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Jaime Garzón y los años noventa en Colombia

Nestor Elí. Foto: Archivo El Espectador

Por: Andrés Felipe Hernández

Se conmemoran 20 años de la muerte de Jaime Garzón, y los homenajes no se han hecho esperar porque se recuerda con frustración el asesinato de la risa y la crítica inteligente: es el réquiem por un sueño llamado Colombia.

La aparición y la defunción de un ser histórico como Garzón no se entiende si no se comprende la época en la que vivió y cómo logró para ello ser su actualidad permanente: su existencia auténtica.

Y es que sin Jaime Garzón no se puede entender el país en la década del noventa, o al menos él constituye una fuente primaria de la mejor valía para una historia cultural y política de Colombia, además de una inspiración permanente para nuevas generaciones de colombianos.

Podemos decir que esta década comienza a nivel global con el fin del socialismo real simbolizado con la caída del muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 (también puede ser el comienzo del fin del siglo XX corto como lo propuso el historiador británico Eric Hobsbawm) y en Colombia los noventa inician con el asesinato del candidato presidencial liberal, Luis Carlos Galán, el 18 de agosto de 1989, que fue seguido del de Bernardo Jaramillo Ossa de la Unión Patriótica (UP) el 22 de marzo de 1990 y de Carlos Pizarro del  M19 el 26 de abril del mismo año, además del ya conocido genocidio político de la Unión Patriótica, en el que fueron asesinadas entre 3000 y 5000 personas de este partido, sin olvidar el asesinato sistemático de sindicalistas además de la narcoguerra de Pablo Escobar que dejaba cientos de muertos al año.

En contraste con este muy mortífero comienzo de los años noventa tenemos los procesos de paz exitosos que se llevaron a cabo en los gobiernos de Virgilio Barco (1986- 1990) y César Gaviria (1990- 1994) con las guerrillas del Quintín Lame, una parte del EPL, el PRT, el M19 y la Corriente de Renovación Socialista; esto último determinado en parte por el fin del comunismo en Europa y en el contexto colombiano por la creación de la Constitución garantista y de Derechos de 1991.

Constitución ideal en un país en combustión, en la encrucijada de la sinrazón, como se titulaba un texto de esa época del economista Salomón Kalmanovitz.

En ese escenario hace su aparición Jaime Garzón, un estudiante de Derecho de la Universidad Nacional de Colombia que salió al encuentro con la sociedad, pero también con las élites que gobernaban el país, para generar un diálogo nacional crítico y propositivo.

Su vida pública comenzó como alcalde local de Sumapaz durante la alcaldía de Andrés Pastrana en la ciudad de Bogotá (1988- 1990), y poco después optó por la sátira política y el humor como mecanismo crítico para educar a la población y cuestionar a la realidad política.

Recuerdo que en mi infancia lo que más valoraba de Garzón era la capacidad de hacerme reír por sus dotes histriónicas para burlarse de quienes ostentaban el poder y exigirles así que respondieran por sus responsabilidades con el país.

Su crítica humorística no sólo era un potente artefacto de entretenimiento, sino también una especie de control político del congreso y el Ejecutivo. Una burla a la abyección de estos poderes ante los nortemaericanos, a su incapacidad de reflexión profunda sobre los problemas nacionales y sus posibles soluciones creativas y sobre todo una forma de frentear a la corrupción que campeaba y ha campeado y sigue campeando en Colombia.

También es cierto que Jaime Garzón no era sólo un sujeto aislado o un milagro salido de la nada. Se reconocía a sí mismo como un producto de una secuencia concebida en la tradición humorística nacional: Operación jaja, Salustiano Tapias, etc., reconocía además lo que estaban haciendo Martín de Francisco y Santiago Moure en la Tele y el Siguiente programa[1]. Para Zoociedad (1990- 1993), su primer proyecto que lo lanzó a la fama, contó con la colaboración creativa de Karl Troller, Eduardo Arias y Rafael Eduardo Madiedo. Más adelante, en Quac (1995- 1997), recibiría la colaboración de Antonio Morales y Miguel Ángel Lozano. Al final de su carrera, Jaime Garzón crearía Heriberto de la Calle, el personaje más decantado y mejor logrado: una porosa expresión entre ficción y realidad del  lustrabotas que cuestionaba al político y que demostró su alta capacidad para hacer crítica mordaz y cáustica desde los medios.

