Los niños de antes venían con el pan debajo del brazo. El cuento sonaba hasta bonito. Ya no. Los niños de ahora llegan a un mundo cruel que los expone a morir de hambre. Nada más hay que ver lo que el régimen israelí está haciendo con los palestinos en la franja de Gaza mientras el mundo se hace el ciego. Tampoco es asunto nuestro los niños desnutridos de La Guajira.

Nunca le creí a la Vicky Dávila periodista, menos le creo a la Vicky Dávila que hace política, a quien siento como gallina en corral ajeno desde el primer día de su aspiración presidencial, lanzando globos al aire sin propuestas serias para los problemas reales de un país con dificultades que no son de ahora. Pero es apenas lógico: los periodistas sólo sabemos hacer preguntas, y no siempre.  

Por ahí la vimos bailando en TikTok y sentí vergüenza ajena. Debe ser, pensé, que la política, tan dinámica, se hace ahora con los pies, no con la cabeza. “No soy una encopetada. Me gusta lo popular, no soy pretenciosa”, se justifica.

Pero ella está en todo su derecho –o en toda su Derecha- de usar la demagogia, el populismo y su temprano desespero para hacerse con las llaves de la Casa de Nariño. Se muere de ganas por redecorarla, supongo.

Con una Vicky preocupada por la baja tasa de nacimientos en Colombia, empezó oficialmente la temporada de promesas. “Aquí cada niño que nazca recibirá un millón de pesos del gobierno”, trinó, haciendo cuentas alegres con nuestros impuestos, porque no veo de dónde más saldrán esos recursos como no sea de una reforma tributaria que nos grabe y agrave a todos para ayudar a engordar las cuentas bancarias de los hijos ajenos.

Según ella, “así, todos los niños del futuro pueden ser dueños y pensarán como capitalistas”. Pues mejor darles un millón pero de dólares para que piensen como magnates, ¿no?; de pronto, hasta se vuelven insensibles como los señores Donald Trump y Elon Musk, personajes asquerosamente ricos pero escasos de corazón, que esa es la parte vergonzante de los ultrarricos.

Vicky, recién aparecida en el ruedo político, habla mucho y estudia poco. No fue a Harvard como Claudia. Debería invertir los factores para alterar el resultado. A ella y a los demás candidatos les recomiendo una lectura juiciosa del libro “País posible”, del analista y ex catedrático Ernesto Rojas Morales, tres veces director del DANE. Página 110: “… el crecimiento de la población ha sido cada vez menor debido al advenimiento de la llamada transición demográfica, un fenómeno sociocultural según el cual las mujeres tienen un número menor de hijos. Por esta circunstancia se estima que América Latina y el Caribe alcanzarán una población máxima en el año 2058, y luego decrecerá. Colombia, de acuerdo con esas proyecciones de población, estará llegando a su máximo de 55,4 millones de personas en el año 2050, y a partir de entonces empezará a tener un decrecimiento poblacional”.

Creo que es la primera vez que un candidato utiliza a los niños como mercancía electoral.

Dice la ex periodista: “Los papás podrían aportar hasta 5 millones de pesos al año, 100% deducibles de impuestos, el dinero podría invertirse en acciones de la bolsa de valores en Colombia. Ese hijo o hija tendría acceso a estos recursos sólo después de los 18 años. (…) Con el efecto de interés compuesto, tendrán ahorros por cientos de millones de pesos en el futuro. Podrán chequear en sus teléfonos cuánto va creciendo su ahorro”.

Creo que es la primera vez que un candidato utiliza a los niños –y específicamente a los todavía no nacidos —como mercancía electoral. Para creer en sus buenas intenciones, podría empezar repartiendo —de su bolsillo o el de sus benefactores— el primer milloncito a los miles de niños que hoy no tienen con qué comer. El sueño de muchos es llenar sus estómagos de comida, no sus mentes de ideas mercantilistas. Porque antes del derecho a ser ricos, está el derecho a las personas a crecer en unas condiciones sanas, lo más dignas posibles.  

La política contemporánea requiere de personas que sepan interpretar la Constitución de su país, no de furibundos católicos que siguen creyendo que el mundo debe gobernarse con Biblia en mano: “Sean fructíferos y multiplíquense”: (Génesis 1:28). Ojalá que la candidata, tan profusa y confusa de ideas, nos revele su fórmula mágica para multiplicar los panes y los peces, es decir para acabar con la pobreza, la actual, no la futura.  Es urgente resolver la miseria de la inmensa mayoría de pobres que ya existen, y que muchas veces deben arreglárselas con un plato de comida al día. Todavía llamamos bendición al pocillo de agua de panela con pan.

Me gusta la idea de darle dinero a quienes no tienen. Me disgusta que el dinero se lo quieran dar a la gente a cambio de que traigan muchachitos al mundo.

Viendo que el palo no está para cucharas, encuentro lógica la postura del escritor antinatalista David Benatar (Sudáfrica, 1966), quien nos propone el cierre definitivo de la fábrica de hacer hijos, en línea con el pensamiento, también fatalista, del escritor colombiano Fernando Vallejo: “No hagan con otros lo que hicieron con ustedes, no paguen con la misma moneda, el mal con el mal, que imponer la vida es el crimen máximo. Dejen tranquilo al que no existe, ni está pidiendo venir, en la paz de la nada”.

