Por: Rafael Jaramillo Racines
A Hernán Jaramillo Racines. In memoriam (+).
Foto: Archivo El Espectador
“Hay gente que piensa que el fútbol es un asunto de vida o muerte. A mí me decepciona mucho esa actitud. Les aseguro que el fútbol es mucho, muchísimo más que eso”.
Billy Shankly, director técnico del Liverpool (1959-1974).
Freddy Rincón y la boca llena de gol,en aquel partidofrente a los alemanes, fue la gran postal que quedó de Colombia en el mundial de Italia 90. El fútbol colombiano dejó una grata impresión, más allá de no haber pasado de la segunda ronda, en aquel partido con Camerún cuando el guardavallas de Colombia, René Higuita, tuvo una desafortunada acción que permitió el segundo gol de los “leones africanos” por parte de Roger Milla. Sin embargo fue más lo positivo que lo negativo, en cuanto hace a la presentación en sociedad del nuevo fútbol colombiano.
Los años siguientes fueron años en donde se mantuvo un nivel importante aunque sin los giros espectaculares de los primeros tiempos del proceso “del estilo y la identidad”. Bueno es recordar que hubo cambios en el manejo del fútbol que direccionaron a rumbos impensados. Era la Colombia de comienzos de los noventa con todos sus problemas sociales ante las cuales el fútbol no era ajeno.
León Londoño, presidente de la Federación, tuvo que dejar el cargo debido a “presiones externas”. Los técnicos que dirigieron a Colombia en el mundial del 90, Maturana-Gómez, renunciaron a la dirección de la selección Colombia, en parte por solidaridad con Londoño y en parte por recibir amenazas que no permitían que continuaran en sus cargos. El fútbol colombiano estaba siendo permeado dramáticamente por “fuerzas extrañas”, las cuales determinaban un cambio de rumbo en su propio manejo. El “equilibrio de tensiones” se había roto.
Para 1991 Colombia asiste a la Copa América en Chile bajo la dirección de Luis Augusto “el Chiqui” García, en donde se obtiene un cuarto lugar. Se sigue manteniendo el respeto pero las expectativas no colman a una afición que aspiraba ver a la selección en una posición más honrosa. 1992 es un año sin mayores sobresaltos. Ante el retiro de García como técnico oficial la selección entra en una “interinidad”, bajo las órdenes del técnico Humberto “el Tucho” Ortíz, quien alcanza a dirigir apenas dos partidos amistosos. Para 1993 el panorama no era muy claro, máxime cuando se tenía que afrontar el reto de la etapa clasificatoria de Colombia al mundial de USA 94.
Maturana y Gómez, después del mundial de Italia 90, continúan en el fútbol pero por caminos diferentes. Gómez, en 1991, es campeón del fútbol colombiano con Atlético Nacional, mientras Francisco Maturana dirige al Valladolid, en España, en el 91, y en el 92 regresa a Colombia para dirigir al América de Cali con el cual logra el título de esa temporada. La Federación, a través de los buenos oficios de su presidente a la sazón, Juan José Bellini, logra nuevamente juntar a esta dupla para retomar el manejo de la selección y afrontar con lujo de detalles el proyecto USA 94.
Es así como la pareja de técnicos asume en forma y se traza entonces un plan mínimo de preparación para tener a punto el equipo que afronte de la mejor manera la eliminatoria hacia la XV Copa Mundo 1994.
Se trataba entonces de programar una serie de partidos con los cuales se iría definiendo una formación base que configurara el equipo ideal que afrontara el objetivo de la clasificación a USA 94. En esa ruta, para ir poniendo en su mejor nivel la máquina futbolística, estaba la participación en la Copa América del 93 a celebrarse en el Ecuador.
El balance finalmente fue aceptable. Un tercer lugar con cifras soportadas en una campaña invicta. Solamente no pudo tener acceso a la final al empatar con el equipo campeón –Argentina- a un gol y perder la opción del paso a la disputa del título por la suerte de los tiros libres desde el punto de penal. Sin embargo las conclusiones del “test” de Copa América fueron bastante halagüeñas. Después de todo el fogueo de Colombia para afrontar la eliminatoria fue alentador: 16 partidos jugados, 6 ganados, 9 empatados y 1 perdido. 21 goles a favor y 13 en contra.
El primero de agosto empieza la ronda de clasificación a USA 94 con Paraguay en Barranquilla. Un empate a cero goles dejó un sabor agrio más allá de que Faustino Asprilla desperdiciara una pena máxima que bien pudiera haberle dado los dos puntos a Colombia. De otra parte Argentina picaba en punta derrotando a Perú en su propia casa, 1-0.
Argentina, Colombia, Paraguay y Perú conformaban un grupo en principio difícil por lo parejo de las fuerzas en disputa. Sin embargo la dupla Maturana-Gómez confiaba en el grupo humano del cual disponía para lograr el pasaporte a USA 94.
El partido con los guaraníes no dejó de buen ánimo el ambiente colombiano. Las críticas y cuestionamientos arreciaron y el panorama no pintaba de la mejor forma para los de Maturana. El fútbol de bloques, pregonado por Maturana, empezaba a generar dudas en algunos sectores de opinión. Se criticaba su poca producción ofensiva. Comparado con el grupo de hace cuatro años este era un equipo más seguro, más mecanizado en sus movimientos. Era un conjunto de pasos más calculados, más colectivo, diseñado para que cualquiera pudiera hacer un gol. Todo este postulado estaba arropado en un principio básico: el respeto por la pelota. Un fútbol que tuvo incondicionales como César Luis Menotti, que al respecto glosaba: “¿cómo no me voy a sentir feliz cuando gana Colombia? Es lo mismo que no querer que (Gabriel) García Márquez venda libros o no se agoten los discos de (Horacio) Salgán (pianista argentino de tango)”.
