El actor Philip Seymour Hoffman dio vida a Truman Capote en el cine.

Quisiera escribir como aquel tipo que encantó y desencantó a la sociedad de su tiempo, ese niño terrible del periodismo y la literatura que hizo y dijo lo que se le dio la gana.

No salí a la calle en toda una Semana Santa por leer A sangre fría. Quería para mí un talento semejante. Luego escarbé en su vida: un tipo buena vida norteamericano con una infancia difícil, de poca estatura y voz aflautada (¿o debiéramos decir afeminada para no cansar con los eufemismos?), cuyo nombre real era Truman Streckfus Persons, aunque él prefirió llevar el segundo apellido de su padrastro cubano, un tal Joseph García Capote. “Te agradecería que en el futuro te dirigieras a mi como Truman Capote, porque todo el mundo me conoce por este nombre”, le escribió a su padre en un papel.

“Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”: Truman Capote.

No hay manera de contradecirlo. Fue eso y más: llevó el periodismo a otro nivel. Afirmó que había inventado un nuevo género literario, “la novela de no ficción”, hecho que lo convirtió en una figura destacada del llamado Nuevo Periodismo.

En la biografía oficial habla de esa pasión. “El secreto del arte de entrevistar (porque es un arte) es dejar que el otro crea que te está entrevistando a ti. Empiezas hablando de ti y lentamente vas tendiendo la tela de araña y acaba contándolo todo. Así cacé a Marlon (Brando)”.

Hasta entonces no había leído nada suyo y en adelante quise leerlo todo, que es el efecto embriagador que causan los grandes escritores, esos genios que nacen de a uno cada siglo.

Así llegué a obras como “Plegarias atendidas”, “Otras voces, otros ámbitos”, “Desayuno en Tiffany´s” o “Música para camaleones” y a sus cuentos completos. Maravillado, busqué su biografía oficial, la de Gerald Clarke. Al cerrar el libro en la página 716 entendí que la vida del propio Capote (y así la de sus padres, pero en especial la de su madre), fue en sí misma una novela, con todo y los episodios sórdidos que la rodearon: una niñez con más soledad que amor, sus primeros escritos siendo niño, sus relaciones tormentosas y, víctima de la celebridad, su descenso a los infiernos: una mezcla letal de drogas, alcohol, soledad y depresión. Varias veces se presentó borracho a lecturas y entrevistas.  

“Me prometió el mundo y no me dio más que un plato de lentejas”, dijo de Truman Capote uno de sus amantes”.

Truman se dedicó a consolar a sus cisnes, que así llamaba a las mujeres con belleza, riqueza y clase de la alta sociedad neoyorquina, a quienes les sirvió de almohada y pañuelo para que lloraran sus desdichas. No sabían que su amigo –su canalla amigo- escribiría todo cuanto vio y escuchó, tirando al traste amistades de años. Yo diría: De los escritores no te confíes, porque donde unos ven chismes, ellos ven literatura. Y ninguno viste de sotana que los obligue a guardar confesiones.

Aunque usó nombres ficticios, los aludidos sabían que aquella ficción los delataba. Tales infidencias forman parte del relato La Cote Basque, del libro “Plegarias atendidas”. Este 2024, el canal HBO Max estrenó la serie de ocho capítulos basada en dicho relato: Feud: Capote vs. The Swans.

Capote se defendió con el único argumento posible: “Yo no he dicho eso. Lo dice un personaje. No se puede acusar a un escritor de lo que dicen los personajes”. Sus declaraciones levantaban polvo, no exentas de veneno. “Toda la literatura, desde las biografías a los ensayos, pasando por las novelas y los cuentos, no es más que chismorreo”.

Fue una persona de amores y odios. Acribillaba con sus palabras. De hecho, el periodista Lawrence Grobel le dedicó su libro “Conversaciones íntimas con Truman Capote” con esta frase: “A Truman, que afiló la pluma sin miedo”.

Tan venenosas fueron su prosa y su lengua que para una nueva biografía el escritor George Plimpton juntó el testimonio de quienes lo amaron y lo odiaron. Cada cierto tiempo la prensa nos recuerda que fue el anfitrión de “La fiesta del siglo”. Con su “baile en blanco y negro” (1966, Hotel Plaza de Nueva York) “hizo 540 amigos y 15.000 enemigos”, así reseñado por El País. Lo planeó para dejar por fuera personas a las que detestaba.

