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La inercia de la política en las elecciones en Bogotá

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Por: Jerónimo Carranza Bares

Aún sin regresar a la realidad del primer momento de lunes con la tragedia de los soldados caídos en Boyacá y los motines en los municipios del país, los bogotanos salieron el domingo a marcar su tarjetón. Una mañana lluviosa, buses atestados y calles repletas de camionetas 4×4, el feriado parecía otra jornada cotidiana.

Más estranguladas que nunca por el peso contante y sonante, las humanidades hicieron apuestas del resultado electoral en Bogotá, batalla inclinada por las fuerzas políticas que pretenden saltar desde la Alcaldía al patio vecino de la Casa de Nariño.

Sacudida la hojarasca del tamal santafereño, la elección quedó entre cuatro candidaturas que reflejan los designios de sus promotores. En las elecciones del domingo no encontramos a un sólo candidato ajeno a castas políticas de larga trayectoria. Ganó la figura de Enrique Peñalosa, quien recibió amplio respaldo de los grandes poderes económicos, los «cacaos», así como del partido Cambio Radical, hogar del vicepresidente Germán Vargas Lleras y la casita del nuevo delfín Galán. Se lanzó el uribismo en cuerpo ajeno del enemigo íntimo del presidente Santos, su primo Pacho Santos; por su parte, el oficialismo reinante del Partido de la U y su bandera Liberal bicentenaria no cuajó en manos de Rafael Pardo, o quizás sus ojos tristes dieron una mirada honesta de la contradicción. La izquierda reunida del Polo cerró el espectro político de su hegemonía en Bogotá con la derrotada Clara López Obregón.

Según opiniones generadas en los medios de comunicación, con la llegada de la izquierda al poder se abandonó una mirada independiente y una tradición de buen gobierno en la capital, abandonada al «caos» los últimos doce años.

En los 26 años que se ha ejercido la elección popular de alcaldes en Bogotá, entre 1989 y 2015,  ha habido ocho: Andrés Pastrana Arango, Juan Martín Caicedo Ferrer, Jaime Castro, Antanas Mockus Sivickas, Enrique Peñalosa Londoño, de nuevo Mockus, Luis Eduardo Garzón, Samuel Moreno Rojas y Gustavo Petro Urrego.

Con el ánimo de sopesar la influencia de estos personajes en las filas políticas, revisamos la trayectoria de los alcaldes pasados. Conocemos al ex presidente Pastrana, cuyo primer cargo provino de esa inauguración del juego electoral en el ámbito local. Como líder del Partido Conservador, ahora, él y los suyos se van con Peñalosa. El sucesor de Pastrana, Juan Martín Caicedo, es un antiguo miembro del Partido Liberal que fue destituido en 1992 y que hoy representa al gremio de la ingeniería civil y ha atacado la prohibición de urbanizar las  áreas rurales de Usme y Ciudad Bolívar establecida por el POT del Alcalde Petro. La medida es un obstáculo para fabricar las viviendas de interés social que está entregando el vicepresidente Vargas, quien capitalizará sus réditos para el candidato ungido del Cambio Radical.

Después de Caicedo vino Jaime Castro, quien fue ministro de gobierno del ex presidente Belisario Betancur. Abogado afiliado al Partido Liberal, critica con esmero esta Alcaldía, sobre todo la prohibición de las corridas de toros en Bogotá. Cuando fue Alcalde entre 1991 y 1993 tuvo la más alta impopularidad. Ahora es distinguido como el salvador de las finanzas del Distrito gracias a medidas de austeridad que se concentraron en la reducción de la burocracia y la venta de empresas públicas, en búsqueda de su «capitalización». Hay que decir que fue investigado en particular por la venta de la Empresa Distrital de Servicios Públicos (EDIS).

En las siguientes elecciones, las de 1994, Antanas Mockus, irreverente ex rector de la Universidad Nacional, fue elegido como el primer candidato por voto de opinión en la ciudad, para hacer un cambio pedagógico performativo por medio de la interiorización de un comportamiento metropolitano usando el concepto de la cultura ciudadana. Su candidatura no provino de la hegemonía de los partidos tradicionales, ya que el Partido Liberal le puso en contra de Peñalosa, pero se lanzó al vacío por invitación de Petro, quien le sugiere al lituano que se lanzara a la Alcaldía. Dos años después de su irrupción contestataria se marchó por la candidatura presidencial.