En este reportaje, la revista The New Yorker recoge las ideas del filósofo sudafricano, algunas incluidas en su libro “Mejor nunca haber existido: el daño de venir a la existencia” (2006): “Si bien las personas buenas hacen todo lo posible para evitar que sus hijos sufran, pocos de ellos parecen notar que la única (y única) forma garantizada de prevenir todo el sufrimiento de sus hijos es no traerlos a la existencia en primer lugar”, dice David Benatar.

Es verdad: los papás hacemos todo lo que humanamente podemos pero no es suficiente. El mundo se ha vuelto un lugar horrible y hasta ahora, ya viejos, nos damos cuenta. Nos aterra pensar que será de nuestros hijos cuando nos vayamos; a mí por lo menos sí.

Si fuera candidato —¡que Buda me libre!—  propondría que los ricos se metan la mano al dril y compartan con los pobres un poco de su fortuna, sin pedir nada cambio, menos un Baby boom a la colombiana. Total: ni en cinco vidas, por más derrochones que sean, acabarían con sus fortunas.

“Todo lo que he gastado en mi vida entera es menos de un 1%. El otro 99% será para otros, porque no tiene utilidad para mí. Así que es ridículo, en mi opinión, no transferir esas utilidades a gente que pueda usarlas”, dijo Warren Buffett, el hombre más rico del mundo, cuando donó la mayor parte de su fortuna a fundaciones que trabajan por hacer del mundo un lugar más llevadero para paliar tantas calamidades humanas. Su historia, hasta cierto punto inspiradora, puede verse en el documental Cómo ser Warren Buffett, por HBO.

La obesidad va en aumento en el mundo por culpa de los ultraprocesados, advierte la FAO.

Vicky Dávila también propone eliminar el impuesto del 20% a la comida ultraprocesada, que son esos productos empaquetados, enlatados o embotellados, con escaso valor nutritivo y exceso de azúcares, sodio, grasas saturadas o edulcorantes, “listos para comer”, “listos calentar y servir”… ¡listos para enfermarnos!

La parte más insensata de su propuesta está al final del trino: “Somos un país en desarrollo, necesitamos comida barata y buena”. ¿Quién le dijo esa triple mentira a la ex reportera? No, candidata: Los productos ultroprocesados no son comida, no son baratos y en cambio sí matan. Hay suficiente evidencia científica de que enferman a la gente, lo que se traduce en sobrecostos para un ya de por sí sobrecargado sistema de salud con patologías que podrían prevenirse si se les enseña a los colombianos a alimentarse bien, lo que no hacen los gobiernos.

“El consumo de productos ultraprocesados está relacionado con la obesidad, diabetes mellitus tipo II (desde la niñez), hipertensión arterial, enfermedades cardiovasculares, algunos tipos de cáncer, afectaciones a la salud mental, entre otras. La evidencia científica ha mostrado que su consumo se encuentra vinculado de forma fuerte con mayor mortalidad a tempranas edades”, me explica vía WhatsApp Rubén Orjuela, nutricionista de la Universidad Nacional y director ejecutivo de Educar Consumidores, una oenegé colombiana dedicada a investigar e incidir en todos los temas del consumo que afecta la salud humana y ambiental.

El experto considera que los impuestos son la medida más costo-efectiva para hacer que las personas tomen decisiones de consumo saludables, por lo que se opone a la idea de eliminar el gravamen del 20%. “La OMS ha propuesto esta medida como una de las mejores estrategias para disminuir consumos nocivos como el tabaco y en este caso los productos ultraprocesados”, señala.

Su colega, Esperanza Cerón, ex directora de la misma organización, añade que “los comestibles ultraprocesados impactan brutalmente la salud de la población en general y en particular la de los más pobres”. Pone como ejemplo las salchichas de 12 centímetros de largo -y dudosa calidad- que se venden por $500 en barrios populares de Bogotá, como si fueran proteína sin serlo.

“De los candidatos presidenciales se espera –dice Cerón- que hagan propuestas basadas en evidencia científica”.

La obesidad va en aumento en el mundo por culpa de los ultraprocesados, advierte la FAO en este documento.

Vorágine, el sitio de periodismo independiente, afirma en esta nota que los alimentos ultraprocesados, además de ser perjudiciales para los humanos, “en el mercado tienen a un jugador poderoso: el grupo Nutresa, de propiedad de los Gilinski” (…) “propietarios de Grupo Semana, la misma revista que Dávila dirigió durante cuatro años hasta que renunció para lanzarse a la carrera presidencial”.

Pretender eliminar el impuesto a los ultraproceados es burlarse también de quienes llevan décadas alertando al mundo sobre unos productos que acortan la vida. Muchos años de paciente esfuerzo costó promulgar leyes para desenmascarar la voracidad insana de la industria.

Ojalá quienes dirijan los próximos debates presidenciales sean capaces de pedir explicaciones sobre tantas promesas irresponsables que se hacen. No obstante, acepto, aunque de mala gana, que con sus ideotas Vicky Dávila mataría dos pájaros de un tiro: tengan más hijos para garantizar un consumo masivo de productos ultraprocesados, pareciera decirnos.  

Y no hablaré ya del embarazo de 24 meses de la candidata, porque sé que lo suyo fue un lapsus… como su candidatura. 

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