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¿Aún es posible desarmar la guerra y construir un país?

HAB01. LA HABANA (CUBA), 23/06/2016.- De izquierda a derecha, el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon; el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos; el presidente de Cuba, Raúl Castro y el delegado de las FARC en Cuba, Rodrigo Londoño Echeverri, alias "Timochenko", participan de la ceremonia en La Habana (Cuba) hoy, jueves 23 de junio de 2016, del acuerdo para el cese al fuego en Colombia. El acto para oficializar el acuerdo de cese al fuego bilateral y definitivo en Colombia comenzó hoy en La Habana, encabezado por el presidente Juan Manuel Santos y por Timochenko, máximo líder de las FARC, y con la asistencia de seis presidentes de la región y el secretario general de la ONU. EFE/ALEJANDRO ERNESTO

Por: Alexander Rocha Sierra*

Tiempos desajustados

380 empresarios colombianos han firmado una carta apoyando un pacto nacional que permita adelantar el proceso de paz con las FARC-EP. Lo hicieron cuando empezaron a respirar la inevitable cuenta regresiva del estancamiento de la economía por la incertidumbre que se ha instaurado en nuestros días.

Esta iniciativa es semejante a la de las FARC-EP, cuando pidieron perdón a su propio pueblo en el marco de su específica cuenta regresiva: la de la votación en el plebiscito.

Por último, también se han hecho escuchar los manifestantes que en todo el país han pedido: “Acuerdo ya, guerra nunca más”.

¿Por qué estos tres actores (manifestantes, empresarios y FARC-EP) no han marchado y firmado al unísono? Debe de ser porque no se han pedido perdón los unos a los otros por los estragos económicos e ideológicos que se han causado y así, incomunicados entre ellos –como por ahora están-, no son capaces de otorgarse el estatus de interlocutores válidos.

Esta falta de sintonía los lleva a ejecutar sus acciones al mismo tiempo pero fuera del inicio y por fuera del final, pues ahora la presión es la de la urgencia posplebiscito, de la contención para que todo no vaya a ir a peor.

Planteando soluciones   

En todo caso, en el país del sagrado corazón aún es posible idear más de una solución que sea creativa y esté acorde con la legislación para continuar construyendo un proceso de paz y no una fosa amplia y profunda donde podríamos caber todos.

Por ejemplo, el gobierno, en calidad de gerente de la estrategia comunicativa de la Nación todavía puede darse el lujo de usar el Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (MinTIC) para traducir el documento de 297 páginas haciendo uso de formatos audiovisuales en las redes sociales, junto con los demás materiales propios de la negociación. No se trata de actuar a través de 140 caracteres, sino de actuar en las redes con decidido carácter, lucidez, estricta claridad y máxima transparencia.

No hay que olvidar que en Estados Unidos Barack Obama se tomó la Casa Blanca sin un programa de gobierno que fuera un “ladrillo” para leer, y su campaña fue la primera en la historia que venció con las TIC.

Para que el gobierno pueda tener la credibilidad necesaria y, a su vez, pueda exigirla, el diálogo entre los diferentes actores tiene que contar con principios éticos y argumentos sólidos que permitan dejar atrás las opiniones aguijoneadas por la desinformación y estimuladas por la animadversión.

Para tal efecto, ya no hace falta querer tener la verdad o apoderarse de ella, sino encarnarla, es decir, que exista una coherencia entre lo que se dice y lo que se hace en el marco de lo que es un Estado social y Democrático de Derecho.

De igual manera, hay que asegurarse de que todo lo que se haga legitime la vida al dignificar a todo ser humano que habita el territorio colombiano. Lo contrario, aunque se vista de paz, será la guerra por otros medios. Precisamente en momentos en que todos los medios deberían propugnar por el fin de todo antagonismo y de toda dilación.

Por ello el primer criterio (que se sustenta en argumentos éticos) sigue siendo promover mecanismos y voluntades políticas para que las victimas empiecen a contar desde ya con condiciones reales y concretas para una ciudadanía plena. Solo de esta manera la ciudadanía dejará de estar dividida y dejará de caer presa de sus propias inconsistencias a causa de su falta de memoria histórica.

Una de estas primeras acciones debe ser el esclarecimiento de los resultados del plebiscito, ya sea por los asuntos formales (impedimento de una parte de la población para votar a causa de los efectos del huracán Matthew o denuncias sobre las estrategias de la campaña del No), ya sea por el asunto de la interpretación impulsiva de su resultado.

Las causas formales no son poca cosa ni son ya cosa del pasado. Considerarlo así es confundir la necesaria celeridad que deben tener los acontecimientos en curso con la impulsividad. Tal equivoco, creer que lo pasado queda en el pasado, es uno de las causantes del conflicto. Estas situaciones formales -sin resolución objetiva- pueden llevar a que se vuelva a estar literalmente en la línea de fuego.

