Imagen tomada de video en redes sociales.

El silencio es la tumba de las palabras. Cuando la violencia de las palabras pesa, el silencio está ahí para sostenernos. Quizás lo que nos faltó fue otro mandamiento más para incumplirlo: “Harás silencio cuando sea necesario”.

La derecha se levantó ayer con el pie izquierdo, pues aunque marcharon con ambos píes, varios lunares le quitaron brillo a su marcha del silencio, que arrancó con megáfono en mano.

En “La marcha del silencio” hubo de todo menos silencio. La oposición salió a las calles para, por infinitésima vez, pedir la renuncia del presidente Gustavo Petro. El silencio fue interrumpido por la arenga. O más bien, la arenga uribista no halló paz ni sosiego. El único que marchaba calladito era el Divino Niño, dando ejemplo como siempre. La buena noticia es que no le sacaron un ojito por hacer uso de su derecho a marchar.

Paloma Valencia aprovechó este paseo dominguero por las calles bogotanas para decirle al presidente que “queremos que entienda que su lenguaje de odio y sus ataques institucionales no son aceptados por la mayoría de los colombianos”. Mientras hablaba ante las cámaras, al fondo marchaban con su estrépito las vuvuzelas, los pitos y los silbidos. En Medellín, en medio del ruidajo, gritaban “Uribe Uribe”. La prensa también se unió: “A marchar todos por Miguel y por la democracia”, tituló El Colombiano en primera plana.

Mientras que a Claudia López la tachaban de oportunista, a un reportero del canal público RTVC lo trataron de guerrillero y hachepé; debieron taparle sus castos oídos al Divino Niño, ¡qué pena con Él!

Quedó claro que los colombianos no conocemos el significado de las palabras. Nos falta diccionario. Es entendible, porque Colombia está en el top tres de los países que menos aguantan el silencio. “Los colombianos solo soportan seis segundos de silencio en conversaciones, antes de sentir ansiedad”, dice Noticias Caracol que este año recogió un informe de la plataforma Preply.

Quedó claro que, tratándose de políticos, no hay acto genuinamente desinteresado, donde estos personajes pongan al país en el centro, y no sus intereses partidistas. Una marcha del silencio bulliciosa persigue en sí misma un fin político.

Distinto hubiera sido que la oposición y el uribismo hubieran convocado a todas las fuerzas políticas, empezando por sus archirrivales progresistas, con quienes se tienen que ver las caras todos los días en el Congreso de la República –lo de todos los días es un decir, por mucho tres veces por semana-, y no únicamente contar con los suyos para increpar al presidente de la República.

“Ese pichón de dictador no se va quedar. Si se quiere quedar, lo sacamos de allá”, dijo una doctora María Fernanda Cabal desbordada para alborotar a sus huestes. Las palabras de la senadora uribista me transportaron en el tiempo. Recordé la forma cómo el 11 de septiembre de 1973 sacaron al presidente Salvador Allende de la Casa de la Moneda en Chile: muerto. Y lo siguiente fueron los años de oscurantismo en que se sumió ese país en manos de, él sí dictador, Augusto Pinochet.

Ojalá no vuelva la violencia política de antes que eliminaba físicamente al contradictor, como la que debió soportar la Unión Patriótica desde el Estatuto de Seguridad de Julio César Turbay. Hoy existe una peligrosa violencia mediática que descalifica. Se necesita que los violentólogos nos ayudan a descifrar cómo este lenguaje exacerbado de insultos y señalamientos podría desembocar, más temprano que tarde, en hechos fatídicos que nos conduzcan a marchar no hacia las plazas públicas, sino enjuagados en llanto hacia los cementerios. Si los políticos no miden sus palabras, tendremos que hacerlos directamente responsables de cualquier desenlace funesto. Hay que insistir: las palabras mal dichas tienen el poder de hacer sangrar los libros de historia. No confundamos marchar con márchate.

La senadora Cabal también dijo “Dios nos hizo libres”. Ni tanto, porque de entrada se nos impuso la tarea de perpetuar la especie, que es perpetuar los problemas sin multiplicar los peces. Las cosas estarán bien en Colombia cuando los unos no tengan que marchar para defender lo que se tiene o los otros no deban marchar para exigir aquello de lo que carecen.

No obstante, en un acto de gallardía, el presidente de los colombianos celebró en sus redes sociales la marcha de la derecha. Hay que poner fin a este tire y afloje. Divino Niño: te rogamos que siga así de conciliador.

El silencio es la tumba de las palabras. Cuando la violencia de las palabras pesa, el silencio está ahí para sostenernos.

