
Por: Jerónimo Carranza Bares
II
La ruina escocesa sería más famosa si la ingeniería moderna no hubiese brindado un desastre peor en la era republicana.
Ambición alimentada por las observaciones científicas de Alexander Von Humboldt (1769-1859) en el curso de sus Viajes por el continente iniciados en 1799, las potencias proyectaron las opciones posibles para hacer un canal en Centroamérica.
Para alivio de la conquista anglosajona, la inversión escocesa en Panamá se recuperó con la firma del Tratado Clayton–Bulwer (1850), por el cual se dirimió la disputa hemisférica entre el imperio inglés y la industriosa vástaga.
Triunfo de la potencia americana, se inauguró el ferrocarril interoceánico de Panamá con terminal en el campamento de Aspinwall, relleno sobre la isla de Manzanillo que al poco tiempo habría de ser la ciudad de Colón, fundada en 1852.
El emprendimiento cobró miles de muertos para trazar la primera comunicación artificial de los océanos, sin referirnos a los senderos ancestrales y al camino de Cruces de la Colonia.
Apoyada por una tradición jurídica del patriciado local panameño, representado en los legisladores Mariano Arosemena y su hijo Justo (1817-1896), diversos aspectos de la justicia anglosajona imperaron en el primer Estado consagrado por la Confederación Granadina, en 1855.
En ese contexto de la república federal colombiana, se recuerda la batalla de la sandía de 1856, cuando un vendedor ambulante dio machete a un yankee que no le quiso pagar el “cuara” (quarter) a cambio de la patilla.
La gresca originó una revuelta justo en el momento en que llegaba un tren con extranjeros, quienes se parapetaron en la estación enfrente a los vendedores locales que perseguían al canalla de Oliver y sus forajidos.
La Batalla de la Sandía causó la muerte de dieciséis extranjeros y dos nacionales. En represalia, el gobierno de EEUU desembarcó las tropas de sus naves en la bahía panameña, con la amenaza seria de destruir la ciudad si el gobierno colombiano no resarcía sus reclamaciones.
Superada la trifulca, los yankees se bajaron del ferrocarril centroamericano en un par de lustros, cuando se apoderaron sobre rieles del occidente del Mississippi, para asentarse en California, donde revivió la quimera del oro bautizada por españoles.
Pero los capitalistas del Nuevo Mundo no vendieron la línea férrea de Panamá sino hasta el día en que apareció en la gélida Bogotá un descendiente de los Borbones y sobrino de Napoleón Bonaparte.
El ingeniero Luis Bonaparte Wyse (1845-1909), en compañía del anarquista Eliseo Reclus (1830-1905), conmocionó a la remota santafereña y ante su presencia aristocrática los cachacos cedieron la construcción de la obra del Canal de Panamá en 1878, no con el fin de ver la maravilla interoceánica sino con el de exprimir esta empresa para costear la guerra permanente de las élites colombianas.
Los sueños místicos que trasnochaban al hijo de los legendarios Reyes Católicos, Carlos I de España en los que veía la unión de los mares a mediados del Siglo XVI, se realizaron tres siglos después, gracias tanto a la ingeniería, como a la esclavitud del progreso.
Puesta en la escena de New York por parte del promotor del Canal de Suez, el ingeniero Ferdinand de Lesseps se presentó junto a Gustav Eiffel para vender los bonos millonarios de la Compañía Universal del Canal Interoceánico.
Al tiempo, el hijo de Ferdinand, Charles de Lesseps, se adentró en las selvas a conducir la apertura de la tierra a punta de pica, pala y dinamita, para atravesar los 90 kilómetros que se extienden en la parte más estrecha de Panamá.
Llegaron cientos de miles de obreros, agrimensores, ingenieros y practicantes de todos los oficios, e incluso, dice la leyenda que Paul Gauguin pintó un mural en una taberna de Colón mientras descansaba de cavar en el fango.
Pero De Lesseps se encontró con un problema que no existía en el Levante oriental cuando se unieron las aguas del Mediterráneo y el Mar Rojo. La diferencia del nivel de la plataforma entre los océanos hacía imposible superar el obstáculo terrestre del Istmo.
Para desgracia de miles de hijos e hijas de Trinidad, Barbados, Jamaica, Guadalupe, Martinica, Colombia y demás países, muertos por miles víctimas de la malaria, la tuberculosis y la sempiterna gonorrea, de Lesseps se empeñó en que se hiciera el canal a nivel.
