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La importancia de llamarse Carolina en los Andes

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Por: Jerónimo Carranza

El público lector bien la conoce. Aunque la fama no es asunto propio de la academia colombiana, un mérito que han obtenido pocos si se revisa el pasado reciente, los oficiantes de las humanidades quedan por fuera de ese rango de artificios que brinda a la audiencia un orgullo nacional por causa de obras ajenas, de logros que se compendian en un listado breve de científicos de la reputación del neurólogo de la NASA Rodolfo Llinás o del profesor Manuel Elkin Patarroyo, y el caso peregrino de su vacuna contra la malaria. Extraño que sean pocos los consagrados a la ciencia en Colombia, como nativos de un país de abundancia.

Los Andes colombianos son la culminación de la espina geográfica que se extiende desde la Patagonia hasta Mesoamérica. El estudio de la naturaleza y sus ramas, de la orografía y de la biología, que abunda en los tres brazos de la cordillera, cautiva a quienes se dedican al conocimiento de la vida silvestre, involucrándose en un oficio que nunca es consagrado como el paradigma científico universal, en un habitar de paredes de cómputo, artefactos luminosos y  uniformes blancos.

En Colombia existen científicos que defienden la vida concebida en el movimiento de las esferas naturales, en el pensamiento sensible de una relación positiva de la humanidad con la tierra. Dejando de lado las vicisitudes propias de la ciencia de las materias vivas de la ecología, que promete la redención del mundo en el respeto de la naturaleza, la cultura de los Andes propende al contrario por el saqueo y el arrasamiento de sus recursos, el agotamiento de sus aguas fluviales y subterráneas, el exterminio de su fauna y flora, la erosión de sus suelos ubérrimos.

Por gracia de la obra científica que valora el respeto por la vida de una sociedad común, personas como la bióloga Martha Hernández -quien fue directora del Parque Tayrona hasta 2004-, se enfrentaron a la tradición propia de la cultura de los Andes, a la lógica que enseña la necesidad de explotar la naturaleza para obtener una ganancia, término que viene a ser la razón última de ese cuerpo de ideas cuantificadas que llaman la Economía.

El silencio concita a los profesores del mundo de las ideas a quienes el prestigio no cubre sus espaldas de la naturaleza de los Andes, expuestos del mismo modo que cualquiera que, por si acaso, sea capaz de reaccionar a la degeneración progresiva del sistema educativo y se oponga directamente a  la cultura que viene a ser el modelo actual de ese concepto ambiguo, la cultura.

Refugio donde sucumben los avances de la civilización, la geografía de la violencia endémica se enraíza en estas montañas como la enredadera que se troncha en la corteza de sus bosques. Oponerse directamente a la cultura de la lógica empresarial que detenta el negocio desde la cúspide de la barbarie, es llevar al mundo de las ideas lo que comporta una supervivencia en la atmósfera letal de los Andes.

 

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