Respecto de la interpretación del resultado, cuando la diferencia porcentual es el 0.5 % con un 62.59 % de abstención se está más cerca de un empate técnico que de la victoria de alguno de los bandos. Y si de lo que se trata es de construir la paz, no es explicable que la mitad se considere ganadora cuando la inmovilidad política a la que se ha llegado ha hecho del suelo en que se mueven arena movediza, y de su fondo un barril con pólvora. No se puede evaluar la votación como si se tratara de la reunión de una junta directiva en la que si gana la mitad más uno se perpetúan dinámicas de fuerza y no lógicas de concertación.

En las entrañas del monstruo

Desde este principio de realidad, no hay nada que celebrar ni nada para sentirse afligidos después del resultado del plebiscito. Debemos seguir impulsando la vida en consonancia con el respeto a las víctimas,            que somos todos con diferencia de grado. Poder honrar su dolor –nuestro dolor- es estar a la altura de un diálogo y un debate que respete la diferencia y logre salir de la estéril discusión que polariza los resultados del plebiscito y traslada la guerra contra ‘la insurgencia’ a los antagonismos que se han instalado en las empresas, hogares, parejas y amistades.

En este momento todos miden sus palabras, gestos e inversiones a causa de la desconfianza mutua que se ha instaurado y que acentúa la desaceleración de la economía por la multiplicación de las dudas e incertidumbres. Los efectos son ya los de la agudización del  miedo (resorte de la violencia) y mayores suspicacias, que a su vez van creando el escenario ideal de un teatro de operaciones propio de la guerra ¿Quienes promueven estas condiciones tienen intereses económicos específicos en un nuevo escenario de conflicto?

Si esta situación lleva a que la efervescencia del conflicto se instale en la Colombia urbana y centralizada, la única buena noticia sería que ‘el mal’ estaría democráticamente repartido en todos los rincones del territorio y, por tanto, cobijaría a cada colombiano y colombiana. En estas condiciones, es posible que por fin, experimentando desde adentro al monstruo, se le pueda comenzar a reconocer, a comprender, y sea factible que se pueda promover una ética civil mediante múltiples diálogos y acciones que acojan y construyan desde las diferencias.

Estar dentro del monstruo que es la guerra y ya no atestiguarlo desde las pantallas del televisor aceleraría inevitablemente el proceso de ‘toma de conciencia’ (o de perdición en el horror) como para ver, ya no si somos capaces de entrar a la modernidad, sino si tan siquiera se puede comenzar a ser parte de la civilización.

Esta aseveración no es exagerada pues la actual escisión psíquica y consecuente división territorial, administrativa y política de Colombia es esquizofrénica: se trata del paciente que no necesita anestesia general mientras le amputan una parte de su cuerpo porque no reconoce como propia dicha parte.

Pareciera que 2/3 del censo electoral colombiano vive en Suiza, o en una especie de sueño o letargo. Pero si el Acuerdo con la guerrilla se deshace la guerra contra la insurgencia será de pleno derecho sin tregua y por tanto se tomará las ciudades. El odio, que nunca entiende razones ni nada distingue, no distinguirá entre la Colombia periférica y rural y la Colombia central y urbana, más cuando ésta última es la que ha bloqueado el proceso, tal como quedó demostrado en la contienda electoral.

Negocios y soberanía

Después de Hiroshima y Nagasaki los japoneses solo contaban con arroz y con japoneses. Su única alternativa era educarse para alcanzar los máximos niveles de competitividad mientras iban comiendo arroz y mejorando su situación.

En este caso los colombianos tienen lo que no tenían ni tienen los japoneses: tierras donde se encuentra concentrada la mayor biodiversidad del planeta. Redistribuir la tierra y reapropiar su utilidad material en clave de hospitalidad y creatividad no solo sería un gran golpe al desempleo y con ello a la delincuencia e inseguridad, sino que contribuiría más que cualquier reforma tributaria a contar con mejores estándares de eficiencia, competitividad y crecimiento económico.

Por creatividad se entiende el uso virtuoso de la ciencia y la tecnología al servicio de la economía azul (Gunter Pauli), aquella que utiliza el 100 % de la materia prima y que, por lo mismo, es capaz de estimular tanto la rentabilidad como la propia biodiversidad.

Después del plebiscito los colombianos parecen comenzar a sospechar que su falta de memoria (que viene de haber dado de baja a la verdad en sus múltiples guerras) les impide tener un proyecto común de nación y que esta es la raíz de su actual antagonismo: su falta de identidad. Si no vemos y escuchamos nuestra inmensa diversidad étnica y cultural continuará la disolución de la patria.

No hacer esto nos podría llevar a que en el futuro cada colombiano –en especial cada empresario- le contará a su nieta al momento de acostarla que hubo una vez un país llamado Colombia, el cual a principios del siglo XX entregó la región de Panamá a causa de la resaca de la Guerra de los Mil Días, y que el domingo 2 de octubre de 2016 construyó en su territorio otro Muro de Berlín a causa de un plebiscito, que además era a todas luces innecesario más allá de la mezquina puja electoral.

Tal vez la nieta pensará: “Mal negocio, muy mal negocio. Regalaron un canal interoceánico y se empeñaron en revivir la Guerra Fría a causa de una paz barata que les salió demasiado cara… ¡Qué caraduras!”.

*Psicólogo y asesor empresarial. [email protected]. @alexanderochasi

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