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Las 8 estrategias

Foto: https://www.regeneracionlibertaria.org/manifiesto-el-ridiculo-fascismo-de-brasil-o-fascismo-caricato-do-brasil

Por: Jerónimo Carranza Bares

El ex juez y ministro de Justicia de Brasil, Sergio Moro, fue instructor del proceso Lava Jato que tiene tras las rejas a Luiz Ignacio “Lula” Da Silva, presidente del país entre 2003 y 2010.

Lava Jato es un enorme caso de lavado de dinero público denunciado en 2014, erario que se “blanqueaba” por medio de empresas de fachada como lavaderos de autos, y de ahí su nombre. Arrastró a senadores y funcionarios, incluido el presidente de la petrolera nacional PETROBRAS, en torrente de mordidas de tiburón que se volvieron mandíbula de cachalote con la quijada de Odebrecht.

El acusador de Lula, el ministro Moro, es un joven abogado de Harvard que hace parte de la clase alta urbana y blanca que votó en masa por Jair Mesías Bolsonaro, ex capitán de paracaidistas que se rebeló hace 30 años contra la mala paga de los militares y, desde entonces, él y su monstruosa familia han hecho carrera de pastores de votos, llevando a las urnas a las bestias cariocas –dícese de los autóctonos de Río de Janeiro-, una población dominada por la delincuencia y propensa a las armas.

El cañonero se llevó a Moro a su elenco de ministros circenses más que castrenses, gracias al involucramiento de los gobiernos de izquierda con el carrusel de la contratación, que al modo de Bogotá hace diez años con Odebrecht involucrada y parte del mismo esquema, dio para las triquiñuelas de la “inversión extranjera”, inversión venida al suelo tras la acusación de las cortes estadounidenses y arresto de Marcelo Odebrecht. El caso Lava Jato apuntaló el golpe de Estado legislativo contra la electa Dilma Roussef, ocurrido hace tres años.

Después de ser la estrella del guión amañado en la serie O Mecanismo de Netflix, el escudero de Bolso fue pescado en la masa informática por la aparición reciente de mensajes de texto exigiendo la condena del carismático Lula, quien seguramente iba a ser reelecto por segunda vez tras la destitución de Dilma y el arresto del vicepresidente y líder del senado, Michel Temer.

Monstruo de Dios que pide cagar día de por medio para detener la devastación amazónica, el análisis de Bolsonaro, oportunista de las redes sociales y que llegó a Planalto gracias a la destitución de Dilma tanto como al impedimento de la candidatura de Lula debido a su arresto, nos lleva a la reacción que el electorado contra corrupción y el crimen de la nación “mais grandes do mundo”

Aunque Brasil parece que no tiene frenos republicanos para tomar las armas imperiales y enfriar la historia, las catorce características históricas del fascismo imperante en la séptima nación más populosa de la tierra están inspiradas en la descripción típico-ideal del fascismo encarnado en el “Trump brasileño” que hizo el ex director del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales –CLACSO-, Pablo Gentili, para el portal de elpais.com.

Gentili explicaba los rasgos del Bolsonazismo a partir de las facetas del “Fascismo Eterno” expuestas por el escritor Umberto Eco en su ensayo “El fascismo nuestro de cada día”, texto consultable en el portal Opera Mundo y que trata de la retórica articulada para construir el primer gobierno fascista instaurado en Europa en 1922, mucho antes del triunfo del nazismo de Hitler en 1933.

Las bases ideológicas del fascismo fueron caracterizadas por el semiólogo italiano, testigo del mesianismo del Duce; monarca eterno hasta el día que fue capturado por la Resistencia italiana, fusilado y vejado por sus compatriotas.

Modelo que se recrea en el arte clásico y en la escultura, el fajo de tallos que simboliza la autoridad republicana de Roma (il fascio) fue secuestrado por el imaginario del socialismo de derechas –laico, nacionalista, populista- que se abrió paso en la década de 1920 entre la rivalidad de anarquistas, comunistas y socialistas.

