Bogotá está llena de problemas pero afortunados nosotros, los bogotanos, que tenemos el “segundo mejor alcalde de Suramérica” (¿?). Un burgomaestre que llenó la ciudad de semáforos y “policías acostados”. El paro motero versus la proliferación de motocicletas revela desorden y falta de visión.
Imagen tomada de la red social TikTok durante el paro motero.
Podría meter las manos al fuego: No creo que exista una sola familia en Bogotá donde no haya al menos una persona que tenga moto o se movilice en una.
Les cogí miedo a esas máquinas desde principios de los años noventa, y eso que recién estrenaba mis veinte. Debía entregarle algo a mi jefa en par patadas. Un compañero de la oficina se ofreció a llevarme: —Gracias, pero no, prefiero vivir, le agradecí con amabilidad.
No sé cómo diablos me dejé convencer. Era la época del caos en la Carrera Décima y mi amigo serpenteó como loco por la Séptima entre buses y carros, entre smog y más smog, hasta llegar a nuestro destino en la quinta porra.
No valieron mis súplicas para que le mermara a la velocidad. Era demasiado joven y bello para morir. —Fresco, deje sus nervios, me decía toteado de la risa. Por fin llegamos, yo con el credo en la boca, él burlándose de mí; para mis adentros prometí jamás volverme a encaramar en un bicho de esos. Quedé curado y purgado a la vez, dos por el precio de uno con semejante susto. No he roto la promesa desde entonces. Sin más opción, prefiero como Armando: un rato a píe y otro andando.
Pero al que no quiere caldo, la vida se encarga de darle ración extra. Una de mis hijas acaba de comprarse una motocicleta, contra mi voluntad, claro.
Sufro lo indecible porque como conductor de vehículo particular sé desde el siglo pasado lo temeraria que es esta ciudad, la Bogotá de mis amores, que es también la Bogotá de mis terrores.
Y así, aterrorizado, debe estar el alcalde Carlos Fernando Galán, con una ciudad en obra negra, (1200 frentes de obra, según sus propias palabras); accidentes con muertos por doquier en las vías, el caos vehicular por cuenta de los moteros que se rebelaron por la medida de prohibir el pasajero (parrillero), durante cinco días (30 de octubre al lunes festivo 3 de noviembre) y, para completar, una posible revocatoria de su mandato en marcha.
Según la Alcaldía Mayor, la decisión se tomó por la fiesta de Halloween que se presta para accidentes y delitos. Yo creo que la causa fue otra. El jueves y el viernes Bogotá fue sede de la cumbre por el Día Mundial de las Ciudades 2025, de ONU Hábitat. El alcalde, con buena intención pero mal cálculo, quería mostrar una ciudad ordenada (que no existe) y el jueves los ciudadanos quedamos metidos en trancones, los estudiantes obligados a la virtualidad y cientos de ciudadanos varados y echando quimba hacia sus casas.
Los y las motociclistas son consecuencia de dos fenómenos: la sobrepoblación y las ciudades mal planeadas. Arremeter contra ellos, violando el derecho a la libre locomoción (artículo 24 de la Constitución), sin ponerse en sus zapatos, es culparlos por los errores de terceros, de gobernantes que planifican a la topa tolondra, sin atender la raíz de los males presentes, ni anticiparse a los futuros.
Bogotá adolece esencialmente de falta de visión urbana.
Bogotá es una suma de problemas nuevos que se agregan a los viejos sin que haya soluciones reales a la vista. Además, se toman medidas sin que nadie chiste nada y, muchas veces, sin que las autoridades las expliquen de antemano. ¿Por qué Galán llenó a Bogotá de semáforos en las glorietas y de “´policías acostados” en algunas avenidas, además de separadores sin sentido? “Aquí en Suba en un kilómetro puso 16 semáforos”, me cuenta un amigo profesor. “El alcalde render”, así lo llama mi vecino en Facebook.
Señor alcalde y señor secretario de Movilidad: Las glorietas están hechas para que la ciudad fluya, para entrenar la pericia de los conductores y para educarlos en el conocimiento de las normas de tránsito. Nada mejor que una glorieta para que un ciudadano se gradúe de buen conductor. Por algo dicen que quien aprende manejar en Bogotá, ninguna ciudad le quedará de grande.
A los concejales de Bogotá se los ve metiéndose en asuntos de la nación, no en los de la ciudad que los eligió para cuidar sus intereses.
