A Hernán Jaramillo Racines (+). In memoriam.
Foto: Archivo El Espectador
Hace 52 años el mundo futbolístico se aprestaba a la realización de la Séptima Copa Mundial de Fútbol cuya sede sería Chile. Debido a las limitaciones de recursos todo se evaluó con una lógica basada en la relación costo-beneficio y es así como finalmente se decide realizar el mundial en las ciudades de Santiago, Rancagua, Viña del Mar y Arica.
Dentro de esta lógica de priorización de recursos los organizadores pensaron en que el fútbol peruano podría tener como sede ideal la norteña ciudad de Arica, pensando en una segura clasificación frente a un país que, en el papel, no tenía la rica historia del fútbol inca, el cual era considerado como una de las potencias futbolísticas del continente sudamericano al lado de países como Argentina, Uruguay y Brasil.
El fútbol colombiano, por su parte, había tenido un lento desarrollo. Un periodo fundacional que se inicia desde finales del siglo XIX hasta los años 20. Luego, una etapa de transición que abarca la década del 30 hasta fines de los 40 cuando en el año 48 se organiza el primer campeonato profesional; la época de El Dorado la cual es matizada por la presencia de grandes futbolistas de talla mundial provenientes del sur del continente; el Post-dorado que generó una crisis y un reacomodamiento de la organización del fútbol a sus propias realidades condicionadas por estructuras frágiles que limitaban las posibilidades de protagonismo en el ámbito internacional.
Un 30 de abril del año 1961, bajo las órdenes del árbitro argentino José Luis Paddaude, Bogotá sería el escenario de la primera confrontación entre las selecciones del Perú y de Colombia. La Escuela de Armas Blindadas, situada en el sector de Usaquén, fue el “cuartel general” que serviría de concentración a una selección que, bajo el mando de “El Maestro” Adolfo Pedernera, venció en el Estadio de El Campín a los dirigidos por el técnico inca Marcos Calderón por marcador de 1-0, con gran actuación de “El Caimán” Sánchez y gol de Eusebio Escobar, echando abajo todos los pronósticos que en un principio daban a Perú como favorito. Era el primer triunfo de una Selección Colombia sobre una selección peruana a nivel profesional. Se abría una luz de esperanza para la clasificación.
Para el partido de vuelta, a celebrarse en el Estadio Nacional de Lima, los peruanos confiaban en un resultado que les permitiera su clasificación a Chile 62. Marcos Calderón intensificó la preparación de su escuadra con el objetivo de superar la ventaja inicial de los colombianos y así pensar en un tercer juego que se escenificaría en Chile, en la ciudad de Valparaiso. La afición del Rimac –aquel legendario río del Perú que baña varias provincias- esperaba con ansiedad el juego que se celebraría el domingo 7 de mayo en la tarde.
El día esperado llegó en medio de un marco impresionante de sesenta mil personas que confiaban en una victoria peruana. “Saldrá el sol para el fútbol de Perú luego del transitorio eclipse” era la frase que ilusionaba a miles de seguidores incas. Para Colombia se trataba de derrumbar el mito peruano.
El lunes 8 de mayo la prensa colombiana titulaba en primera página: “Por primera vez Colombia irá al mundial de fútbol”. Colombia, en gran presentación en la urbe de Pizarro había logrado empatar con el cuadro inca a un gol, derrumbando un mito de varias décadas de invencibilidad. Partido inolvidable, con ribetes de hazaña, cuando a los dos minutos de iniciado el juego el equipo colombiano se encontraba en desventaja por penal cobrado por el peruano Faustino Delgado, logrando igualar por intermedio de “El Zipa” González a los 24 minutos y, posteriormente, errando un penal que pudo darle el triunfo a los de Pedernera si Rolando Serrano no lo hubiera desperdiciado. El pasaporte a Chile 62 estaba confirmado. El “Caimán” Sánchez se destacó como gran figura y fue pieza fundamental para la clasificación colombiana. Otras figuras fueron Eusebio Escobar, Delio “Maravilla” Gamboa y Francisco el “Cobo” Zuluaga. Como premio cada jugador recibió una suma de mil pesos mientras que Adolfo Pedernera, su director técnico, recibió la no despreciable suma de $20.000.