El próximo juego sería en Lima frente al equipo del serbio Vladimir Popovic que ya contaban con una derrota en su haber. Diríase que se encontraban dos rivales en situaciones comprometidas, con el deber urgente de sacar buenos resultados para que sus chances siguieran vivas. Al final Colombia obtuvo un triunfo frente a los incas 1-0, con gol de Freddy Rincón, superando ese momento crítico que se manifestó a raíz del partido con Paraguay. Había que esperar para el próximo partido a los argentinos en el Metropolitano de Barranquilla.
Argentina-Colombia era un choque que en el último tiempo despertaba grandes expectativas. En toda la era Maturana la tricolor había mantenido una superioridad en resultados y fútbol frente a los gauchos. Solamente en la Copa América del 91 Colombia registraba una derrota, con la salvedad de que esa selección había sido dirigida por Augusto García. De resto en las confrontaciones registradas a partir del 87 los equipos de mayores dirigidos por el odontólogo Maturana habían demostrado una franca superioridad frente a los del Río de la Plata.
Ese domingo, 22 de septiembre, los cafeteros empezaron a definir la serie y a despejar dudas. Los retoques hechos por el cuerpo técnico de Colombia en la formación inicialista dieron el resultado esperado. Valenciano y “el Tren” Valencia fueron titulares y cada uno puso su cuota goleadora para vencer a la albiceleste por 2-1. Treinta y tres partidos invictos se iban abajo para los argentinos y fue un campanazo de alerta que anunciaba importantes cosas por venir para la tricolor, la cual se colocaba a la cabeza del Grupo A de Sudamérica, rumbo a USA 94.
El mal trago había pasado. Colombia tomó un nuevo aire y recuperó la confianza en su objetivo por clasificar en el primer puesto del grupo A. La próxima parada de su ruta al mundial 94 era Asunción, en el Defensores del Chaco. En un ardoroso partido se empata 1-1, anotación de “la Espiga” Rincón. Argentina, por su parte, vence a Perú 2-1, asumiendo el primer lugar del grupo, merced a su diferencia de gol.
Una semana después, el 29 de agosto, la tricolor vence categóricamente a Perú por 4-0, comandando nuevamente el grupo A gracias al empate de Argentina frente a Paraguay en el Monumental de Buenos Aires. Colombia se ubicaba un punto por encima de los dirigidos por Alfio Basile y solo quedaba el último escollo que definiría la clasificación directa entre colombianos y argentinos en la capital argentina.
La historia todos la conocemos. Ya hace parte de las efemérides nacionales. Desde las cantinflescas manifestaciones de Diego Armando Maradona afirmando una histórica superioridad del fútbol del Río de la Plata sobre el fútbol colombiano hasta las muestras “de sobradez” de la opinión y afición argentina respecto de las ejecutorias de la selección de Maturana-Gómez. Para ellos el resultado era uno y la consecuencia era la clasificación directa a USA 94.
“El fútbol es la dinámica de lo impensado”, decía alguna vez el uruguayo Dante Panzieri, frase que dio lugar al título de un libro escrito por él. Aquella tarde-noche fue de gloria para el fútbol colombiano. Encajaba perfectamente en aquel tango del genial Astor Piazzola, “Balada para un loco”, cuando comienza con aquella frase de: “Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo…”.
Un 5-0 inobjetable. Los diarios bonaerenses calificaban de desastre la actuación de los hombres de Alfio “el Coco” Basile; es muy famosa la carátula de la revista “El Gráfico” refiriéndose a ese episodio, nefasto para la historia del fútbol de la patria de Borges, titulando sobre fondo negro la palabra “Vergüenza”. El impacto de este momento histórico para el fútbol colombiano no se hizo esperar. El país se paralizó, la locura era general, los cimentos de la sociedad colombiana se estremecieron.
La sociología colombiana aún tiene que darnos muchas explicaciones al respecto. Acaso es una vieja deuda que tiene con los estudios socioculturales del deporte en nuestro medio. Solo Bogotá, la capital de Colombia, registró una cifra alrededor de 80 muertes en la noche del 5 de septiembre, motivadas por el festejo del 5-0 sobre Argentina. ¿Relajamiento de los deberes y costumbres cívicas del ciudadano desaforado? ¿El “orden ciudadano” (“orden cívico”) entra en crisis? ¿No tenemos una “cultura del éxito”? ¿Tradicionalmente somos una “cultura de la derrota”? ¿Histeria colectiva? ¿Se rompieron los límites de la cordura? ¿La violencia del júbilo? ¿Distención de las normas vigentes? ¿Desorden por victoria?
Son interrogantes que quedan en el tintero. Lo único cierto es que en ese momento no había lugar para la sindéresis, para el equilibrio, para la ecuanimidad. Tal vez por eso la expresión de Hernán Darío “el Bolillo” Gómez, director técnico adjunto de la Selección Colombia, haya quedado ahogada en la vorágine del delirio que ahogaba al país en ese momento: “Pacho, nos jodimos. Ahora tenemos que ser campeones del mundo”.
La ciclotimia, uno de los elementos típicos de nuestro “ser nacional”, no permitió reparar en la frase angustiante y premonitoria del “Bolillo”.