en el otro se cuentan los frutos. O algo así.

Por otro lado, quisimos aprovechar una oportunidad que tiene que ver con la diversidad de formatos, plataformas y canales que ofrecen nuestros días: desde el inicio nos imaginamos un libro impreso que tuviera una extensión en el mundo virtual. Al ser éste un proyecto de la editorial de un Colegio concertamos con docentes y directivos ejercicios y reflexiones que, a través de ese portal multidimensional que puede ser un Código QR, se pudieran ofrecer a niños y adultos. Aún sin haber sido comercializado en librerías, profesores y padres de familia que lo han tenido en sus manos aplauden que los invitemos de manera tan sutil a integrar pantallas y páginas, escritorios de hacer tareas y mesas colonizadas por computadores, en un ejercicio de lectura.

Inculcar la lectura profunda es un ejercicio cada vez más importante en la era de la sobreinformación y la sociedad del cansancio. Lo es también porque muchas jóvenes familias colombianas no están dispuestas (o en capacidad) de destinar parte de su presupuesto a libros. Pueden parecerles objetos caducos y obsoletos por su incapacidad de abrirse como cajas de Pandora en links de vértigo y ventanas hipnotizadoras. O demasiado ineficientes porque piden esfuerzos adicionales a mover los pulgares. Pero sobre todo son caros. Y el palo no está para cucharas.

Por lo anterior, también decidimos que nuestro libro sería aprovechable al máximo, a favor del bolsillo de las familias. Con sus ilustraciones llenas de detalles y códigos secretos, sus dos idiomas recorriendo dos senderos de una misma montaña y su capacidad de integrar el objeto impreso y parte de la inmensidad virtual, Zorrizo también sería un libro que se aprovecharía en al menos tres asignaturas diferentes. Primero un libro extenuado por ser bitácora de tres procesos que una guía de estudio caduca, impecable como peso muerto al final de periodo escolar.

Y finalmente, la razón por la cual creemos que sigue valiendo la pena agregar un libro más a las estanterías y los anaqueles: ofrecemos un espacio para reflexionar sobre algo que no preocupa y nos apasiona. Algo que consideramos urgente y profundo. Se trata de nuestra posibilidad y disposición a los encuentros y al perdón.

Los humanos tenemos la posibilidad de construir a partir de contrarios. El método filosófico conocido como dialéctica (dialektiké), nos invita a exponer una idea (tesis), contrastarla con su opuesto (antítesis) y de esta fricción ser capaces de generar una nueva manera, otro símbolo, una tercera opción consensuada (síntesis). Tenemos la posibilidad de construir a partir de contrarios, aunque no sea la decisión más frecuente.

La diferencia que separa a dos opuestos contiene el poder de crear algo que no existía antes. Las fuerzas contrarias pueden generar nuevas formas a partir de la fricción. La destreza para compaginar pacíficamente con otros es lo que diferencia a un gestor de ideas y soluciones de un componente pasivo de la realidad, de algo que destruye.

Este poder solo se despliega a través de la paz y la transparencia que exige un intercambio, en vez de un choque. Tratar de convencer al otro, entender sus argumentos, explicarme para que entienda los míos, son algunas acciones propias de la dialéctica. Implican respeto, flexibilidad, paciencia y creatividad, entre otros valores que son cada vez más necesarios en nuestros días de migraciones, radicalizaciones, imposiciones.

El poeta griego Arquíloco escribió “el zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una sola gran cosa”. Retomando esta metáfora, el politólogo y filósofo Isaiah Berlin propone dividir a escritores y pensadores (y quizás a toda la humanidad) en dos categorías generales: están quienes resumen todo a una visión central, a un solo sistema coherente a través del cual piensan y sienten. Aquellos se guían por un principio rector universal. Tienden a ser como los erizos: prudentes, introspectivos, analíticos, mesurados, defensivos…Viven, sienten y crean según lógicas centrípetas: la fuerza de su existencia gira en torno a un centro que nunca deja que sus formas se salgan de los parámetros de lo predecible.

En el otro grupo están quienes siguen la pista de muchos y variados centros, que no necesariamente están relacionados entre sí ni parecen conectados a simple vista. No temen la contradicción. Su pensamiento suele ser disperso, sus movimientos impulsivos. Son dados a la frescura de la improvisación y no al minucioso camino de la planificación. Primero son irresponsables antes de caer en la adoctrinación. Creen que la esencia de las cosas está condicionada por la multiplicidad y el cambio. Su lógica es más centrífuga, usualmente lejos de lo perfecto y lo predecible.

Una metáfora siempre deja el aire para los matices. No se debe insistir en una clasificación absolutista de la naturaleza, menos de la humana. Es tan compleja y hermosa que escapa a las aspiraciones de un lenguaje determinista (de ahí el valor de la poesía, pero eso es materia de otro escrito). Esta dicotomía nos debe servir apenas como punto de partida para observar y comparar.

Escribir un libro para niños es un reto fascinante: las ideas deben ser sencillas y contundentes. Es necesario modelar con precisión el texto y ser exacto en la escogencia de las palabras. Es falso que uno “vuelva” a la sencillez y a la claridad de los niños. La mejor manera de escribir un libro de estos es aceptar que los mejores lectores son aquellos que, a pesar del paso del tiempo, siguen siendo directos, honestos y exigentes con sus autores y sus ilustradores. La mejor forma de interactuar con niños que leen es aceptar que ellos son los mejores críticos y la mejor influencia. No se vuelve a la sencillez de nadie, se evoluciona hasta volver a lograr algo tan benéfico.

El uso del bilingüismo en una historia sobre dos personajes que chocan y construyen desde sus diferencias me pareció un componente apenas natural en un libro sobre el poder de la dialéctica. Si para construir con el otro debo respetarlo, estudiarlo y tratar de entenderlo, la capacidad de incorporar otro idioma a mi universo es la una habilidad que me lo facilitará.

Trabajar con Cristina León ha convertido la elaboración de este libro en un reto de alegría. Me sentí muy orgulloso por haber encontrado una madriguera que haya resultado inspiradora para una artista de su talla. Cada forma y cada trazo fue un momento que afirmó nuestra amistad. Fue un gusto encontrar de nuevo centros y periferias que nos reciben.

Un nuevo libro de ambos que habla sobre el poder de los contrarios sale buscando a sus lectores. Enfrenta un mundo que renueva su vocación tóxica de partirse entre bandos que prefieren el facilismo de la sangre derramada al esfuerzo de la construcción. Las aulas, las bibliotecas, las librerías, los hogares con espacio para la lectura son nuevamente el lugar donde se conservan las tercas formas de la esperanza.

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Espero que dentro de poco se ofrezca en las mejores librerías y portales de compra de libros por Internet.

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