En 1895 murió José Martí, uno de los grandes próceres de la independencia latinoamericana, que ya en sus escritos advertía sobre el peligro que representaba Estados Unidos para Nuestra América.  Recordamos en este texto su compromiso con Nuestra América

“Todo lo que divide a los hombres, todo lo que los especifica, aparta o acorrala, es un pecado contra la humanidad”.

En 1895 murió José Martí, uno de los grandes próceres de la independencia latinoamericana, que ya en sus escritos advertía sobre el peligro que representaba Estados Unidos para Nuestra América. Martí es el inspirador real de la Revolución Cubana, tal como se lo reconoce en la isla. Además, fue uno de nuestros primeros pedagogos y escritores modernistas.  Recordamos en este texto su compromiso por Latinoamérica.

La filosofía y la utopía no son ahistóricas, parten de determinadas condiciones. Se refieren a algo concreto y prefiguran un futuro posible. La utopía comprende que el humano está en el reino de la posibilidad y como tal, puede proyectarse sobre un mundo soñado por él. Esto es claro en el pensamiento de Martí. Martí es un pensador de su tiempo tal como lo fue Marx. Martí conoció las necesidades y las carencias de su pueblo, por ello su pensamiento es un pensamiento que corresponde al imaginario colectivo y que busca dar respuestas a ese sueño cubano.

Martí es, a mi juicio, uno de los pocos pensadores latinoamericanos que no se enfrascó en la unilateralidad procedimental de muchos americanistas. En efecto, los pensadores latinoamericanos han fluctuado entre un chovinismo excesivo o continentalismo pletórico y un esnobismo vulgar y acrítico. Los primeros no reconocen el legado, ni la influencia cultural de Europa y abstraen a América Latina de su pasado concreto que la configura; los segundos “son colonizados(…); se reconocen en un mundo que los niega y niegan el mundo que podría afirmarlos”[1]. Los primeros no quieren aceptar unas categorías conceptuales que Europa nos ha facilitado. No entienden que nada parte de la nada. Los segundos se sumergen acríticamente en ideologías transoceánicas y extrañas y las trasponen en América Latina para dar respuesta a problemas propios, creando así una abrupta disonancia entre la teoría y la realidad concreta.

 En el primer grupo, el de los chovinistas, según Larraín Ibáñez[3], encontramos ciertas corrientes indigenistas, antihispanistas, esencialistas radicales, etc.; en el segundo grupo encontramos intelectuales como Sarmiento y Alberdi, llegando hasta los exponentes posmodernos de la identidad cultural. Estas dos posiciones extremas no brindan la mejor solución al problema de la filosofía latinoamericana, pues se tornan unilaterales, excluyentes, unidimensionales.

Para tratar de desenredar el problema, quisiera traer a colación el ejemplo que nos muestra Víctor Frankl, el filósofo que fue profesor de la Universidad Nacional. Él aduce que los pueblos hispanoamericanos se encuentran frente al pensamiento europeo en la misma posición como se encontraban los pueblos romanos-germánicos de la Edad Media frente al pensamiento antiguo. En el caso de Europa, los pensadores del medioevo utilizaron las bases del pensamiento antiguo y construyeron una filosofía auténtica. Frankl sostiene que los intelectuales latinoamericanos no tienen por qué desechar un material conceptual que en gran medida está inserto en nuestras percepciones y en nuestra forma de ver el mundo; opina que los pueblos jóvenes, en el decurso histórico, han sido más propensos a crear una filosofía auténtica, pero precisamente esa juventud implica recurrir a modelos conceptuales que les permitan comprender mejor esa singularidad para de esta forma poder expresarse auténticamente. Por ello propone:

“Usar la filosofía europea para comprender más profundamente la realidad americana y para expresarla (la realidad nuestra) en una auténtica filosofía americana”[4].

            Lo que pone de presente Frankl (quien en Colombia en los años 50 jugó un papel francamente retardatario, pues nos llamaba a revivir la Edad Media; por eso de aquí sólo tomo su reflexión frente al problema que abordo) es que los pueblos pueden crear nuevas categorías epistemológicas y conceptuales y unirlas con conceptos preestablecidos ya sea por legado o por influencia cultural (esto presupone una visión abierta y rica de cultura donde ésta no se desdibuja sino que se alimenta constantemente), y así poder crear respuestas a sus problemas específicos, pensar su mundo concreto, crear un pensamiento nuevo. La asunción y la posterior transformación de un sistema conceptual no implica que el producto no sea original  ni genuino, pues nadie duda de la riqueza filosófica de la escolástica y nadie puede aseverar que San Agustín, San Anselmo, Santo Tomás no fueron originales. Lo que quiero decir es que el pensamiento tiende a la universalidad y por ello no podemos descartarlo como una herramienta útil y necesaria para el despliegue del espíritu de un pueblo.