Cuando escuché la palabra “marcha del silencio” me alegré. —Por fin nos vamos a callar todos, pensé. Leyeron mi artículo del lunes, concluí emocionado. Por fin el silencio triunfará. Me lo imaginaba con un minuto de silencio eterno, una sola plegaria, el recogimiento profundo sobre qué nos pasa y en qué hemos fallado cada uno de nosotros. Nos quedaron debiendo el saludo de la paz. ¡Ay, Divino Niño, haznos el milagrito!

Seguía alelado.

¡Buda se ha metido en nuestros cuerpos y almas! Bailé de alegría, imaginando que todos y todas leyeron “Siddartha” al derecho y al revés. ¡Si conocieran la maravillosa pluma edificante de Hermann Hesse! Me fui de bruces sobre mi utopía. Ojalá los políticos se refugien más en la literatura, no sólo en la matemática electoral. Tiempo es lo que tienen los cuatro días de la semana que no van a legislar.

Por fin será el fin de tanto proselitismo disociador, soñé que soñaba. Pero fue pura ilusión.  Una vana ilusión, como el título de la novela de un amigo. Según la oposición, el único que debe reflexionar en este país es el jefe de Estado, porque los demás no tienen pecado concebido. No rompen platos porque ya no hay vajilla. Mirar la viga en el ojo ajeno es la mayor torpeza de unos y otros, a la derecha y a la izquierda y los del medio. Convirtieron moral en moralina. La pequeña hipocresía.

Un confidencial de El Espectador dice que durante el anuncio de “la gran marcha del silencio”, liderada por María Fernanda Cabal, Paloma Valencia, Efraín Cepeda y Vicky Dávila, se quedaron por fuera de la foto quienes hacen parte del grupo político del senador Miguel Uribe, objeto del homenaje, a quien debemos desear que “se debata entre la vida y la vida”, recogiendo las palabras del primer mandatario.

“Extraordinariamente se sigue hablando de diferencias en el Centro Democrático”, dice el periódico. La batalla que libra solo el congresista Miguel Uribe fue apenas una excusa para un golpe de opinión válido. Cuando él, ya recuperado, retorne al ruedo político tendrá tiempo para ver cómo sus posibles contendores aprovecharon su ausencia en beneficio propio.

Para completar, los expresidentes Duque y Uribe no se pueden ni ver. A la Fundación Santa Fe fueron cuidándose de no cruzarse. En fin, ese es el resumen de un país divididito, donde incluso los iguales con sus rencillas sienten que duermen con el enemiguito. Y dicen tener el corazón más grande que los demás, pero lo han llenado de resentimiento. Así está toda la nación: resentida.

La prueba de un país fraccionado es que mientras en la marcha de ayer ondeaba la bandera de Israel, en el concierto de la Esperanza, convocado por la Izquierda, ondeaba la bandera de Palestina. Es decir, ni siquiera somos capaces de ponernos de acuerdo para agitar unidos la bandera de Colombia y defender la vida de cada ser humano.

El otro día la congresista Katherine Miranda dijo lo siguiente: “No volveremos a ver un gobierno de izquierda”. Congresista, recuerde que las palabras tienen poder y que el silencio también es poder. Hay que poder entonces aprender a callar para no violentar más el discurso, diciendo quién sí tiene derecho a gobernar y quién no lo tiene. El genocidio de la Unión Patriótica partió de miramientos como ese.

En este informe, El Espectador nos recuerda que, aparte del precandidato Miguel Uribe, hay más víctimas de la violencia política en lo corrido de 2025. “Las cifras revelan que, en muchos territorios, la campaña electoral se libra entre el miedo y las balas”, dice la periodista Cindy Morales Castillo.

Invito al progresismo a que organice una marcha del silencio por todos nuestros muertos, sin importar su color político; esta izquierda que conoce el significado de la palabra silencio tiene la autoridad para hacerlo, porque históricamente la han callado a la fuerza, casi hasta la extinción. Marchemos sin color político para que los humanos seamos incluidos en el Libro Rojo de Especies Amenazadas hasta lograr que la vida humana se proteja y la Constitución cumpla esa promesa.

Impulsen una verdadera “marcha del silencio” silenciosa, como aquella que convocó Jorge Eliécer Gaitán el 7 de febrero de 1948, para repudiar el asesinato de liberales y la ferocidad bipartidista, sin saber que la siguiente victima sería él. Marcharon unas cien mil en una Bogotá que tenía entonces 450 mil habitantes, más o menos. En la marcha de ayer marcharon en la capital unas 70 mil personas de una ciudad con alrededor de 8 millones, lo que significa que es amplísimo el número de ciudadanos que hoy se muestran indiferentes con la cosa política, y ahí tanto la izquierda como la derecha y los del medio tienen tema para reflexionar.

La marcha concluyó sobre el mediodía. Al final todos regresaron a sus casas y por fin reinó el mutismo en las calles. Cuando las gargantas se apagaron, solo quedaba una cosa por decir: Denle el uso de la palabra al silencio. 

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