Pasaron 28 años para que el fútbol de Colombia volviera a hacer presencia en los mundiales de fútbol. La primera epifanía tuvo como hecho destacado un espectacular empate 4-4 frente a una poderosa escuadra soviética que se había consagrado como la campeona de Europa en el año 1960.
Durante las tres últimas décadas el balompié criollo había tenido un gran desarrollo. Durante los años 60, y particularmente a partir del año 66, el fútbol en Colombia tuvo una serie de influencias y transversalidades que generaron un proceso de modernización no solo en su estructura organizativa sino también en su orden deportivo. Este periodo “modernizante” fue importante para el progreso del fútbol en Colombia puesto que lo revitalizó, lo enriqueció y, por sobre todo, lo situó a la altura de las propuestas y métodos que contemplaba el mundo futbolístico a la sazón.
Esas influencias, esas experiencias y esos proyectos fueron el condimento que apoyó una de las épocas que muchos consideran similar a la de “El Dorado”, de fines de los cuarenta y comienzos de los cincuenta, en la historia del fútbol en Colombia. Nos referimos expresamente a un segmento de la historia del fútbol colombiano que hemos dado en llamar como el de “el estilo y la identidad”.
¿Qué era el fútbol colombiano en el año 86? ¿A qué correspondía un momento que valdría asociarse a unas variables socio-culturales que las podríamos encasillar en el contexto de un nacionalismo deportivo? Diríamos entonces que, en términos de Pablos Alabarces, como bien lo enumera en su texto “Fútbol y patria”, el fútbol, el nuevo fútbol colombiano blandía un discurso de autonomía y autenticidad frente a los pares del mundo futbolístico que lo encumbraban en sitiales de privilegio en relación a los países más importantes. Se cumplían entonces estos elementos básicos: a) Unos ritos de pasaje, o sea el paso de un fútbol “extranjero” a un fútbol “criollo”; b) unos éxitos deportivos como lo eran unos logros históricos; c) unos héroes que soportaban la épica de la fundación (caso “el Flaco” Meléndez, “el Turrón” Álvarez, “el Manco” Gutiérrez, “el Caimán” Sánchez, “el Cobo” Zuluaga) y d) una práctica de diferenciación (el par nosotros/ellos encontraba su expresión imaginaria en un “estilo de juego”).
Así las cosas aparece en escena un hombre que supo interpretar el momento de excelencia que gozaba el fútbol en los años ochenta. Francisco Maturana encuentra en el elemento nativo la urdimbre que le ayudaría a montar el nuevo tejido el cual le daría una identidad propia a su propuesta futbolística. Fueron entonces unas formas, unas maneras, unas sensibilidades que potenciaron el nuevo mensaje balompédico a la comunidad del balón en el ámbito mundial. La lectura era novedosa y seductora: “lo importante no es ganar sino cómo se gana”, idea que marcó un país si observamos el contexto de la época. Así, durante tres años se fue consolidando la propuesta que tuvo como resultado final Italia 90.
Colombia enfrentó entonces la fase de clasificación ante las selecciones de Ecuador y Paraguay. El proceso adelantado por Francisco Maturana presentaba las siguientes credenciales: Fue sensación en el Preolímpico de Bolivia en 1987. En la Copa América de 1987 habría de ser considerado por la crítica como el mejor equipo. En su gira por Europa en 1988 sería llamado como el “nuevo Brasil”. Estadísticamente fue la mejor selección de Sudamérica en la temporada 1988. El logro del Atlético Nacional en la Copa Libertadores de 1989 aunque habría de ser un triunfo de clubes fue considerado como un triunfo del fútbol colombiano, teniendo en cuenta que el equipo paisa era la base de la selección nacional y su técnico era el mismo Maturana. El resumen estadístico de dos años de trabajo de “la Tricolor” se plasmaba entonces en 32 partidos jugados, 19 ganados, 9 empatados, 4 perdidos, 47 goles a favor y 19 goles en contra. Era el equilibrio perfecto.