“Lo que no entiendo es porque todo el mundo decía que los Kennedy eran tan sexys. Sé mucho de pollas, he visto un montón y si hubiesen empalmado todas las de los Kennedy habría salido una buena”: Truman Capote.

(Cita tomada del libro “Truman Capote: La biografía definitiva).

Así era él: sin pelos en la lengua, un imprudente que hacía las delicias en cualquier reunión. Despreciaba a Ernest Hemingway como persona y como escritor; en cambio, consideraba muy buenos los relatos de John Cheever. (¡Y sí que lo son!). Admiraba a escritores como Faulkner y Nabokov. De los suramericanos confesó simpatía por Gabriel García Márquez; a Borges lo consideraba de segunda categoría” y de Albert Camus dijo que no se mereció el Premio Nobel de Literatura.

“A sangre fría” (1965), su obra maestra, es lectura obligada para escritores y periodistas; le tomó seis años escribirla, principio y fin de su genialidad.

Corrió el rumor de que se enamoró de uno de los asesinos pero luego quedó claro que fingió su amistad, con cartas, libros y regalos mientras los visitaba en la cárcel para sacar información. Ellos pensaban que él escribiría un libro para salvarlos y él sólo quería publicarlo y olvidarse de todo.

“Me han dicho que el libro está a punto de imprimirse y que van a venderlo después de nuestras ejecuciones”, le dijo ofuscado Perry, uno de los criminales.

“Escribir el libro no me resultó tan difícil como tener que vivir con él. Todo ese maldito asunto, día a día y día a día. Fue mortificante, una verdadera fuente de ansiedad, tan desolador, tan anonadante, y… tan triste”.

(Cita tomada del libro Truman Capote: La biografía definitiva).

La película Capote (Prime Video), en la piel del actor Philip Seymour Hoffman, ya fallecido, muestra cómo se gestaron la investigación y escritura, y sus artimañas en ese proceso. Todo empezó cuando leyó en la primera plana de The New York Times sobre una familia que había sido masacrada en su casa de Kansas. Tenía el olfato del reportero audaz que se huele las buenas historias a distancia.

Si el lector quiere leer una novela fascinante, lea A sangre fría. Cada página es como estar ahí, testigo del horror, sintiendo el terror que experimentó la joven Nancy al descubrir los cadáveres de la familia Clutter.

“Cada vez que cojo A sangre fría lo leo de cabo a rabo, como si no lo hubiera escrito yo. No le cambiaría ni una coma”, le dijo a Lawrence.

Quería reencarnar en un buitre, odiaba ir a funerales y anhelaba ganarse el Nobel. Envidiables su memoria y su nivel de precisión para describir escenas, personajes y situaciones. Podía recordar el 90% de las charlas para luego transcribirlas.

“Los libros que leí por mi cuenta tuvieron una importancia mucho mayor que mi educación oficial, que fue una pérdida de tiempo y concluyó cuando cumplí diecisiete años”: Truman Capote.

(Cita tomada del Libro Conversaciones íntimas con Truman Capote, Anagrama)

Parte de A sangre fría la escribió en una casa española, entre pinos sobre un risco, que ahora es refugio para escritores de todo el mundo: poetas, novelistas, ensayistas, cuentistas e historietistas. Una vez aprobada la solicitud, durante un mes, cuatro personas pueden convivir en la Residència Literària Finestres.

Se trata de “un territorio de calma y recogimiento, alejado de los afanes urbanos, donde se cultiva la imaginación y el pensamiento a través de la escritura”.

Truman no encontró cómo regresar del averno. El forense dijo que su muerte fue resultado de hepatitis, flebitis e intoxicación por múltiples fármacos. Aunque el genio de hueso y carne está en el cielo de los escritores desde 1984, su genialidad quedó atrapada en su obra.

Genio y figura hasta la sepultura, el mundo celebra hoy a un iconoclasta, a un irrepetible. ¡Gracias Truman Capote!

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