Exprimida por el fisco colombiano y por la peste, la Compañía existió hasta 1889.
Desde las alturas de su imperio naciente, el águila calva planeaba sobre Panamá.
III
La empresa del Canal cambió de nombre varias veces, hasta que el gobierno republicano de Teodore Roosevelt aprovechó la ruina del departamento que fuera Estado federal hasta 1886.
Sin haber estado involucrada en las guerras que enfrentaron a los estados colombianos en el siglo XIX, la comarca panameña fue sometida por la presión sobre la cuenca del río Chagres en el cauce del futuro canal, como relató el novelista panameño Gil Blas Tejeira (1901-1975) en su novela Pueblos Perdidos (1963), y recientemente la historiadora Marixa Lasso (Erased: The untold history, 2019).
La llamada Regeneración impuesta en Colombia por los conservadores ortodoxos aliados con los liberales moderados del Partido Nacionalista de Rafael Núñez, llevó a que los panameños de esa bandera liberal se unieran en 1900 a los alzados contra la tiranía goda.
Después de cometer errores estratégicos en las batallas decisivas de la Guerra de los Mil Días, en 1902 los liberales encabezados por Rafael Uribe Uribe se rindieron en la hacienda magdalenense de Neerlandia, en el norte de Colombia.
Más luego del armisticio corrió sangre en la capital de Panamá y en las provincias centrales para disputar el último bastión en contra del régimen, la resistencia de la provincia de Coclé comandada por el general Victoriano Lorenzo, quien se entregó y a traición fue fusilado en los arrabales de Panamá, el 15 de mayo de 1903.
Enfrente de las expectativas urgentes de los inversionistas de la Compañía del Canal, Roosevelt desplegó alas y garras. La potencia americana no reparó en mutilar a Colombia por medio de un soborno de magnitudes inciertas, el cual llegó a manos de funcionarios corruptos y conspiradores, como cuenta el historiador novelista Eduardo Lemaitre (Panamá y sus separación de Colombia, 1972).
Habiendo fraguado la conspiración aquellos mismos políticos que entregaron a Lorenzo al gobierno colombiano, la República de Panamá nació con la firma de un tratado entre el representante de los inversionistas, el francés Philipe Buneau-Varilla (1859-1940) y el Secretario de Estado de los EEUU, John M. Hay, un connotado hispanista.
La mutilación de la república colombiana para adueñarse del Istmo abandonado en las manos de esa madriguera de “liebres”, como llamaba el emperador Roosevelt a los políticos nacionales, segó la vida de un comerciante chino y de su burro desgraciado, después de que el único barco de la armada colombiana rondando la bahía arrojara balas de cañón contra el arrabal, en un gesto patriótico que selló la penúltima de las independencias de este enclave, el 3 de noviembre de 1903.
La venta de Panamá por parte de los funcionarios y otros personajes de origen “neogranadino” vinculados a la burguesía comercial se realizó en forma de los procedimientos jurídicos de antaño.
Los EEUU se adueñaron de la zona de 15 kilómetros en las dos orillas de la zanja interoceánica y construyeron el Lago Gatún, en su momento el lago artificial más grande del mundo, para alimentar los juegos de esclusas en su tránsito por el estrecho canal.
Varios factores facilitaron la finalización de la obra. Ya se había excavado buena parte del trayecto durante los quince años de labores de la Compañía francesa, y para fortuna de todo el mundo, la vacuna contra la fiebre amarilla lograda por el cubano Carlos Finlay, al servicio estadounidense en la isla, llevó al saneamiento urbano de Panamá y Colón, siendo superada la peste que diezmó a los trabajadores de la Compañía francesa.
Más sobre todo, fue la experiencia de los ingenieros militares en las obras de estabilización del río Mississippi lo que permitió llevar a cabo el Canal en 1913. Dirigidos por el comandante David Du bose Gaillard, consiguieron regular el flujo del Lago Gatún y romper las enormes piedras que se interponían en el trazado.
Logrado su cometido de controlar el tránsito marítimo en ambos lados del hemisferio, a partir de entonces los EEUU impusieron un régimen de apartheid en la franja ocupada, aplicando la legislación del estado de Georgia en el enclave tropical.
La consecuencia principal de la existencia de la Zona del Canal durante casi cien años ha sido la exclusión y el racismo en contra de los trabajadores antillanos que arribaron al país y en contra de la cultura de sus descendientes.
Continuará…