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Sobre actuaciones, interpretaciones y representaciones: Gérard Depardieu frente a sí mismo

Archivo: El Espectador
Archivo: El Espectador

Por: Jerónimo Carranza

Oriundo de una provincia del centro de Francia, ha actuado en más de 120 filmes y participado como productor o director en uno que otro, es ganador del León de Oro del Festival de Venecia de 1997, y para no contar todos sus galardones franceses, diremos que el más destacado que lleva en la solapa es la Legión de Honor. Ha protagonizado películas de Jean Luc Godard, Francois Truffaut, Andrei Wjada, Ang Lee y etcétera.

Después de escandalizar a la tribuna hace un año por su incontinencia urinaria en el pleno aterrizaje de un avión cargado de vodka, ahora el intrépido Cyrano -1990- le hace pistola a la bandera nacional que rinde culto a los principios más caros de la civilización europea, a los fundamentos del Estado-nación moderno. Son principios que se extienden en la amplia doctrina de los derechos ciudadanos, el más grande orgullo de sus súbditos creadores. Pero como el saurio que muerde su cola, la ciudadanía francesa se halla consternada y ofendida porque su hijo dilecto adoptó la nacionalidad rusa para no pagar los impuestos que le corresponden por ley.

Debido a que el gobierno del Partido Socialista que preside Monsieur Hollande ha aumentado en un 75% la tasa impositiva sobre las mayores fortunas del país, varios multimillonarios, desde los dueños de “nuestros” almacenes Carrefour hasta los actores de ayer  -Alain Delon-, y hoy, -M. Depardieu-, han mudado sus capitales financieros a otras economías, pasando su plata por los apetitosos paraísos fiscales y también por la arcas de las potencias mercantilistas de la actualidad. Una de las predilectas es la Confederación Rusa al comando de Vladimir Putin, quien le garantiza una tasa impositiva del 13% a su amigo Rasputín -2011-. La estabilidad jurídica que aboga el recalcitrante neoliberalismo.

Curiosamente, el Gobierno francés no tuvo en cuenta esa previsible fuga de capitales hacia los mayores receptores del sector financiero: Luxemburgo, Mónaco, Islas Caimán o la City donde mora la Reina Isabel, a unas horas en tren desde París. Por su parte, desde el primer año del milenio, el adusto y soberbio tocayo de Lenin conduce los designios políticos del gigante con una verticalidad incontestable en el campo económico. Ha podido así restaurar la potencia imperial eslava, a partir de un modelo “neo-zarista” con las evocaciones megalómanas que caracterizan a los célebres estadistas del genuino imperio -¿quién sabe dónde nació Lenin, dónde Stalin?: una recia zaga de gobernantes que reconocemos en las figuras terribles que cruzan la historia, desde Iván, hasta el georgiano de la causa obrera. Y Putin no le hace asco adoptar la figura, es una “honorable tradición”.

A esa  herencia personalista ha adherido el  temerario Cyrano de Bergerac (1990), el intérprete de Danton (1983), un admirador profundo de la cultura rusa y buen amigo del árbitro de la política internacional de ésta época que depara terribles escenarios, de no obedecer los grandes jugadores del momento las señales que se indican. Mejor dicho, situaciones como el intercambio de adjetivos entre ambos gobiernos a partir de la escandalosa postura de Gérard, demuestran que las potencias mundiales emergentes no jugarán con la etiqueta si los gobiernos colonialistas insisten en la fabricación de guerras, falsas proclamas y poses chauvinistas que esconden su realpolitik.

Listo para realizar su siguiente obra, una adaptación cinematográfica de Tartufo o el Impostor de Moliere, hemos visto con el proceder de Gérard Depardieu otra actuación de un hombre inteligente y consagrado a su oficio: leer, aprender y expresar la psicología de sus humanos congéneres: por lo común, fantasías a la medida del público, y cuando pasa por lo extraordinario, la representación de vidas que para bien o mal han definido los puntos clave de la historia.

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