Pero lo dicho por Frankl también debe re-interpretarse así (para ir más allá de su eurocentrismo): desde nuestra situación actual nos podemos ubicar frente a las tradiciones latinoamericanas, las precolombinas y bantú, dialogar y crear un pensamiento nuevo más acorde a las retos actuales de la civilización. En ese sentido, los Buenos Vivires no esencialistas o fundamentalistas son un ejemplo claro. En general, un pensamiento de cara al futuro de la humanidad pasa por ser un pensamiento compuesto fruto de muchas herencias; es decir, será un pensamiento intercultural.

            Como lo anoté arriba, Martí se aleja de los extremos particularista y universalista. Él comprendió lo que Zea expondría muchos años después:

“las utopías parten de sus propias topías, de realidades que han de ser negadas y superadas. Pero realidades siempre. Se quiere aquello que no se tiene, pero se parte de lo que se tiene. No se parte de la nada bíblica…”[5].

Esta idea, de partir de las propias topias para ascender a un mundo más humano, “donde cada hombre se conoce y ejerce”, la deja claro Martí cuando alude al gobierno de nuestras Repúblicas recién independizadas de España:

“Y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce[2].

         Aquí está presente lo que en la actualidad llamamos pensamiento situado o contextualismo crítico. En él se parte de la circunstancia inmediata (histórica- devenida) para ascender a la universalidad concreta. Martí, gracias a su heterogénea formación intelectual, facilitada por su trasegar por Europa, los Estados Unidos y, por supuesto, Latinoamérica, no podía concebir al hombre aisladamente. Martí entendió que las culturas no son cerradas, entendió que éstas reciben influencias externas, influencias que la cultura receptora debe asimilar y procesar sin desdibujarse. Esa síntesis entre lo universal y lo particular es clara cuando dice: “Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”. Así, la utopía parte de un enraizamiento que se despliega en dialogo y contacto con el mundo, parte de la realidad a ser negada y busca la plena realización del ser humano.

          Hay en Martí un  humanismo acentuado -que lo acerca más a esa universalidad en cuanto a la concepción de los pueblos y del humano mismo-  que se refleja en su rechazo al racismo: “El hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro[6]. Esto implica evitar los fundamentalismos identitarios tan en boga hoy. El humanismo de Martí es, desde este punto de vista, de una perspectiva antropológica rica; es un humanismo que aboga por la construcción del ser, de la  bondad, es un humanismo cuyo eje central es la dignidad plena.”[7]

           Martí logra un equilibrio entre lo que debe ser el puesto de un pueblo en relación con la interacción con  los demás y lo que significa pensar por uno mismo, “pensar para servir”, pensar para la realidad latinoamericana. En cuanto al problema de un filosofar y de un pensamiento propio, entonces, Martí se ubica en una posición que hermana los dos extremos desde donde (aunque no siempre), unilateralmente, se ha pensado a América Latina.

Valga decir de paso, que la filosofía más creativa y avanzada en la Latinoamérica actual ha superado ese viejo dualismo y ha comprendido que no se puede pensar de manera esencialista y ahistórica, que hay que partir de la historia concreta, devenida, y que hay que hablar con el mundo y sus problemas, problemas que, desde luego, también nos conciernen, nos atraviesan y nos afectan. Esta filosofía ha comprendido que el destino de la humanidad es común al igual que la configuración política de sus soluciones.

El fin de la política en José Martí

José Martí pensaba que el ejercicio político y el buen gobierno son compromisos éticos. Él veía la política como una herramienta conciliadora, una herramienta que facilitara la convivencia pacífica de los pueblos:

“La política es el arte de combinar, para el bienestar creciente interior, los factores diversos u opuestos de un país, y de salvar al país de la enemistad abierta o la amistad codiciosa de los demás pueblos”[8].

 En su escrito Pobres de la tierra Martí nos dice al respecto:

“el gobierno de un pueblo es el arte de ir encaminando sus realidades, bien sea rebeldías y preocupaciones, por la vía más breve posible, a la condición única de paz, que es aquella en que no hay un solo derecho mermado”[9].