La ruta para llegar a Italia 90 en el grupo 2 de la zona sudamericana comenzó el 20 de agosto de 1989 en Barranquilla frente al seleccionado ecuatoriano, dirigido por el yugoslavo Dussan Drascovich. Este desafío inicial lo supera el equipo de Maturana por un marcador de 2-0 aunque no dejó de tener su sabor agridulce. Durante la semana había ocurrido el magnicidio del líder político Luis Carlos Galán, una de las figuras de la política Colombia de más amplia proyección en su momento. Este hecho eclipsaría la victoria colombiana dejándola en un plano secundario frente a los hechos que dominaban la escena nacional. Era el carnaval en medio del sabor a muerte. Los coros se mezclaban entre “Ecuador, Colombia es tu papá” y “Justicia, justicia, justicia”. Frente al estado de desolación e impotencia que vivía el país el fútbol abría una ventanita de ilusión en el corazón de 28 millones de colombianos ávidos de otras narrativas que dieran un aliento y una esperanza en la energía emotiva de las gentes.
El 27 de agosto se jugó en el Defensores del Chaco un duro partido con los paraguayos, con arbitraje discutido del chileno Hernán Silva. Ganó Paraguay 2-1, cuyo técnico era Cayetano Ré, resultado que generó esperanzas en el grupo paraguayo para obtener su pasaporte a la bota itálica. De todas formas las esperanzas de los de Maturana seguían intactas y solo quedaba afrontar su siguiente compromiso con la seriedad del caso frente a Ecuador en la ciudad de Guayaquil, el 3 de septiembre.
Un empate a cero goles con el equipo de Aguinaga seguía manteniendo las opciones vivas aunque no despejaba por completo el camino a la clasificación. Los guaraníes tomaban un aire nuevo con su victoria ante Colombia y no sería un hueso fácil de roer. Su victoria ante Ecuador 2-1 les daba vuelo para afrontar con propiedad sus dos partidos restantes fuera de casa.
Por motivos de calendario Colombia terminaba su campaña eliminatoria en Barranquilla a la espera de lo que ocurriera en Guayaquil entre ecuatorianos y paraguayos. Un 17 de septiembre Colombia enfrenta a Paraguay en el Metropolitano y en un complicado trance logra derrotar a los de Ré por 2-1, poniéndose de paso a comandar el grupo 2 con 5 puntos seguido por los guaraníes a un punto. Fueron muchas las especulaciones que se hicieron sobre el lance pendiente entre ecuatorianos y paraguayos, en el sentido de que los primeros podrían ser presa fácil para los guaraníes. El destino de la selección en cuanto a su camino hacia Italia 90 estaba en entredicho y los augurios no eran los mejores. De todas maneras Paraguay debía ganar, teniendo en cuenta que Colombia contaba con una mejor diferencia de goles.
Finalmente las dudas se despejaron. En una memorable tarde los de Drascovich vencen a los de Ré con un categórico 3-1, dando así vía libre a la clasificación colombiana a la Copa mundo Italia 90. Ahora solo quedaba un último escollo: el seleccionado de Israel, en una repesca intercontinental a celebrarse el 15 y el 30 de octubre.
Los israelitas no fueron presa fácil. Las cosas se complicaron hasta que apareció la figura de “El Palomo” Usuriaga sentenciando un duelo que tendría su finiquito en el Ramat Gan Stadium el 30 de octubre de 1989 (1-0 en Barranquilla a favor de Colombia y 0-0 en Ramat Gan). Allí todo un país recuperaría la alegría. Era el carnaval en medio de la muerte. Por un momento el nacionalismo deportivo era algo más que un narcicismo espontáneo. La selección era un oasis que se alejaba del mar de violencia y las malas noticias que se constituían en el alimento cotidiano del ciudadano de la calle. Ahora solo quedaba refrendar en Italia 90 las hechuras del nuevo fútbol colombiano.