Por Hernán Jara Muñoz, librero colombiano.

Ser librero lo ha sido todo para mí en el ámbito laboral, pues es a lo único que me he dedicado. Es una profesión llena de experiencias diversas: algunas muy buenas, otras no tanto. Sin embargo, es un oficio profundamente interesante y dinámico. Estar siempre en contacto con los libros permite conocer una variedad enorme de temas, autores, editoriales y distribuidores. También ofrece un termómetro bastante real del movimiento editorial: qué títulos o autores se venden más, qué tipo de edición prefieren los lectores, cuáles autores gustan y cuáles no.

Pero esta labor también tiene sus dificultades. No existe como tal la profesión de librero; es un oficio que se aprende empíricamente. La mayoría llegamos a trabajar en una librería por una oportunidad laboral, sin tenerlo planeado. Existe además la idea equivocada de que todo librero es un gran lector. Algunos lo son, lectores disciplinados y dedicados. Otros no tanto, por diversas razones: compromisos familiares, otros intereses, falta de tiempo…

Yo me ubico en un punto medio. Trato de mantenerme al día, especialmente en los temas que más me interesan: la coyuntura del país, la historia de Colombia y en particular la violencia de los años cincuenta. A propósito, publiqué un libro con las memorias de mi padre sobre la violencia bipartidista: Cuadernos de la violencia. Memorias de infancia en Villarrica y Sumapaz, de Jaime Jara Gómez.

Creo firmemente que un buen librero no es quien se las sabe todas, sino quien acompaña. Su intervención debe ser oportuna, porque muchas veces los clientes conocen mejor los temas que les interesan. Por eso, estar atento a las novedades y sus temáticas permite hacer recomendaciones más acertadas, y poco a poco se construyen relaciones más cercanas, incluso de amistad o complicidad.

Hay muchas anécdotas en este oficio, tantas que darían para un libro completo. Comparto una reciente: el año pasado visitó la librería el padre del actual presidente Gustavo Petro, buscando un libro para regalarle por su cumpleaños. Le mencioné algunas novedades de interés nacional y destaqué la más reciente novela de William Ospina, Pondré mi oído en la piedra hasta que hable, sobre la vida de Alexander von Humboldt y sus viajes por América, especialmente por Colombia. Terminó comprando ese libro y otro más. Ya en casa, me asaltó la duda: ¿habría sido una mala recomendación, considerando las grandes diferencias políticas entre el presidente y el autor? No sé qué pasó con el regalo, pero es algo que todavía hoy me inquieta.

También hay momentos muy gratos: personas que regresan agradecidas por una recomendación, y que incluso terminan leyendo toda la obra del autor sugerido. Esos gestos reafirman el sentido de este oficio, que más allá de vender libros, también cultiva vínculos, despierta curiosidades y siembra lecturas.

“Existe la idea equivocada de que todo librero es un gran lector”: Hernán Jara.

El librero Hernán Jara publicó un libro con los recuerdos de su padre sobre la violencia bipartidista: “Cuadernos de la violencia: Memorias de infancia en Villarrica y Sumapaz”, de Jaime Jara Gómez.

Estuve vinculado por 34 años con Librería Lerner, la mayor parte del tiempo encargado de la Sala Colombia de la sede centro en Bogotá; de hecho, ingresé allí precisamente porque en ese momento se abría esta nueva sala, dedicada a los autores colombianos y los libros sobre Colombia.

Algo que siempre me impactó fue la desaparición de algunas editoriales independientes muy relevantes en su momento, como Tercer Mundo, El Ancora Editores, Carlos Valencia Editores, etcétera.

Luego vino la adquisición de algunos sellos editoriales como Alfaguara, Ediciones B, Paidós, etcétera., por parte de grandes conglomerados económicos, lo que considero muy grave, pues se fue perdiendo ese papel tan importante que realiza el editor serio, comprometido y exigente al momento de decidir qué manuscrito tiene la calidad, el trabajo, la dedicación, la investigación suficiente, y al final, el aporte real al campo de nuestra literatura.

Por tanto, la industria ha ido decayendo cada vez más; hoy proliferan gran cantidad de editores independientes, algunos (muy pocos) serios y exigentes, y la gran mayoría, infortunadamente, se dedican a subirle el ego a muchos que así mismo se consideran “escritores”, publicando cantidades de títulos de muy baja calidad a costo del autor que debe pagar por todo el trabajo editorial, corrección de estilo, diagramación, impresión, etcétera. Le ponen el sello de la editorial y luego hacen el trabajo de distribución para que sea un negocio redondo.

Por otra parte, están los grandes grupos que monopolizan el mercado, atrayendo a los autores que tienen un relativo reconocimiento y que en la mayoría de los casos hicieron sus primeras publicaciones con editoriales pequeñas e independientes. Estos grupos tienen capacidad para promover autores y en muchos casos, se sabe, les imponen sobre cuál tema escribir, qué temas se pueden o no abordar, de acuerdo con sus intereses o compromisos.

Para completar, dichas editoriales exigen que el autor escriba su próximo libro en un tiempo determinado, esto lleva obviamente a que el autor no haga su trabajo a conciencia, con responsabilidad, sino atado al compromiso de los tiempos; se vuelven mediocres y repetitivos en sus temáticas. El mercado se inunda de títulos de baja calidad.

Sin un trabajo editorial serio y sin escritores comprometidos, lo que tenemos es una superproducción de libros, que se quedan en los anaqueles de las librerías por mucho tiempo, en las bodegas de los editores y, por último, como lo resalta el ensayo “La literatura colombiana está en crisis”, se terminan “picando” cantidades de libros, producto de la irresponsabilidad editorial que existe.

Pienso que las editoriales deberían más bien rescatar ciertos autores olvidados, como Manuel Zapata Olivella, José Antonio Lizarazo, Luis López de Mesa, Jorge Zalamea, o a poetas como Luis Carlos “el tuerto” López, Porfirio Barba Jacob, Julio Flores, Luis Vidales etcétera, cuyas obras tienen mucho más valor que gran cantidad de autores que siguen sacando una, dos y hasta tres novelas al año, sin mayor aporte a la literatura nacional.

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