La última edición del Premio de Periodismo CPB dejó un sinsabor. La ceremonia fue un evento sencillo pero sobrio con transmisión impecable de Canal Capital… y varios lunares. La ética en este oficio sigue siendo la tarea pendiente.
La última edición del Premio de Periodismo CPB dejó un sinsabor. La ceremonia fue un evento sencillo pero sobrio con transmisión impecable de Canal Capital… y varios lunares. La ética en este oficio sigue siendo la tarea pendiente.
En un momento tan crítico para el periodismo mundial, y el colombiano en particular, yo esperaba más de la edición 43 del Premio de Periodismo CPB, y todavía más teniendo en cuenta que el gremio de periodistas más viejo e importante del país completó 80 años de vida.
Los premios de periodismo no pueden servir para congraciarse con los amigos, ni para exhibir nuestras simpatías o antipatías políticas. Quienes vimos la ceremonia en vivo desde la Cámara de Comercio de Bogotá, y quienes la siguieron por televisión a través de Canal Capital, volvieron a presenciar lo mismo del año anterior: periodistas premiados que arengan desde el escenario contra el gobierno de turno, sin profundizar en los problemas que aquejan al gremio del cual forman parte, preocupación que debería ser el tema central de unos premios de periodismo.
Ya no es secreto que ciertos medios en Colombia fungen hoy como tribunal de oposición, más allá de ese control tan necesario sobre el poder. Recordemos que la directora de El Heraldo obtuvo un premio CPB en la categoría de Opinión por su columna “Petro, el misógino”. La buena noticia es que todavía los periodistas podemos opinar con libertad en Colombia (sin las presiones que ejerció el poder en el pasado) y la mala noticia es que todavía siguen matando periodistas en nuestro país. “El 2024 fue el año más crítico de la última década, y confirma que los principales agresores son los grupos armados”, dice la FLIP en esta nota para El Espectador.
Pero es entendible esa falta de “autopsicoanálisis”, porque a los periodistas nos cuesta vernos el ombligo para aceptar que no estamos siendo mejores que todo aquello que criticamos. Salvo ese periodismo que todavía mantiene los pies sobre la tierra, se sabe que una parte de la prensa camina por la cuerda floja, haciendo malabares, observando con temeridad hacia el vacío, sin mucha confianza ni credibilidad en sí misma. Mientras tanto, el público observa con cierto desdén. Ahí están las cifras verificadas de cómo las audiencias ven los toros desde la barrera.
Dejó un sabor agrio que el alcalde de Bogotá, Carlos Fernando Galán, quien ha jugado un doble rol como político y periodista, suba al atril a hablar como periodista y como político al mismo tiempo, mostrándose como un adalid de la libertad de prensa desde su papel de gobernante.
Aunque no sé de qué me quejo si en este país las líneas entre política y periodismo se difuminaron hace rato. Días después circularon por las redes sociales unas fotografías donde se le ve muy feliz con unos reporteros, también muy felices ellos posando al lado del burgomaestre, mientras él sacaba pecho con un metro de Bogotá en obra negra, cuando todavía faltan tres años para su posible inauguración.
La distancia que deben tomar los periodistas de sus fuentes es una línea que se borró y una lección que se olvidó. O a lo mejor, las buenas prácticas ya no se enseñan en las facultades de periodismo porque entraron en desuso. El mundo corre de manera loca sin tiempo para comprender qué es lo que está pasando.
Dijo el alcalde en su discurso: “Entiendo los retos que tenemos hoy como democracia (…) todos tenemos que jugar un rol desde donde estamos para defender esa democracia, los que estamos en el gobierno dando garantías a todos (…) en la noche de hoy no hubo ningún premio, hasta ahora que yo vi, sobre alguna investigación que tenga que ver con la alcaldía, y seguramente sucederá (…) y yo tengo como gobernante que garantizar que eso se pueda hacer, y que tengan las garantías para que puedan ejercer su función…”.
La crisis que vive el periodismo colombiano quedó fotografiada en el discurso del presidente del CPB, José María Bolaño, centrado en la ética, y luego en una frase lapidaria de los profesores Diego García, Paulina Morales y Óscar Parra, de la Universidad del Rosario, ganadores de la estatuilla a la Mejor investigación docente, por el trabajo “Condiciones laborales de los periodistas en Colombia’.
Ellos encontraron que “la mitad de los periodistas estarían dispuestos a abandonar el periodismo”. Esa insatisfacción es un dato inédito, sobre lo cual el país periodístico debería estar debatiendo, porque es la prueba reina de que se está perdiendo el amor por el oficio. Se ejerce con desgano, a regañadientes, quizás porque en el horizonte tampoco hay mejores perspectivas. (Ya viene una columna sobre los resultados de esta investigación que revela los niveles de precarización laboral).
Los premios de periodismo deben servir para elevar la calidad de este servicio, que es a la vez un derecho de los ciudadanos. Pero un gremio como el CPB también puede allanar el camino para interceder por unas mejores condiciones para los trabajadores de la prensa. Hoy los reporteros no tienen quién los respalde ni represente. La revista Gaceta (haberla revivido es un gran logro del actual CPB), puede servir de vehículo para ventilar estas cuestiones.