Entonces, el joven Peñalosa, leyendo la importancia de los movimientos independientes, se lanzó por uno para conquistar el voto de opinión. Ganó en franca lid las elecciones de 1998 frente a Carlos Moreno de Caro, quien, como Pacho Santos, nunca conquistaría el hígado bogotano. En su ya lejana administración se erigieron parques, bibliotecas, colegios, alamedas, ciclorutas, bolardos y el sistema de transporte de Transmilenio. Mientras que los vendedores ambulantes competían las esquinas a indigentes expulsados de la zona El Cartucho, se inició la cruzada del espacio público con una acción policiva contundente. De la cultura ciudadana se pasó a la ejecución de obras, tras Mockus el empuñó de la llave maestra del urbanismo. Y se promovió la primera convocatoria popular para la revocatoria vía referendo.

Antanas Mockus volvió a la Alcaldía tres años después para afirmar su legado, justo a comienzos del siglo, cuando la gente estaba abrumada por el deterioro del empleo, la carestía y la marginalidad. Los andenes recién estrenados, limpios de ventas ambulantes, se adaptaron al uso de la bicicleta, se levantaron puentes y estaciones de aluminio para el tránsito de millones de personas usuarias del Transmilenio. La ciudad debió acoplar sus horarios, recorridos y hábitos al modelo del transporte. Paulatinamente, se fue cayendo la cáscara de la cultura ciudadana. El sistema mostró pronto su incapacidad e ineficiencia.

Así las cosas, los electores consideraron que a la urbanización le faltaba contenido. De ahí que la siguiente elección de 2003 encontró en el ex sindicalista Luis Eduardo Garzón a un candidato enfocado en programas sociales profundos como Bogotá sin hambre, que fue el slogan del Plan de Desarrollo. Políticas focalizadas en la implementación de los comedores comunitarios, refrigerios escolares, incremento del presupuesto en educación y la puesta en marcha del programa de Misión Bogotá para emplear a miles de jóvenes bachilleres. Se logró sacar adelante la reforma administrativa de 2006, que derogó el orden vigente desde 1968.

El impacto de la administración trajo el reconocimiento de sectores políticos distantes. Samuel Moreno, espectro del dictador Rojas Pinilla y representante del moribundo partido de la ANAPO, obtuvo la victoria en la elección siguiente. Una fuerte presencia del Partido Liberal, expresado en la conformación de un gabinete sin un peso de izquierda, se infiltró en la dirección del POLO. Imbuida por el Estado de opinión, la izquierda se entregó así a las mafias electorales para cuajar una coyunda con las mayorías en el Concejo. La Alcaldía de Bogotá fue saqueada a manos juntas. Contratos extendidos, espectáculos de luces, túneles inacabados.

Pero la izquierda no perdió la Alcaldía, porque desde un pilar de la coalición original del POLO se denunció el tinglado delincuente. La investigación del entonces senador Gustavo Petro reveló la tramoya y la ciudadanía lo eligió por su posición crítica dentro del Partido. Durante su alcaldía se intentó profundizar lo social con sus programas contra la pobreza, además de hacer una política incluyente mediante acciones diferenciales para miles de personas excluidas por su condición de género, sexualidad, origen racial o expresión cultural. Enfrentó a los empresarios de las basuras, como Felipe Ríos y William Vélez, lo cual le costaría una destitución temporal por parte de la Procuraduría. Se implementó el Sistema Integrado de Transporte, un engendró de Samuel que ha sido otra pesadilla para el ciudadano elector. El carácter de Petro hizo que un porcentaje del electorado mediatizado volviera al momento de la urbanización y de ahí religiera a Peñalosa.

Han pasado cuatro años desde el triunfo de una alianza que luchó por la capital que se fragmenta por el peso de la historia. El costo económico de las políticas sociales impulsadas por la izquierda, ha sido alto para los sectores de mayores ingresos. Los intereses oligárquicos pretenden así coincidir con la clase media, abrumada por los impuestos, la delincuencia y la congestión vehicular. La reacción concibe que el interés legítimo de conducir la inversión por otras «vías», unifica fuerzas sociales incompatibles. Aunque estos fenómenos no tienen un origen ideológico, la propaganda comprende que son producto del mal gobierno.

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