Imagen de la película “La memoria infinita”

“Mi madre tiene 87 años y tiene Alzheimer, ahora yo soy su cuidador y lo hago con mucho amor. No es fácil ver cómo el pábilo de la vida se extingue y uno no puede hacer nada”.

La emotiva frase es un post de Facebook escrito por el periodista colombiano Javier Solórzano en respuesta a un amigo suyo que vive igual situación con su abuela de 95 años. Padece del mal que les destruye los recuerdos a las personas.

Conocí a Javier en 1993 siendo él reportero de la Revista del Jueves, en El Espectador, el más antiguo de los diarios colombianos, el mismo periódico donde escribió Gabriel García Márquez, el Premio Nobel de Literatura, quien, a propósito, también padeció esta enfermedad.

Con Javier uno puede hablar sobre lo divino y lo humano, es una persona culta e informada, un lector voraz de Historia y biografías. Antes de la Wikipedia, existía Javi con su memoria prodigiosa, llena de datos enciclopédicos. Con él, ninguna conversación se torna aburrida.  

Javier tiene 57 años y trabaja desde la virtualidad como jefe de prensa. Leer es una de sus pasiones. Últimamente ha leído la “Antología de grandes crónicas”, de Daniel Samper Pizano; “El poder de escuchar”, del periodista Ismael Cala y  la biografía de Joachim von Ribbentrop, el ministro de Relaciones Exteriores de Adolfo Hitler. 

En vacaciones les encanta ir a Villa de Leyva para ver juntos “los hermosos amaneceres y atardeceres”.

Villa de Leyva es una ciudad colonial, distante a 165 kilómetros de Bogotá, (Colombia), cuya fundación data de 1572. Allí nació doña Mercedes en 1937. “Mi madre enviudó cuando mi hermano y yo teníamos tres años; siempre se dedicó a nosotros. Nunca se quiso volver a casar, pues no quería ponernos padrastro. Ella fue secretaria. Mi padre Gustavo trabajó para la industria petrolera de finales de los 60s. Se casaron en 1966”.   

Ella fue diagnosticada en 2017, desde entonces Javier está a su lado como sombra; eso significó aplazar sus propias necesidades afectivas. “Tenemos una relación muy bonita basada en el afecto”.

A pesar de que Merceditas todavía cocina y es autosuficiente, el médico recomendó supervisar y apoyar las actividades cotidianas para evitar riesgos, procurando mantener, el mayor tiempo posible, su independencia y autonomía. 

“Cuando le diagnosticaron la enfermedad, yo estaba con ella. Me dijo que la dejara sola y que por mi bien me organizara. Eso me puso muy mal, pues le contesté que no podía abandonarla, menos en su condición”.

Ambos se pusieron a llorar en el taxi.

Los síntomas específicos que experimenta una persona con demencia dependen de las partes del cerebro afectadas; pueden incluir pérdida de la memoria inmediata o reciente de corto plazo, dificultad para encontrar las palabras que se quieren decir, dificultad para realizar tareas o actividades que antes se hacían sin problema, dificultad para concentrarse, hasta cambios en la personalidad y el estado de ánimo.

Javier tenía miles de preguntas y no menos temores: ¿Tendrá cura?, ¿Cómo haré para cuidar de ella?, ¿Enfermaré de Alzheimer también?, ¿Se olvidará de mí un día?…

Salir a caminar, ir a la iglesia o de compras al centro comercial es parte de los planes que disfrutan los dos. También suele acompañarla al salón de belleza. “Mi madre siempre ha sido vanidosa y cuanta crema antiarrugas hay, se la compra. De hecho, los médicos se aterran porque a sus 87 años, parece una mujer de 70”.

En la casa, ven juntos videos de Youtube, donde ella aprende algo nuevo cada día, mientras conversan sobre la familia, sobre Dios o sobre la Violencia que sobrevino en Colombia tras la muerte de Jorge Eliécer Gaitán. Eso fue en 1948, cuando Merceditas tenía 11 años.  

A ella le gusta el crochet y él le explica pacientemente lo que dice la youtuber, porque sus oídos tampoco ayudan mucho. “La sordera en la vejez -me comenta Javier- se llama presbiacusia y está asociada a esta enfermedad, que tiene además un componente genético”.

Para Javier, lo más difícil ha sido lidiar con los olvidos constantes de Merceditas. “Te puede preguntar seis veces sobre un mismo tema, por lo que se debe tener mucha paciencia. A veces, por ejemplo, no recuerda que ya desayunó o se bañó”. 

Los especialistas dijeron que la habían llevado en un buen momento, por lo cual la enfermedad avanza con lentitud. “Le pregunté si podía recuperar la memoria perdida y me dijo que no…”.  

De la pandemia hacía acá, a ella le ha dado por colocar sillas detrás de las puertas, pues vive con la zozobra de que en cualquier momento entren los ladrones. En una ocasión, Javier regresó de hacer un mandado y le costó bastante trabajo convencerla de abrir la puerta.  

Javi ahora se siente preparado para lo que venga. Sabe que el momento más complejo será cuando ella ya no sepa quién es él. “Cada vez retiene menos información. En la fase final la persona pierde total noción de quién es y hasta se le olvida hablar y comer”.

Imagen de la película “La memoria infinita”.

“Los que tienen memoria, tienen coraje. Y son sembradores”: De la película “La memoria infinita”.

Para entender lo doloroso que significa convivir con un ser amado a quien le han diagnosticado Alzheimer, los invito a ver en Netflix el documental “La memoria infinita” (2024). Es el día a día, a largo de varios años, de la actriz Paulina Urrutia y su esposo, el periodista, también chileno, Augusto Góngora –diagnosticado a los 62 años- y de cómo los fallos de la memoria fueron consumiendo su vida de a poco, y poniendo a prueba el amor de ella por él.

Hay otro elemento interesante en esta historia: la memoria colectiva que no quiere olvidar las atrocidades que cometió el dictador Augusto Pinochet.

En una de las escenas, Paulina lee a su esposo una parte del libro “Chile, la memoria prohibida”, del cual Augusto Góngora fue coautor: “Sin memoria no sabemos quiénes somos, sin memoria divagamos desconcertados sin saber a dónde ir. Sin memoria no hay identidad. “La memoria prohibida” no se lee para quedar anclados en el pasado, mucho menos aún para abrir la llaga o despertar el dolor adormecido. Este libro solo tiene objeto si la memoria ayuda a recobrar nuestra propia identidad y a reconocer la verdad, sin la cual no habrá ni reconciliación, ni reencuentro”.

Creo que en esas palabras hay una gran lección para Colombia, un país desmemoriado desde siempre y, quizás por eso, acostumbrado a repetir sus violencias y sus sinrazones, como si una extraña mutación del Alzheimer nos atravesara colectivamente. Pero bueno, me excuso con los lectores, porque ese no es el tema de este artículo.

Volvamos a la historia de Merceditas y Javier: A él esta experiencia le ha traído muchas enseñanzas. “La vida sí es un ratico y por lo tanto hay que disfrutarla al máximo con ella; eso hago a cada instante para después no quedar con arrepentimiento alguno”.

Católicos como son en esta familia, a veces también le lee la Biblia a doña Mercedes. Con Dios de por medio, finaliza nuestra charla:  

—“No he pensado que será de mi vida tras su partida, pero ella me vive diciendo que yo ya me gané el cielo cuidándola”.

Foto cortesía: Mercedes y Javier, un año cualquiera en Bogotá

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