El premio CPB a Semana por un tema de portada, titulado “Ricardo Roa, presidente de Ecopetrol, y su novio Julián Caicedo se destapan”, me hizo pensar que estábamos en los Premios Tv y Novelas, y no un premio que tradicionalmente premia la excelencia periodística, no escándalos mediáticos.
Me pregunto qué valor tiene, en términos periodísticos, mostrar a una pareja y su gato en un apartamento de lujo al norte de Bogotá. Eso es más propio de revistas frívolas intrigadas por la privacidad de los famosos. Pero se entiende, claro está, que el morbo genera likes y los likes dinero y audiencia. A la larga, no todos los días en un país con dobleces morales un poderoso sale del closet para responder cuestionamientos, así lo haga en la revista que más maltrata al gobierno para el cual trabaja el funcionario.
Antes de seguir, cabe señalar que, a excepción del Premio al mérito periodístico, cuyo ganador es escogido por la junta directiva del CPB, los demás galardones los entrega un jurado externo, ajeno al gremio, pero escogido por sus directivos, el cual actúa de manera autónoma.
Quizás lo que se deba replantear entonces es el reglamento de los premios y las condiciones para ser parte del jurado y prejurado. No debería permitirse que personas que han jugado a dos bandas, en política y periodismo, usando los medios como puerta giratoria, afecten el prestigio de un galardón que desde sus orígenes (1982), se ufana de ser “el premio de periodistas para periodistas”. Tal vez la academia, con sus observatorios y periodistas calificados, puedan aportar genuina independencia a la hora de conformar un jurado calificador.
En esta coyuntura hay una oportunidad de oro para que el CPB se redima de sus propios pecados.
Se deben elegir unos jurados sin un pasado de doble militancia (hoy ocupan un lugar en la prensa y ayer ocuparon otra en la política, trabajando a sueldo para gobiernos, y por los laditos siguen jugando en ambas canchas); eso necesariamente contamina cualquier decisión, en medio de este clima de polarización que ha llevado a un buen número de periodistas, con gran influencia en sus medios y en las redes sociales, a tomar partido por uno u otro bando. Se vienen unas elecciones y una parte de la prensa tradicional se prepara para hacer campaña al igual que los candidatos.
Premiar ese periodismo militante empeora la situación. Insisto: se requiere de un jurado que delibere con honor y pueda dormir con la conciencia tranquila por hacer lo correcto.
El periodismo serio, riguroso, que demanda sacrificios, y en el que incluso los reporteros han arriesgado hasta la propia vida, debe ser el rasero para escoger a quienes merecen reconocimiento como ejemplo digno a seguir. De lo contrario, cualquiera de nosotros, sin más mérito que la edad y una hoja de vida con empleos acumulados, terminará por creer que merece un premio a la vida y obra, donde tenemos lo primero pero estamos en deuda con lo segundo.
Una pausa para decirles que durante la última edición del Premio Simón Bolívar de Periodismo me conmovió hasta las lágrimas el discurso del fotorreportero Jesús Abad Colorado, Premio a la Vida y Obra. Es una pieza magistral del buen periodismo que se hace en Colombia. “Su discurso toca realmente el fondo de lo que es el periodismo, con argumentos, con sensibilidad y con el marco ético del ejercicio profesional”, me dice el analista Germán Yances.
En cuanto al Premio al Mérito Periodístico, se debe honrar la memoria de don Guillermo Cano buscando exaltar, como dice el reglamento del Premio CPB, “a quien haya dedicado su vida al periodismo, teniendo en cuenta su calidad profesional, ética y honorabilidad, ejemplo para las nuevas generaciones”.
No por nada la estatuilla que en su nombre se entrega año tras año es la réplica de la escultura “El sacrificado”, del maestro Rodrigo Arenas Betancourt. Al quitar a don Guillermo Cano de en medio, la mafia mató a un hombre íntegro que supo para qué se nace periodista.
Y en el periodismo colombiano hay muchos ejemplos de gente valiosa que se ha sacrificado, a veces trabajando con las uñas, como auténticos cargaladrillos, en silencio, sin aspavientos, convencidos de que todavía vale la pena ser periodista en Colombia, en esta sociedad agobiada por las desigualdades y con miles de historias humanas, en cada región, en espera de que alguien las cuente.
Esos periodistas no van a cócteles ni salen en televisión, por eso nadie los reconoce en la calle.
Tratándose del “Año Guillermo Cano” a cien años de su natalicio –con su nombre en letras de molde en el galardón que concede el CPB desde 1987, el año siguiente a su asesinato—, se esperaba un homenaje mayor a este mártir del periodismo. A los noveles reporteros se les debe contar en qué consiste la grandeza de espíritu de aquel hombre, pues fue mucho pero mucho más que otro fundador del CPB.
El legado de don Guillermo Cano es el estandarte moral que podría sacar a la prensa colombiana de su encrucijada. Ya es hora de que el Círculo de Periodistas de Bogotá, CPB, haga su parte elevando la calidad de sus premios de periodismo. Para mañana es tarde.
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