Los políticos, los ciudadanos y la prensa debemos hacer un “pacto de silencio” cuando no tengamos nada constructivo para decir. Como colombianos tenemos una responsabilidad compartida con el país. Un llamado a la sindéresis.
Los políticos, los ciudadanos y la prensa debemos hacer un “pacto de silencio” cuando no tengamos nada constructivo para decir. Como colombianos tenemos una responsabilidad compartida con el país. Un llamado a la sindéresis.
Se publica esta caricatura con permiso de su autor, el caricaturista Matador.
“El camino a todas las cosas grandes pasa por el silencio”: Friedrich Nietzsche, filósofo.
Tenemos país, nos falta humanidad. Aprendimos a odiarnos, aprendamos ahora a disentir desde el respeto.
Les contaré una historia que todos conocemos (o casi todos), pero de la que poco o nada hablamos. Cuando alguien muere en la familia —en la mía, en la suya, en la de cualquiera— la escena obligada es la misma en los funerales. Personas que llevan años, a veces décadas, de no verse, de no tratarse ni siquiera por teléfono, incapaces de soportar o aceptar al otro, a pesar de correrles el mismo apellido por las venas, de repente se encuentran ahí, juntas, en la sala de velación o en el cementerio, con la penosa obligación de saludar de mano, o de beso, o de abrazo, en nombre del muerto que los convoca.
Un día otros serán llamados en nuestro nombre. Y juntos, más no revueltos, estarán ahí lamentando cada quien a su manera nuestra ausencia definitiva.
Preferíamos no tener que ir a la cita pero a la cita vamos, por compromiso con el difunto o la difunta, por piedad, por respeto hacia los deudos, por temor a Dios si es creyente, incluso, por aquello del qué dirán.
Porque eso hace la muerte para celebrar su triunfo. Juntarnos. Ahí nos tiene: postrados, sumisos, asustados, acorralados, quejosos y dolidos, recordando al buen hombre o a la buena mujer que fueron y ya no serán más, convencidos de que él o ella están en un mejor lugar, y sobre todo, prometiéndose, los vivos, dejar tanta ingratitud, reunirse más seguido, antes del siguiente velatorio. Se planea un almuerzo de todos para este domingo, pero el domingo que viene nunca llega.
—Ahí vemos. Vamos viendo, hasta que el asunto se olvida.
Pasa hasta en las mejores familias, con lo cual queda claro que no hay mejores familias.
Porque todo se vuelven palabras. Palabras que se dicen porque algo toca decir. Porque no sabemos qué decir. Porque preferiríamos no tener que decir nada. Como me pasa a mí, poco amigo de los velorios, con suerte iré al mío. Más tieso que majo, llevado contra mi voluntad, allá estaré, más calladito que nunca, sin poder escribir o describir lo que está pasando porque ya no será necesario… ni decir ni escribir. Toca irse a descansar y esta vez para siempre. Y alguien dirá: ¡Pobre, por fin descansó! Descansan unos y descansan los otros.
Antes del almuerzo familiar, aquel que quedó en veremos, llega la noticia del muerto nuevo.
—“Oiga, ¿si supo quién se murió?”, decimos o nos dicen, y soltamos las mismas frases: —¡Qué pesar! ¡Pobre familia!
Y con cada muerto, el ritual se repite y lo mismo las promesas. Volvemos a aquella salita donde se juntan las flores, las lágrimas, el luto. El niño al que conocieron así de chiquito ahora está hecho un grandulón. La mayorcita ya tiene hijo y la viuda ya es abuela. Y la llaman la superabuela porque no parece. Todavía hay espacio para soltar una carcajada en medio de tanta tristeza.
Los parientes pobres y los parientes ricos, los venidos a más y los otros. La vecina que cambió de marido y el marido que dejó a la vecina. Los que no se podían ver ni en pintura se dan el saludo de la paz sin que medie el cura.
Colombia, esta sociedad, debería aprender a comportarse como se comporta uno en los funerales: con apenas las palabras necesarias, callando la mayor parte del tiempo, porque el silencio también es una forma de respeto. En una sociedad bullosa y bochinchosa como la colombiana el silencio se vuelve virtud. Porque cualquier cosa que digamos, así pretendamos decirla con buena intención, puede terminar en ofensa, en oprobio, en calumnia, en necedad, sin ninguna necesidad.
En los funerales nos sentamos al lado del otro y mostramos compasión desde el silencio, aceptando que somos tan distintos pero tan iguales ante la muerte. Vamos en la misma arca, acompañados aunque solos, como barquitos a la deriva, con sustos y sin certezas, salvo una. Debemos ser capaces de convivir como criaturas civilizadas, conservando nuestras diferencias, no nuestras distancias, que es lo que nos tiene mal.
Señor expresidente Gaviria, demuestre que una vez usted fue jefe de Estado, en los momentos más sombríos de esta nación, y acuda a la cita a la que otro jefe de Estado lo está convocando para hablar sobre garantías electorales. Los egos no determinan la grandeza de los hombres. Ustedes pueden ser los dueños de un partido político pero no de un país. El país somos cincuenta millones y pico de almas. El país debe ir hacia adelante. No pararlo, ni paralizarlo.