Garzón no sólo tuvo la capacidad de burlarse de políticos, también lo hizo de las guerrillas, paramilitares y narcotraficantes, pero por otra parte supo valorar la Constitución de 1991 en términos de creación de derechos y como nuevo acuerdo político para generar un país que garantizase y respetase la vida, la libre expresión y que gracias a ella se reconociese la riqueza cultural de la sociedad.

También organizó almuerzos en donde se encontraban personas que defendían intereses opuestos desde Estados Unidos hasta Colombia y desde la derecha hasta la izquierda para dialogar y construir nación, cosa que desarrollaba también en su propio grupo de estudios del Rotundo Vagabundo.

Este esfuerzo por el país se vio en el trabajo que llevó a cabo durante la presidencia de César Gaviria con la traducción de la Constitución a las lenguas indígenas. En ese proceso descubrió y valoró el respeto a la vida y las opiniones ajenas que contribuiría a construir sociedad y los valores humanos que se decantaban en las comunidades indígenas. Así fue también su compromiso en el desarrollo del Plan Nacional de Rehabilitación (PNR) con las guerrillas desmovilizadas.

Su lucha fue por la paz en Colombia, de esa manera se vio cuando la Gobernación de Cundinamarca le pidió su participación en los procesos de liberación de soldados en procesos humanitarios con la guerrilla de las Farc.

Esto último se malinterpretó, en ese opio que es la lucha ciega entre “amigos” y “enemigos” que se da en un conflicto armado, y fuerzas oscuras como José Miguel Narvaéz del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) aprovecharon la confusión para sugerirlo en la lista negra a Carlos Castaño, líder de las Paramilitares que asesinara a Garzón.

Desde 2016 se consideró este crimen como de lesa humanidad y generales como Rito Alejo del Río o Jorge Eliécer Plazas Acevedo, han sido investigados por ser instigadores del crimen; pero también Mauricio Santoyo, por desviar el proceso investigativo. Estos no son las únicas personas que se pueden cuestionar en este Crimen de Estado, tampoco los únicos responsables. También ha sido investigado el general Mora, pero además hay más capas de poder arriba por investigar.

Recientemente el Tribunal de Bogotá decidió no declarar este crimen como de lesa humanidad, la sentencia parece un negacionismo histórico, propio de la época que vivimos.

En Jaime Garzón vimos una persona que se podía transfigurar en múltiples personajes para llegar a la población por medio del humor inteligente, producto de una sociedad en clara descomposición, como se vio en el Proceso 8000, y que Garzón fustigó sin miedo, porque ante todo era un valiente.

También podemos decir que en Garzón se ve un proyecto mayéutico para despertar las conciencias dormidas en la población por medio del humor. Hay en él una expresión de júbilo que da la libertad de la inteligencia en el goce de la vida.

1999, año de su muerte, fue un año ciego en Colombia, invadida por las oprobiosas masacres y las desapariciones forzadas de los paramilitares, y, por otro lado, las pescas milagrosas, secuestros y tomas de municipios de las FARC. Además de un decrecimiento económico de 4 puntos, sólo logrado en 1930 y 1931.

Los noventa habían terminado como habían comenzado: con un magnicidio, primero el de Luis Carlos Galán, del que se conmemoran 30 años de asesinato, y después con el de Jaime Garzón, también en agosto, pero de 1999.

[1] Retomaban sólo en parte a Beavis and Butthead. De la crítica elitista fácil a la actual política se han refinado.

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