“El fascismo es una mentira contada por matones”: Ernest Hemingway, escritor.
Hay discursos que son un verdadero peligro para las sociedades democráticas, y los de Agustín Laje pueden caber en esa definición. Pero ¿Quién es este joven al que la Universidad Javeriana le cerró las puertas y que protagonizó, según Semana, una “apoteósica presentación en la Feria del Libro con más de 3.000 personas y 7 horas de firma de libros”? ¿Se trata acaso de la octava maravilla de la literatura?
No es un literato, tampoco el siguiente Premio Nobel que saldrá en hombros de la Academia sueca. Es un politólogo, bisnieto de militar, dedicado a escribir libros donde básicamente defiende el derecho de la derecha y la extrema derecha a gobernar, satanizando cualquier forma de gobierno distinta, es decir anulando a la izquierda y a la gente de izquierda (cancelar es el término de moda). El libro “Generación idiota”, (editorial Harper Collins), en cuya solapa se lo presenta como un intelectual y conferencista, fue construido a partir de ideas prestadas, a juzgar por las once páginas de bibliografía condensada.
Vino a decirles a quienes quisieron escucharlo por qué son (¿somos?) la “generación idiota”, pero luego aclara en la prensa, como si nada, que “el título es un poco engañoso, porque la palabra idiota no es necesariamente un insulto”. ¡Hágame el bendito favor!
Y siguió aclarando lo que ya no necesitaba más explicaciones, porque si se miente desde la carátula (como esos medios que adulteran la realidad en los titulares), es porque lo demás ha sido escrito con la intención de confundir, exagerar o engañar. Basta con leer lo que dice en los medios para entender las intenciones de la obra.
“La palabra idiota etimológicamente es muy rica, la podemos rastrear hasta la antigua Grecia, donde el idiota era básicamente aquel que estaba tan ensimismado, tan preocupado por lo propio, tan encerrado en las cuatro paredes de su hogar, que no se daba la oportunidad de participar en la polis”, prosiguió.
Ir dos milenios atrás y devolverse a las carreras para afirmar que el calificativo idiota es un halago porque lo usaron los griegos, desconociendo además el caudal de sabiduría que nos aportaron sus filósofos. Una explicación bastante idiota, por cierto, joven Laje. Nacimos de noche pero no anoche.
Se inventó dos términos para sorprendernos: adolescentrismo y sociedad adolescéntrica. De sus respuestas se deduce que no sólo considera idiotas a los jóvenes sino también a los padres, en especial a las madres, sometidas a las cuatro paredes y a la crianza de los hijos, por culpa de la cultura machista imperante, a sabiendas de que esa realidad ha ido cambiado de a poco, en parte por las victorias del feminismo, que tanto desprecia; en parte por la apertura de pensamiento/conocimiento de la globalización (él ve internet como un peligro para las élites) y en parte por los derechos conquistados, (que a él le causan piquiña). Sepa, joven Laje, que en estos tiempos las mujeres tienen planes distintos a quedarse en casa, ver telenovelas, plancharle la ropa al marido o mirar qué les sirven en la cena, y en caso de ser violadas reclaman el derecho a abortar porque el cuerpo es de ellas no de quienes las juzgan a la ligera.
Le dijo al portal Disidentia: “La generación idiota está perdida en su incapacidad de mirar más allá de su propio ombligo narcisista”. “… ella se seduce a sí misma creyendo que la diversidad avanza simplemente porque podemos teñirnos el cabello de verde, sentirnos en un cuerpo equivocado o acostarnos con alguien del mismo sexo y celebrarlo (como enorme proeza) un mes entero cada año”. Un narcisista hablando de narcisismo. Si esa afirmación no es una declaración homofóbica, ¿qué lo es entonces?
Y resuelve la duda cuando remata: “Quizás éramos mucho más libres cuando ciertos rasgos identitarios no nos provocaban semejante malestar, porque ya estaban resueltos de antemano”. De acuerdo con ese pensamiento estrecho, obtuso, la gente que no ha nacido, cuando lo haga, debe seguir los libretos ya establecidos, cuidadito si alguien piensa distinto, se comporta distinto, siente distinto, desea distinto.
