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La protesta social en un contexto suramericano

Foto: Archivo El Espectador

Por: Jeronimo Carranza Bares

Ante el paro nacional del 21 de noviembre , que se espera con expectativa y zozobra, valdría la pena recordar un aspecto de la huelga general del 14 de septiembre de 1977 en contra del paquetazo de Alfonso López Michelsen, quien transitó de la Revolución en marcha, de su padre López Pumarejo, a su Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) y de ahí al liberalismo frentenacionalista con una inflación en desbandada durante su gobierno, presto a obedecer los dictámenes del Banco Mundial y el pacto de Breton Woods de 1944, que estableció las condiciones del capitalismo financiero en el orbe.

La de 1977 ha sido la huelga general más extendida en la historia de Colombia y dejó en claro una realidad marcada de la cultura política colombiana desde la segunda mitad del siglo XX o desde el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, quien convocó fastuosas y multitudinarias marchas para unir al país real con la política: el establecimiento del poder, procedente de la usurpación de la res pública del Estado desde el tiempo de la encomienda, ha conservado un régimen colonial –que no feudal- en medio de la transformación económica que permitiría el cambio de la condición ciudadana de los países americanos.

La noción usual de la historia nos indica una ruta desde el pasado remoto de las civilizaciones de Mesopotamia y Egipto hasta el día de hoy, en el que vivimos en un mundo paralelo de la tercera dimensión que pasa por la conquista americana, suceso y proceso que nos enseñan como un accidente, y de ahí el término absurdo del “descubrimiento” del continente, habitado por quizás 30 millones de personas en 1492 y la mayor cantidad a comienzos del Milenio IV a.C. (site: Statistics is beautiful).

Esta afirmación viene al caso de la historia como un relato ajeno al drama y a la poesía, pero versado sobre la cronología de los hechos de la vida del pueblo que recopila, procesa y cultiva esa narración. Nuestra sociedad apenas conoce de los hechos de la conquista, de los asesinatos cometidos por Jiménez de Quesada en su invasión de los reinos muiscas, o de los que haría el “Descubridor del Mar del Sur” –otra fantasía europea-, Vasco Núñez de Balboa, y su expedición por el istmo del Darién con perros cebados con carne humana.

En estos días de protestas en Chile, los ciudadanos de Concepción derrumbaron el monumento de Pedro de Valdividia, otro representante de la horda de visigodos cristianizados que junto con moriscos y judíos conversos llegaron a saquear los pueblos americanos. Las manifestaciones callejeras de Chile nos han enseñado el valor de una juventud siempre vanguardia de la protesta en todos los órdenes culturales y marcada por los versos románticos –apasionados e idealistas- de poetas y cantantes, pero la raíz de la fuerza iconoclasta contra el conquistador Valdivia está sembrada hondo en la resistencia de la Nación mapuche o araucana, invadida por los otros chilenos armados con las armas de fuego y los discursos evangelizadores de la civilización seudo cristiana.

En una generalidad sobre la noción de la historia que mantienen muchos pueblos indígenas que encuentran su pasado en el futuro, como fruto de la conversión del presente invasor y que va al origen alienado en su pensamiento y sus ideales, la crónica de la conquista narra la leyenda de Caupolicán, el líder traicionado por el español y sometido al pesado yugo del árbol gigantesco sobre sus espaldas. El poeta nicaragüense Rubén Darío compuso una oda a ese personaje, que ojalá sea erigido en el lugar del conquistador Valdivia en el centro de Concepción.

Junto a Chile y muy cercana en sus horizontes de pueblos guerreros desde antes de la Conquista, dolorosamente una gran parte de la Nación boliviana ha caído en el negocio evangélico que forja pacientemente su agenda del antiguo testamento, política antinacionalista y que para fines de una sociedad pluriétnica como la boliviana permite el rechazo temporal de una parte de la población a Evo Morales, campesino cocalero que llevó a su país del subdesarrollo estructural a una economía de modernidad, involucrada con la globalización e igualmente desprovista de dispositivos de defensa cultural. En ese sentido, las tensiones históricas entre el oriente boliviano, limítrofe con Brasil y Paraguay, y el occidente andino denominado Alto Perú en la época colonial por pertenecer a ese virreinato y  que era fuente de la plata, ha sido aprovechada por ola de mercaderes de la palabra que materializan con sangre la política neoliberal.

Asciende la protesta indígena en las calles de Ecuador y su gente marchando en contra de las alzas en impuestos y de los recortes sociales decretados por Lenin Moreno en el viraje gubernamental de un proceso político que, al igual que en Bolivia, exponía logros de ese país sometido desde el siglo XIX por las oligarquías exportadoras de materias primas.

La conquista de Colombia sigue en pie desde hace 500 años y se refuerza con el retorno de la ideología de inhumanidad expresada en la masacre de niños reclutados a la fuerza, de la persecución de los líderes que cuidan nuestros recursos naturales, muchos de ellos indígenas y que, víctimas en sus territorios, son estigmatizadas por un despojo de la identidad –un estupro- oficialmente autorizado en la conducta perversa del presidente Iván Duque.

En el momento en que los procesos políticos de comienzos del siglo XXI empezaron a caer en Venezuela, Brasil, Argentina, Perú, hubo la impresión de que la derecha conduciría una política menos sujeta a los postulados neoliberales, inclusive en favor de los intereses mercantiles de millonarios como el presidente de Chile, Sebastián Piñera, o de un político de derecha comprometido con el genocidio uribista, como Juan Manuel Santos, quien impulsó el proceso de paz con las FARC, lo hizo realidad, se lo hicieron añicos y se fue de vacaciones.

En poco tiempo el establecimiento continental pierde todo respeto con su dedicación represiva de estudiantes, de mujeres campesinas, de la ciudadanía inconforme. Mientras tanto en la Argentina, desesperada con la quiebra de la economía del gobierno de Macri, el peronismo triunfó ampliamente en recientes elecciones, con la mano derecha del matrimonio de los expresidentes Kirchner y Fernández, el abogado Alberto Fernández elegido presidente, quien para supervivencia del Cono sur, necesita poner en equilibrio al atolondrando gobierno de Brasil, en manos del clan indiciado de Jair Bolsonaro.

Volviendo a nuestra representación de la protesta, mañana nos espera la no inusual represión, así que en caso de salir a la calle y por respeto a la tradición cristiana que no discrimina los marchantes de los transeúntes y espectadores, lo mejor será sacar el paraguas, un pañuelo impregnado de vinagre, un casco de cualquier tipo, y si no tiene gafas, mejor tenerlas en el bolsillo y usarlas en caso de necesidad, como cuando las porta el presidente Duque.

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