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¿Por fin llegó el fin de la historia?

alepo

Por: Jerónimo Carranza

Hace unas semanas fue entrevistado por medios occidentales el antiguo director del Museo de Alepo, quien lamentó con estupor la destrucción causada por los combates entre las fuerzas del Estado sirio y los movimientos armados que buscan derrocarlo.  El guardián de los vestigios más remotos de la civilización urbana del mundo occidental huyó de la ciudad hace varios años tras el estallido de la guerra y ahora regresó a un cementerio.

La opinión pública ha asumido el papel de espectadora de los hechos, con los cuales sólo queda el vínculo mediático de la información que circula en redes sociales. Mientras tanto, las sociedades de Europa padecen el impacto de un éxodo repentino a sus países que no las ha llevado a asumir una solución humanitaria. Los gobiernos intentan a toda costa movilizar esta opinión a favor de una acción militar directa contra el gobierno sirio y, sobre todo, contra las fuerzas rusas que pretenden sostener su retaguardia en el Medio Oriente, bajo las costas de sus fronteras meridionales.

La cadena de revoluciones populares en medio oriente se ha visto truncada en Siria por la defensa a ultranza del gobierno de Bashar al Ássad por parte de su aliado Vladimir Putin, quien cuenta con el apoyo mayoritario de la opinión de su país. Ante ese cuadro dialéctico que enfrenta al régimen de la alianza atlántica de la OTAN contra el poderío ruso, en un escenario amplio de hostilidad sobre el mapa oriental europeo, podemos llegar a una conclusión abrumadora: se acabó la historia, vivimos en el vórtice del fin de los tiempos.

Diversos analistas han planteado que la humanidad se encuentra en el momento del mayor riesgo de una catástrofe atómica, a causa de la gran cantidad de conflictos activos que implican la posibilidad de un ataque o un accidente nuclear. Este peligro es superior a la amenaza que llegó a ser la Guerra Fría entre la Unión Soviética y los Estados Unidos de 1947 a 1989, y que se replica actualmente porque a la lógica imperialista de sus oponentes se suma la presencia de países como China, India, Israel, Turquía y, para rematar, el reino de Arabia Saudita metido en el tinglado atómico.

Las potencias europeas que cuentan con su arsenal en manos de la OTAN, ejército ubicado en múltiples bases en todo el continente, no han escondido su posición con respecto al conflicto armado de Oriente. Ante la expulsión de los grupos yihadistas que luchan en Siria y que responden en último término a la imposición étnica de determinados pueblos, empezando por garantizar el dominio de los clanes sunnís en la región mesopotámica, ya el cónclave de mandatarios de la Unión Europea lamentó la caída de la ciudad, dejando claro que prefiere la instauración, otra vez, de un mapa político en ese punto estratégico del comercio mundial hecho sobre la medida del genocidio, tal como lo hiciera tras la disolución del Imperio turco.

Sin lugar a dudas, el régimen de al Ássad cabe en la definición de una tiranía, lo cual no quiere decir que esta no obedezca a la lógica de la rivalidad secular entre las distintas ramas del Islam y a la instauración de una solución «napoleónica» que fue establecida en el único Estado laico de la zona. Pero aun así, la opinión pública europea es incapaz de enderezar su política internacional en pos de una humanidad dispuesta a apreciar su propio valor más allá de los intereses que dicta la bestia, y manchará de sangre, si es posible, las últimas ruinas de la civilización.

El Estado de Turquía ya impuso sus condiciones para reconocer la existencia de un Estado kurdo al norte de Siria e Irak; pretende controlar el Bósforo enfrente a sus débiles competidores europeos y, claro está, frente al gigante ruso. El mandatario Tarip Erdogan es militante del nacionalismo turco en una versión opuesta al proyecto laico de Ataturk, el padre del Estado moderno turco, quien compuso ese país poderoso bajo los principios políticos y culturales de Occidente (por ejemplo, cambió la lengua oficial).

Al contrario, Erdogán está convencido de la restauración de un mundo religioso bajo su manto, idea que obedece más a un sueño despótico que a la posibilidad material de que esto ocurra para una nación que pretende ingresar a la Unión Europea. Pero ante la voracidad del dinero, las menguadas administraciones europeas, que gobiernan y legislan por encima de la opinión pública, podrían estar dispuestas a acondicionar el viejo continente a sus renovadas organizaciones feudales cuando se cumpla la profecía sonsacada de una idea de Hegel por Fukuyama fue mal comprendida: llegó el fin de la historia.

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