Libros políticos como este, escritos a dos o a cuatro manos, abonan el terreno a regímenes que determinan cómo pensar, comportarse, sentir y desear. Lo que se salga de esos límites es malo, subversivo, peligroso, condenable. ¿Perverso para quién? ¿Para esos que heredan los privilegios de una generación a otra? O sea, los idiotas son los demás, ellos no. A eso mi abuela le tenía un nombre: “La ley del embudo, lo ancho para uno, lo angosto para los demás”.
Me declaro hastiado de tanta moralina, esa forma mezquina de juzgar el comportamiento humano.
Usando a los adolescentes como metáfora, Agustín Laje nos culpa de lo malo que pasa como si esta generación de ciudadanos hubiese creado las redes sociales, o estuviese creando la inteligencia artificial, o gobernáramos las naciones.
Esa retórica, tan elegante como rebuscada, es la forma de posar y pasar por sabios para que los demás se sientan tontos e ignorantes, con la venia de medios de comunicación que, identificados políticamente, no tienen problema en amplificar tales mensajes, en lugar de proponer una manera civilizada de entendimiento y tolerancia donde quepan todos, no donde haya que esconder, como las familias vergonzantes, a los que se rebelan o disienten.
De manera forzada aplica sus teorías al ámbito político, cuando en realidad ese “pensamiento adolescente” debe referirse más a la banalización general de la cultura que afecta todo, empezando por la pereza a pensar para no ir más allá del meme. No creo que el mundo sea más frívolo o farandulero que antes. Banales hemos sido siempre, sólo que ahora las redes sociales nos delatan por medio de lo que cada quien publica; sospecho que también la prensa (no toda, por fortuna), quedó atrapada en esa superficialidad. Nadie sabe hacia dónde vamos; ¿vamos hacia ninguna parte como la gallina ciega? Es probable. El único que sabe hacia dónde va es el treintañero Agustín Laje con sus bolsillos abultados luego de cada gira.
Dice: “El idiota adolescéntrico pretende, al contrario, una completa autodeterminación que deja, sin embargo, incompleta o mutilada, en cuanto le falta siempre el componente de la responsabilidad individual”.
Vino a repetir esa carreta, ahí estaban los papás no para defenderse ellos ni a sus hijos del maltrato verbal y escrito del argentino (bullying o matoneo se llama), si no para comprar el libro adoctrinador de un candidato a político que actúa como predicador en púlpito.
Recordemos que antes de ser grandes, fuimos esos “adolescentes estúpidos”; menospreciarlos es reconocer tácitamente que fracasamos como adultos. Ellos, que hasta ahora empiezan a vivir, están en todo su derecho de no saber nada de la vida, a estar desorientados, porque se nos olvida que la adolesce(ncia) es el difícil puente que el niño debe cruzar para alcanzar la mayoría de edad. Laje debió saltársela de un brinquito.
Algo muy malo tuvo que pasarle en sus años juveniles para emprenderla contra Greta Thunberg. “Greta, en sí misma, constituye un personaje muy poco interesante…”. “Greta, en rigor, no es un personaje de redes: es un personaje construido por las principales corporaciones multimediáticas”.
La atacan a la vez que niegan el cambio climático aun teniendo las pruebas en sus narices. Si fuéramos considerados, dejaríamos el planeta mejor de lo que lo encontramos, para los Lajes y los no Lajes del futuro.
Bien hizo la Universidad Javeriana cerrándole las puertas a un discurso de odio, adornado con lenguaje encopetado, que solo acepta la derecha como gobierno legítimo. Mi querido Agustín Laje, Argentina fue gobernada por una dictadura ultraderechista, con 30 mil desaparecidos que borra de un plumazo en otro de sus libros. De chico, vi retratado ese horror en la película La noche de los lápices; valdría la pena que la vea, la produjeron en su país como prueba del dolor de las abuelas y madres plantadas en la Plaza de Mayo para saber qué hicieron con los suyos. La premiada película “Argentina, 1985” (Premios Globo de oro y Goya) puede también refrescarle la memoria.
No es ético dar cátedra en otros países cuando desconoce la propia historia patria. Pareciera que esa historia, para él, comenzó con su nacimiento, en 1989, no antes; de ahí el afán por corregir, quitar lo que la afea, cualquier mancha que pueda truncarles, en el presente, el camino a los herederos políticos.