Poner semáforos en estas intersecciones es necedad sin necesidad, es invertir recursos que pueden asignarse a otros menesteres. ¿Quién desde el Concejo de Bogotá le hace control político a estas decisiones y al costo que asumimos los ciudadanos vía impuestos? Los concejales brillan por su ausencia, a algunos se los ve metiéndose en asuntos de la nación, no en los de la ciudad que los eligió para cuidar sus intereses y los de sus habitantes.
Tampoco se entiende cómo es que hay puntos de ciertas avenidas donde la velocidad máxima es de 30 kilómetros. En una ciudad con un tráfico caótico y un parque vehicular creciente, lo que se espera del alcalde y de su Secretaría de Movilidad son medidas audaces que permitan un tráfico fluido, en vez de relentizado. Las esperas en las glorietas cuando el semáforo se pone en rojo, sin que haya vehículos del otro lado, significa pérdida de tiempo, consumo innecesario de gasolina y más contaminación Alguien dígale al señor alcalde cuánto tiempo pierden los ciudadanos, embutidos en el tráfico, entre semáforo y semáforo.
La solución no es emprenderla contra motociclistas y parrilleros. El problema es planificar un sistema de transporte moderno que no obligue a los ciudadanos a comprar motocicleta o desplazarse en una para ir al trabajo. Mientras el alcalde saca pecho con una primera línea de Metro, a la que faltan más de dos años para ser útil, ya en la ciudad se debería estar hablando de qué sigue después de esa primera parte. ¿O qué: pasarán otros cien años?
Aun así tengo mis dudas después de releer el libro “País Posible”, donde Ernesto Rojas, ex director del DANE, retoma el concepto de “la ciudad de los 15 minutos” (creado por el profesor colombiano Carlos Moreno), por una razón sencilla: “En las grandes ciudades los desplazamientos largos e indignos han acabado con el tiempo para la vida en familia, la creatividad, el intercambio social y la diversión”.
Y eso no es todo. El doctor Rojas agrega: “Han fracasado los costosos intentos de construir autopistas urbanas y de ampliar la red vial. Las obras faraónicas de redes de metro han consumido millones de dólares sin haber solucionado el problema de la movilidad urbana; por el contrario, podría pensarse que lo han agravado por haberse convertido en una invitación a extender el perímetro de las ciudades y a adquirir más automóviles”.
Me lleno de optimismo cuando el experto afirma que “la inmediatez entre los lugares de residencia y los de las actividades sociales permitirá la adopción de modos de transporte más amables con la ecología. Se volverá popular el uso de senderos peatonales, de los canales especializados para el tránsito de bicicletas y el empleo de patinetas y motocicletas eléctricas”, como ya estamos viendo hoy en la capital.
En 2038, Bogotá “celebrará” el quinto centenario de su fundación, ojalá para entonces los tantos males de hoy, sean apenas un mal recuerdo. Pero vuelvo a ser pesimista, porque Naciones Unidas ya hizo un pronóstico tajante: “Las ciudades seguirán creciendo, sobre todo en los países en desarrollo”. Para 2050, el 68% de la población vivirá en zonas urbanas, “por lo que el desarrollo sostenible dependerá cada vez más de que se gestione de forma apropiada el crecimiento urbano, especialmente en los países de ingresos medios y bajos…”.
Una segunda protesta, en la misma semana, para cuestionar el modelo urbano de Bogotá, como lo registra esta nota de El Espectador, demuestra que la gente se está cansando de que otros decidan su destino. El letargo de décadas está dando paso a ciudadanos con un rol activo para incidir en las políticas públicas, como toca.
Sí, señor alcalde del presente y señores alcaldes del futuro, les hablan a ustedes, a ver si se pellizcan.
Alexander Velásquez
Escritor, periodista, columnista, analista de medios, bloguero, podcaster y agente de prensa. Bogotano, vinculado a los medios de comunicación durante 30 años. Ha escrito para importantes publicaciones de Colombia, entre ellas El Espectador, Semana (la antigua); El Tiempo y Kienyke. Ha sido coordinador del Premio Nacional de Periodismo CPB (ediciones 2021, 2022, 2023). Le gusta escribir sobre literatura, arte y cultura, cine, periodismo, estilos de vida saludable, política y actualidad. Autor de la novela “La mujer que debía morir el sábado por la tarde”. El nombre de este blog, Cura de reposo, se me ocurrió leyendo “La montaña mágica”, esa gran novela de Thomas Mann.
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