El fin de la política era universalista, consistía en la posibilidad de construir ordenes políticos más igualitarios. Su pensamiento puede inscribirse dentro de nuestro republicanismo más genuino. Si bien Él era consciente de que la política, en muchos casos “degeneraba” al hombre, defendía un tipo de política que buscara “hacer felices a los hombres”:

“Cuando la política tiene por objeto poner en condiciones de vida a un número de hombres a quienes un estado inicuo de gobierno  priva de los medios de aspirar por el trabajo y el decoro a la felicidad, falta al deber de hombre quien se niegue a pelear por la política que tiene por objeto  poner a un número de hombres en condición de ser felices por el trabajo y el decoro”[10].

    Esta idea de política es fundamental en tiempos actuales donde las neo-oligarquías globales se apoderan del mundo naturalizando la desigualdad y la exclusión; en el cual la dignidad tiene precio y donde el mercado ha colonizado cada vez más regiones de la vida. Un mundo en el cual reina la colonialidad biopolítica o, mejor, con Mbembe, la necropolítica. En ese contexto, hay en Martí un proyecto rescatable (un pasado proyectivo diríamos con Babha) para los tiempos actuales.  Martí es el poeta que expresó su anhelo libertario en su bella literatura, su poesía; Martí es el esteta de las letras, el esteta de la política. Un modelo del ser humano político, honrado, comprometido con su pueblo; Martí: la encarnación de un pueblo y, finalmente, el hombre humilde y sencillo que reconoció que: “no es que los hombres hacen los pueblos, sino que los pueblos, con su hora de génesis, suelen ponerse, vibrantes y triunfantes, en un hombre”[11]. Martí, un pilar de esta Patria Grande aún en construcción.

Digamos, finalmente, que Martí, al igual que Bolívar, veía en los Estados Unidos un peligro para nuestra América. Martí veía en Estados Unidos la pretensión de hacer realidad la doctrina Monroe. En uno de sus innumerables escritos dijo lo siguiente: “Púsose de píe en las montañas del istmo y abrió los brazos para impedir el paso a pueblo alguno de Europa”, para dejar a los Estados Unidos como “señora Exclusiva de América”[12]. Martí no sólo criticó las políticas imperialistas de los Estados Unidos, sino que atacó su perverso amor por el dinero, por la riqueza: allí hay una sociedad “donde no existe más elemento espiritual que el ansía de posesión carente de la comunidad de amor”, sostuvo. Martí recordaba la famosa frase de Bolívar, tan actual hoy, cuando decía: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad”. Pensaba que los Estados latinoamericanos para poder proyectarse en el mundo debían evitar esas injerencias nocivas del país del norte. Éste era una amenaza para la autonomía que requerían los pueblos del “hombre natural” para lograr materializar su utopía.  Hoy, frente a la arremetida de Donald Trump, estas palabras cobran vigencia, así como su llamado a luchar por Nuestra América.   


[1] BOTERO URIBE, Darío. El proyecto de Bolívar es una realidad en marcha. Reportaje con el filósofo mexicano Leopoldo Zea. En Revista Politeia Nro. 20, “Cultura e identidad en América Latina”. Universidad Nacional, Bogotá, 1997, pp. 26-27. 

[2] MARTÍ, José.  Nuestra América. En “Antología”. Biblioteca General Salvat,  España, 1972.

[3] LARRAÍN IBÁÑEZ, Jorge. Modernidad, razón e identidad en América Latina.  Editorial Andrés Bello, Chile, 1996.  

[4] FRANKL, Víctor. Hispanoamérica y el pensamiento filosófico europeo. En “Espíritu y camino de Hispanoamérica”. Ministerio de Educación Nacional, Bogotá, 1953,  pp. 64 y 80

[5] ZEA, Leopoldo. América como autodescubrimiento. Instituto Colombiano de Estudios  Latinoamericano y del Caribe, Publicaciones  Universidad Central, Bogotá, 1986, p. 40

[6] MARTÍ, José. Mi raza. En : “Por Nuestra América”. Compilación).  Editorial El Búho, Bogotá, 1986, p. 67

[7] GUADARRAMA GONZÁLEZ, Pablo. Humanismo en el pensamiento latinoamericano. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2001, p. 163 

[8] MARTÍ, José. Por Nuestra América. Edit., Cit., p. 8

[9] MARTÍ, José. Los pobres de la tierra. En “por Nuestra América”. Edit., Cit., p. 19

[10]MARTÍ, José. La política. Nueva York. 1892. En: Cuba, política y revolución.  Obras completas, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963, p. 336 

[11] MARTÍ, José. La fiesta de Bolívar. Patria, Nueva York, 31 de octubre de 1893.

[12] DÍAZ GRANADOS, José Luis. José Martí, pensador del siglo XX. En: Revista Politeia Nro. 18,  Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1996, p. 73

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