Ojalá no lo pongan a explicar las realidades del resto del continente porque de seguro nos dirá que la masacre de las bananeras (Colombia, 1928) la creó García Márquez para ponerla en Cien años de soledad o que las 6.402 ejecuciones extrajudiciales (no falsos positivos) se las inventaron las inconsolables Madres de Soacha, durante un gobierno de derecha que con métodos ultraderechistas los vistió de camuflado para que parecieran guerrilleros, como si fueran las sobras de la evolución, sin tener velas en este eterno conflicto interno, que, ¡qué curioso!, alimentaron con saña y armas los partidos políticos tradicionales antes de repartirse el poder mediante el Frente Nacional.
Esos desenlaces aberrantes, mi querido Agustín, son los peligros que se ciernen sobre las sociedades si seguimos validando la idea de que el globo terráqueo es blanco y negro, no de colores. Cuando se tapa el arco iris, brillan esos fascismos y fascistas, que en el pasado dejaron caer sangre en los libros de historia: repasen a Mussolini en Italia o a Franco en España. Con un mundo fuera de sus cinco sentidos, debemos cuidarnos de quienes quieren pescar en el río revuelto de las provocaciones: vengan de la derecha, de la izquierda, de las extremas, de las nuevas derechas e izquierda, de los centros o de los egocéntricos, como el susodicho.
“La turbulencia de los demagogos derriba los gobiernos democráticos”: Aristóteles, filósofo griego.
¿Cuál es en sí el peligro de este tipo de libros?
Atérrese el lector, “Mi lucha”, la “gran” obra del sanguinario y antisemita Hitler, todavía se imprime y se vende porque andan entre nosotros los que creen que hay una raza única y pura, y que lo demás sobra, como sobraron seis millones de judíos cuando los gasearon en los hornos y los agotaron hasta el hambre y la muerte en los campos de concentración. “Los secretos del libro de Hitler” se puede ver en Prime Video.
Equivocado es creer que el fascismo es un anacronismo. Aquellos que desprecian la pluralidad de pensamiento están alentando el regreso de esas formas demenciales del poder. Lo acaba de decir el diario global El País en un titular “Auge de la extrema derecha y el populismo y declive de la derecha tradicional: Chile y el efecto contagio en Latinoamérica”.
Con todo, no se les haga extraño que los próximos mesías salgan no de la religión si no de entre los extremistas de derecha, que confunden mano dura con violaciones a los derechos humanos, como los cometidos por las dictaduras militares. Noten lo siguiente: Cien años le tomó a una pandemia regresar (tras la gripe española de 1918) y se cumplió ya un siglo desde que empezó la dictadura de Mussolini (1922). Insisto: la historia tiene ese don perverso de reciclarse a sí misma.
Más que escritor, Agustín Laje es un eficiente activista que escribe. Son cosas distintas para dejarlo claro; dudo que una feria del libro sea el escenario para políticos que fungen de escritores, ahí se equivoca la Cámara Colombiana del Libro, organizadora de la FILBO. Una derecha colombiana huérfana y sin liderazgos, lo aplaude de píe, y si tuviera cédula colombiana o al menos la doble nacionalidad, le estarían diciendo: “quédese que nosotros lo lanzamos”. Les queda el librito, en todo caso.
Dice este personaje: “La democratización de la fama destruyó los criterios con los que antes se volvía uno famoso (alguna destreza excepcional, genialidad, sapiencia, heroísmo, santidad, etcétera). La gran promesa de las redes sociales y sus sistemas basados en likes y followers es, precisamente, esa misma: poder ser famoso siendo todo lo común y corriente que soy”.
Se contradice porque la democratización que trajo internet permitió que ese alguien del montón que debió ser en el pasado, hoy tiene una tribuna; de lo contrario, lo apoteósico habría sobrado en los titulares. Yo sí celebro que la gente normalita, esa en la que nadie cree, encuentre el medio para ser alguien, oportunidades y puertas abiertas donde en otros tiempos a otras generaciones se las cerraron en su cara. Ya no es un perfecto desconocido, joven Laje, así que no se enfade porque otras criaturas tengan, como usted, sus quince minutos de fama sobre la Tierra.
Su libro está en primeros lugares de ventas en el género de no ficción aunque cabría en el de ficción. Eso significa que “educar” a padres e hijos sin tener los propios es un buen negocio. Sólo espero que después de leerlo, los lectores digan, con alguito de amor propio:
—No joven Laje, no somos la generación idiota. Tenemos cerebro y no necesitamos el suyo para pensar.