Causa del fascismo proclamada con la demagogia basada en la violencia como acción política y en decadentes pretensiones colonialistas, usa el programa corporativo de la solidaridad de las clases sociales y de la representación de los intereses gremiales, todos “uníos” por la Nación.

Son catorce las características del “fascismo eterno” que enumera Eco y solo en una de sus facetas se torna la imagen actual de la nueva era de la mano dura y que trasciende la presencia de múltiples militaristas en el trono suramericano.

El autor de El Péndulo de Foucault relaciona estas formas políticas “eternas” por las que aparentemente votaron 57 millones de brasileños y amenaza con invadir a la vecina Venezuela antes de arrasar la Amazonia propia.

  1. Apego a la tradición – Brasil le rinde culto al Imperio portugués

Tras la invasión de Portugal por parte del ejército napoleónico, la corte de Braganza se trasladó a Río de Janeiro en el año de 1807.

De la mano de la Iglesia Católica, el Imperio ahogó cualquier proyecto republicano y pospuso la abolición de la esclavitud hasta finales del Siglo XIX, cuando en Colombia la manumisión definitiva fue promulgada por José Hilario en 1851, luego de que Bolívar la decretara en 1821.

Al conjurar las revoluciones liberales y secesionistas del Norte y del Sur del Imperio, Portugal evitó la fragmentación de sus vastos dominios y los amplió al arrebatarle territorios a Colombia, Argentina, Bolivia, Paraguay y Perú, en hábiles maniobras diplomáticas y cruentas guerras.

De las conquistas de Brasil se jacta Bolsonaro, quien refleja dos tradiciones culturales del país: La religiosidad y la cultura militarista.

Más cerca de su corazón que el bautismo protestante en el Jordán, el militarismo de Bolsonazi se refunda en la veneración al estamento personificado en Getulio Vargas, presidente desde 1930 hasta 1945 y luego desde 1951 hasta 1954, año en el que se suicidó en el Palacio de Catete de Río de Janeiro, entonces la capital del país.

Vargas reprimió la organización de comunistas y anarquistas que llegarían por miles con la inmigración obrera, especialmente de Italia y España, mientras ganó su base electoral entre la creciente población de las ciudades nutridas por la inmigración de nordestina y comunidades de europeos, japoneses, sirios, mientras campesinos recibieron subsidios y minifundios para forjar un mundo prometedor en la trilla del café.

Modernidad postergada, la apertura democrática de Brasil asomó en el gobierno del empresario de Minas Gerais Juscelino Kubistchek, posibilidad que se atrevió a más en los gobiernos siguientes de Janio Quadros y su vicepresidente Joao Goulart, los cuales perseveraron políticas socialistas hasta tocar las fibras de las élites millonarias.

Las fuerzas militares hicieron el golpe de estado de 1964 y gobernaron hasta 1986, siguiendo las prácticas terroristas del Plan Cóndor de la CIA. El régimen alineado mantuvo la opulencia de la casta europea e impulsó el ascenso de la clase media dedicada a la sustitución de importaciones y a la exportación reforzada con modernos polos industriales, como la renovada metrópolis de Manaos, en el centro amazónico.

Pero no fue resuelta la marginación de las clases desposeídas en las urbes y de los pueblos indígenas y campesinos, asediados en las inmensidades del Matto Grosso, el nordeste sertanejo y el Amazonas, zonas que eran remotas hasta hace muy poco tiempo.

La otra parte tradicional del país es la religiosidad que se disputa el credo entre la enorme grey católica -vale recordar adónde fue el primer viaje del Papa Francisco en 2013-, con una explosión evangélica que cultiva el repudio a la institución romana.

El Vaticano se cobra el aislamiento de la teología de la liberación, causa de los pobres tan pasada de moda y cuyos principales representantes fueron el Obispo de Bahía, Helder Cámara y el Arzobispo mártir y santo salvadoreño Arnulfo Romero.

Hay un abismo entre el norte sertanejo, región pobre que vota por el Partido de los Trabajadores; en el otro polo se halla el sur superpoblado y que se hizo bolsominion hace un año. La equívoca fabricación “evangélica” de Lula también fue recreada en la vistosidad de los cultos dirigidos a los desposídos.

 Continuará…

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