Podríamos marchar todos por las calles para clamar por el respeto a la vida como ayer muchos marchaban en Colombia para pedir por la salud del precandidato presidencial Miguel Uribe, tras el atentado del sábado anterior. Es la vida de otro ser humano la que nos convoca, no las discrepancias políticas con él o con otra persona. Podríamos juntarnos en muchos conciertos de la Esperanza para aceptar que esa palabra, esperanza, nos pertenece a todos. Marchar para reconciliarnos porque estamos hechos de lo mismo, así pensemos y soñemos distinto.
Es hora de colgar la arrogancia en el closet y ponerla bajo llave.
Como en los funerales, podríamos estar en la tiendita de la esquina, con cerveza en mano, o whisky, ¡qué carajo!, agradeciendo que todavía estamos vivos, porque cuando estemos muertos habrán muerto con nosotros nuestras vanidades, nuestro engreimiento, nuestros trinos cargados de violencia innecesaria, de acusaciones infundadas, de señalamientos, de verdades reveladas que no son más que conjeturas, nuestra mirada limitada de las cosas.
Podemos poner en práctica algo tan simple como contar hasta diez antes de publicar, antes de vociferar, antes de forzar el lenguaje para agraviar. Contemos hasta diez para derrotar esos demonios que nos dominan y sacan lo peor de nosotros. Discreción, prudencia.
—Tres personas entran a un bar: una es de derecha, otra es de izquierda, y la otra de centro. Y se ponen a reír, porque llevan una mesita pero no saben dónde ponerla: si a la izquierda, a la derecha o en el centro. Qué bonito sería ser capaces de reírnos de nosotros mismos. Poder conversar de pie, sin la mesita, por ejemplo. Pero también podrían entrar los mismos tres y tratarse sin risas, pero con respeto desde el silencio, como lo haríamos en una sala de velación.
En un funeral nadie tiene que hacer ningún esfuerzo por callar. Nos sale natural. En este momento debemos ser capaces de callar. Ya hemos hablado demasiado. Debemos ahora aprender a mordernos la lengua y contener los dedos: para no agredir, para no dañar, para no insultar. Ya hemos escupido mucho veneno. Convertimos las palabras en balas. Todos, del señor presidente hacia abajo: sus contradictores, los periodistas, los que no quieren al mandatario, los que dicen quererlo, el vecino que piensa como nosotros, la vecina que se fastidia con nuestra forma de pensar. El vecino del conjunto o la vecina del feis.
Cuando mataron a don Guillermo Cano, el director de El Espectador, en 1986, los medios se silenciaron, en señal de repudio a la violentos; hoy los medios deben silenciar el discurso de odio (venga de la orilla política que venga), de los que parecen bramar en lugar de hablar como la gente. No dándoles más eco si ya para eso tienen las redes sociales, ese infierno lleno de valientes que se agazapan detrás de una pantalla. No dejemos que el país se nos vaya como agua entre los dedos mientras contamos likes. El algoritmo nos está arrebatando la humanidad.
En un momento tan delicado de la historia, donde es fácil perder el control y desbocarse, los políticos, todos, absolutamente todos, empezando por el presidente de la República y por los jefes supremos de los partidos y sus copartidarios, tienen la obligación de ser superiores a sus afanes electoreros. Aquí nadie es ni totalmente bueno ni totalmente malo. Rompimos, nos rompen, estamos rotos.
La prensa debe ayudar a moderar el debate, en lugar de avivar la inquina con titulares incendiarios. Debemos reprobar el lenguaje de las ofensas llamando al orden al ofensor. Los partidos deben crear normas claras en ese sentido. Hay que imponer la ética de las palabras hasta evitar que las palabras sigan sangrando, hasta conjurar los agravios para que se traduzcan en actitudes tolerantes. Debemos crear un sistema para depurar las campañas políticas de la estigmatización y la agresividad hacia el contrario. El Palacio de Nariño debe ser el primero en dar ejemplo.
Nosotros, viejos, no les heredemos nuestros odios políticos a los jóvenes. Hay que intentar otorgarles el derecho a construir un país distinto desde cero, en vez de devolverlos treintas años atrás, cuando a muchos se les trató como a un cero a la izquierda. Arranquemos esa página antes de que la página nos alcance.
Los jóvenes reunidos en la plaza de Bolívar, un día después del atentado, cantaron “¡Fuerza Miguel!”, dando ejemplo. Hoy abracémonos en la diferencia. Los muchachos nos dan una lección para poner la vida y la dignidad humana por encima de nuestras posturas ideológicas. Es hora de darnos tiempo para reflexionar sobre qué nos ha pasado como país y cómo podemos recoger y recomponer a esta Colombia fracturada ¡entre todos!
Para empezar, pongamos la palabra sindéresis en nuestra boca. Y que sea para pedir que Miguel Uribe Turbay se ponga de píe y vuelva a la plaza pública. Es su derecho y el de todos aquellos que sueñan con dirigir los destinos de este país.
Los editores de los blogs son los únicos responsables por las opiniones, contenidos, y en general por todas las entradas de información que deposite en el mismo. Elespectador.com no se hará responsable de ninguna acción legal producto de un mal uso de los espacios ofrecidos. Si considera que el editor de un blog está poniendo un contenido que represente un abuso, contáctenos.