Foto: Jerónimo Carranza

Por: Luis Alfredo Barón Leal[1]

La construcción histórica del héroe fundador de Bogotá que venían elaborando las élites bogotanas desde el siglo XIX, empezó hace algunas décadas a devenir en la de conquistador genocida. En 1960, mientras el historiador Juan Friede manifestaba en sus estudios las atrocidades de los conquistadores, otros ese mismo año levantaban un monumento en honor a Gonzalo Jiménez de Quesada.

La escultura de Jiménez de Quesada, recientemente derribada por el pueblo Misak, fue obsequiada por el gobierno español a Bogotá en 1960 como símbolo de hermandad. La obra fue realizada en España por Juan de Ávalos, quien también realizó la escultura de Pedro de Heredia de Cartagena. Fue ubicada inicialmente en la plazoleta frente a la Iglesia de Las Aguas, donde se implantó el 6 de agosto al conmemorarse 422 años de la fundación de Bogotá. Dentro de los discursos de inauguración en los cuales participó el poeta Eduardo Carranza y el embajador español, se pronunció la consigna de que España colocaba este monumento en el corazón de Bogotá como claro símbolo de una hermandad indestructible, sin supremacía de nadie, con el único fin de vivir juntos los ideales que el bronce proclama…”

Inaugurado un 6 de agosto de 1968, el monumento sería trasladado a una pequeña terraza peatonal en la carrera octava con Avenida Jiménez, frente al edificio de la Caja Agraria y la librería Bucholz. Finalmente, la escultura llegaría a la Plazoleta del Rosario en 1988, al cumplirse 450 años de la fundación de la capital. Al ser esta plaza un lugar de encuentro de esmeralderos, algunos consideraron entonces con humor que en realidad el Quesada, saqueador de Muzo, era un homenaje al “primer esmeraldero del país”.

Desde 1866 el cabildo de la ciudad impulsado por José Segundo Peña buscaba honrar la memoria del fundador de la ciudad. En 1881 y 1884 se propuso levantar un monumento a Quesada en la Plaza de las Nieves, sobre la carrera 7ª con calle 20. Aunque no se realizó ningún acto sí se rebautizó este espacio como plaza Quesada, hasta que se le puso el nombre de Caldas en 1910, erigiéndose un monumento del prócer, este sitio se rebautizó en 1998 con el nombre de Eduardo Umaña Mendoza, defensor de derechos humanos asesinado por la extrema derecha ese mismo año -sin colocar un busto en su lugar-.

El Gráfico, 18 de octubre de 1924

Fue sólo hasta el 12 de octubre de 1924 que se levantó el primer monumento a Quesada frente a la Estación de la Sabana, obra de Antonio Rodríguez del Villar y fundida por Adolfo Quijano, en los talleres de la Estación. Esta escultura a Quesada fue calificada por Roberto Pizano como desgraciada obra por su aspecto similar a la de un gran candelabro y el ingeniero urbanista Alfredo Bateman la tildó de ¡muy fea!. Según él cuenta, en su libro de estatuas y monumentos de Bogotá, la escultura fue vendida al municipio de Chía y posteriormente al municipio de Bosa, de donde finalmente desapareció.

En 1938, para la celebración del IV Centenario de Bogotá, se incluyó en el programa de festejos la realización de una escultura a Quesada, la cual tampoco fue hecha. Sin embargo, si se llevó a cabo una escultura sobre su tumba en la Catedral Primada, obra de Luis Alberto Acuña. El contexto de la República Liberal de la época permitió que algunas voces aisladas propusieran levantar monumentos a la “raza vencida” y hacer así un reconocimiento a la memoria indígena de los pueblos ancestrales.

Luis Pinto Maldonado realizaría una escultura llamada “El sol naciente” en homenaje al zipa Nemequene y el arqueólogo Gregorio Hernández de Alba manifestó la necesidad de levantar un monumento al sucesor de aquél, Tisquesusa; y se preguntaba ¿no es justo, pues que al lado de la estatua en bronce del heroico Jiménez de Quesada, se alce en piedra el homenaje a Tisquesusa, cuya sangre aún alienta el mozo que trabaja y no es escasa en las venas de gente que fue y es lustre de esta Sabana de Bogotá?

En 1948, el arquitecto José María Montoya Valenzuela proyectó en el parque de los Periodistas un gran monumento ecuestre a Quesada, con un gran mural donde se representaría la fundación de Bogotá, proyecto que no pasó de una acuarela y una maqueta.

Inauguración del monumento a Gonzalo Jiménez de Quezada en 1960. Foto: Archivo Eduardo Carranza

12 años después, en 1960, tendríamos hecho entonces al Quesada que hasta hace pocos días adornaba la plazoleta del Rosario. Sus valores entraron en cuestión y se dieron dentro de un contexto que ya desde hace algunos años ha cruzado varios países de Latinoamérica. En 2004 el gobierno de Hugo Chávez incitó al retiro de uno de los monumentos de Colón ubicados en Caracas; posteriormente, la ola “iconoclasta anti hispanizante” con violencia o sin violencia pasó por Buenos Aires y Chile. Para nuestro caso, el pueblo colombiano, con el Paro Nacional, no solo tumbó la reforma tributaria, tumbó también a Alberto Carrasquilla, Ministro de Hacienda, y derribó varios monumentos de expresidentes, próceres, conquistadores, y puso sobre esta mesa, principalmente, la reivindicación del movimiento indígena llamando la atención sobre los ausentes en nuestra historia.

Lo que ha demostrado la historia es que los monumentos como bienes muebles del patrimonio cultural que son, se pueden trasladar a cualquier lugar para resignificar espacios y resignificarse. Varios de ellos incluso se han trasladado tantas veces que terminaron por desaparecer y de ellos apenas nos quedan simplemente fotos.

Habría sido interesante que en algún momento se hubiera podido dar en el espacio público de Bogotá una dialéctica o contra discurso a la figura de Quesada con una escultura de Tisquesusa, como se propuso en 1938. Los monumentos son receptáculos de memoria y olvido, pero poco han sido vistos como elementos de aprendizaje, crítica y reflexión. La anulación de estos en el espacio público finalmente afecta y/o enriquece la memoria urbana.

En México D.F., donde el culto a Cortés es prácticamente inexistente, en la plaza de Tlatelolco existe esta inscripción en piedra: El 13 de agosto de 1521. Heroicamente defendido por Cuauhtemoc cayó Tlatelolco en poder de Hernán Cortés no fue triunfo ni derrota, fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy. Es evidente que compartimos la misma historia.

 

[1] Historiador

Avatar de detihablalahistoria

Comparte tu opinión

1 Estrella2 Estrellas3 Estrellas4 Estrellas5 EstrellasLoading…


Todos los Blogueros

Los editores de los blogs son los únicos responsables por las opiniones, contenidos, y en general por todas las entradas de información que deposite en el mismo. Elespectador.com no se hará responsable de ninguna acción legal producto de un mal uso de los espacios ofrecidos. Si considera que el editor de un blog está poniendo un contenido que represente un abuso, contáctenos.