Por: Andrés Felipe Hernández Acosta[1]
El deporte tiene la capacidad de inspirar a la población que se siente representada en los deportistas, y es por esto que esta vuelca sus anhelos en los triunfos que se logran.
Es fácil pensar que Nairo Quintana o Caterine Ibargüen sean ídolos que susciten la emoción en los espectadores que los ven realizarse como deportistas, porque son la representación del éxito que anhelan los ciudadanos en situación de “normalidad”. Más difícil es que se aplaudan los triunfos de los deportistas paralímpicos, a pesar de que parten de circunstancias más difíciles que las de los ídolos nacionales, porque las personas normales no se sienten fácilmente identificadas. Es cierto que tanto en uno como en otro caso hay una muestra de superación triunfal en circunstancias bajo las cuales ejercen su fuerza, empuje y aguante; pero es aún más plausible, que estos logros se obtengan en situación de discapacidad sensorial, física o cognitiva como es el caso de los Juegos Paralímpicos que se llevaron a cabo en Río de Janeiro del 7 al 18 de septiembre de 2016.
Vale la pena recordar que estos Juegos fueron posibles después de que los países aliados (URSS, Estados Unidos e Inglaterra) le ganaron la Segunda Guerra Mundial a las fuerzas del eje (Japón, Alemania e Italia). La democracia reconoce en condiciones de igualdad a todos los integrantes de una comunidad, el fascismo excluía a un porcentaje significativo de la población que no encuadraba en el ideal del sujeto nacional que buscaba construir. También es veraz considerar que la democracia es un proceso de construcción social perpetuo y que de hecho tiene que luchar contra todas las formas de exclusión que genera el capitalismo, buscando abrir espacios de inclusión para las personas en condición de discapacidad para que estas se realicen como seres humanos y deportistas.
Esta fue la intención de Ludwig Guttmann, neorólogo judío perseguido por los nazis, cuando los promovió e instauró en los Juegos Olímpicos de Roma en 1960, al incluir, en competencia análoga, a los discapacitados físicos, mentales y sensoriales. Lo que en un principio se pensó como una competencia para los juegos de verano se amplió para los de invierno a partir de 1988.
El primer colombiano que participó en unos Juegos Olímpicos, Jorge Perry Villate, lo hizo en Los Ángeles 1932, 36 años después de instaurados los primeros Juegos Olímpicos (Atenas 1896). Colombia participó en los primeros Juegos Paralímpicos 16 años después de instaurados, en los de Toronto, Canadá, 1976. En estos lo hizo en atletismo, tenis de mesa y baloncesto en silla de ruedas. Logró sus primeras preseas en Arnherm, Holanda, 1980, al conseguir dos medallas, una de oro y otra de bronce con Pedro Mejía en natación. En Nueva York, 1984, Colombia no participó, pero desde Seúl 1988 en adelante ha participado en todas las justas. En Seúl participó con una delegación de 16 deportistas, cifra que no se superaría hasta Londres 2012 y que fue la respuesta a la desazón de no haber participado en los paralímpicos de 1984. En Atlanta 1996 solo lo hizo con dos deportistas paralímpicos, algo que resulta equiparable con la presentación de Colombia en las justas olímpicas de ese año, donde no consiguió ninguna medalla y que sirvió, en ese momento crítico, para la reformulación de la política que se dictaba desde Coldeportes y el Comité Olímpico Colombiano (COC) para adelantar planes acordes con el sector de alta competencia y que significó los resultados que se han obtenido en los dos últimos juegos olímpicos: Londres, 2012 y Río, 2016.
A pesar de la nutrida participación de Colombia en los Juegos Paralímpicos en Seúl, 1988, solo se volvieron a conseguir preseas en los de Pekín, 2008. En estos se obtuvieron dos medallas: una de plata, con Elkin Serna en atletismo y otra de bronce, con Moisés Fuentes en natación.
Estos dos deportistas repetirían en Londres 2012 al conseguir sendas medallas de plata. Lo que se hizo en Río de Janeiro 2016 no tiene precedentes y fue una eclosión de triunfos que la historia del deporte paralímpico no había registrado hasta la fecha. Ha sido un momento de emergencia de este tipo de deportes que concuerda con la gran participación del equipo olímpico que fue a estas justas un mes antes, mostrando un auge del deporte competitivo en su conjunto al que hay que apostarle más en todas las dimensiones, porque el potencial que tiene Colombia es mucho más alto. En los Juegos Paralímpicos de Río de Janeiro 2016 se consiguieron 17 medallas: dos de oro, cinco de plata y diez de bronce con una delegación, organizada por el Comité Paralímpico nacional, de 39 deportistas, solo 2 más de los que habían participado en Londres 2012, aunque con un porcentaje de mujeres más alto, al pasar de 7, en Londres 2012, a 13 en Río de Janeiro 2016. Esto lo expresaron las deportistas al ganar en estos juegos las primeras medallas con Martha Liliana Hernández y Maritza Hernández quienes consiguieron cada una un bronce en atletismo; a su vez, el equipo femenino de atletismo en relevo femenino de Colombia: Marcela González, Luna Rodríguez, Maritza Arango y Yesenia Restrepo, consiguió otra medalla de bronce.
En la rama masculina, Fernando Lucumí obtuvo en lanzamiento de jabalina una medalla de plata y Weiner Díaz una medalla de bronce. En ciclismo se lograron medallas de bronce con Diego Dueñas, Edwin Matiz y Néstor Ayala. Mauricio Valencia, en lanzamiento de jabalina, volvió a conseguir una medalla de oro para Colombia, que no se conseguía desde Anrhem 1980, además obtuvo otra de bronce en lanzamiento de bala. También, en estas justas se logró otra medalla de oro con Carlos Serrano en natación, 100 metros pecho.
Fue realmente buena la participación de Colombia en los Juegos Paralímpicos de Río 2016. Sin embargo, cuando volvieron al país y se hicieron a las calles a esperar los vítores de la población, esta no se manifestó. La “normalidad” desprecia de manera inconsciente el triunfo de las alteridades que se encuentran en una situación de discapacidad. No se siente identificada. No saben el triunfo que hay en la vida al expresar su fuerza mucho más allá de las circunstancias difíciles bajo las cuales tiene un deportista paralímpico que demostrar su valía a la población y su deseo también de normalización. Es el reconocimiento necesario al que aspira un deportista más allá de la adversidad. Las palabras sobran y faltan para expresar la superación que hay ahí implícita. Hay admiración pero también inspiración y vitalismo en quien absorto observa los triunfos deportivos paralímpicos, que son, como decía Guttmann una lucha y un triunfo contra la depresión, el trauma y contribuyen de manera decisiva a la rehabilitación, normalización e integración en la vida social de estos atletas.
[1] Historiador UN