No somos lo que somos, sino lo que aparentamos ser. Hay familias de familias y esta de seguro es una en la que nadie quisiera estar.

Los de mi generación teníamos la edad de los asesinos (18 y 21 años) cuando ocurrieron los hechos; hoy tenemos 53 y 56, así que la serie de Netflix significa devolver la película 35 años: 1989.   

Ryan Murphy (1965), el genio que nos acostumbró a éxitos de taquilla, como creador, director o escritor, (Hollywoord, Pose, The Politician o Dahmer, por citar algunas producciones), nos pone otra vez la piel de gallina con “Monstruos: La historia de Lyle y Erik Menéndez”, basada en hechos reales ocurridos en los años 80s y 90s: el parricidio cometido por dos hermanos en una mansión de Beverly Hills.

La serie ha sido acusada de no apegarse ciento por ciento a la realidad, pero, de ser así, no se nos olvide que el cine y la televisión mezclan ficción y hechos veraces con fines meramente dramáticos. Así que las siguientes reflexiones, sin spoiler, se basan en lo que muestra la serie, no sobre el caso real, que ha sido objeto de libros y documentales.

“Les voy a contar un secreto: Todo el puto mundo hace trampa. ¿Sabes cómo consigues todo esto? Miente, engaña, roba pero gana y que no te descubran”.

De entrada, “Monstruos” cuestiona las ligerezas de la prensa, retratada en la figura de un reportero sensacionalista. Se dijo, por ejemplo, que los hermanos Erik y Lyle fueron amantes, pero también que esa fue una fantasía del periodista Dominick Dunne, mientras investigaba el caso para la revista Vanity Fair.

La frase “Tú sabes que jamás exagero” es una crítica abierta a ese periodismo que manipula los titulares para dar espectacularidad a las noticias, sin importar los daños colaterales. Disculpa linda, debo proteger mis fuentes”, dice el personaje en otra de las escenas, dando crédito a las habladurías

Los cuestionamientos al poder distorsionador de los medios los hace la abogada principal, Leslie Abramson: Ella dice: “Por desgracia el resto del país lo está leyendo. Ya es muy malo que tenga que lidiar con periodistas, ahora tengo que lidiar con seudoperiodistas”.

Más adelante, en la misma conversación con su esposo, refiriéndose a Dom, agrega: “Eso no le da derecho a traficar con mentiras y ser un lacayo periodístico de la Fiscalía”.

El marido responde: “Dom está en el negocio del chisme. Y es triste pero eso vende”. La mujer quiere encontrar a un buen periodista que le ayude “a contrarrestar las mentiras burdas de la Fiscalía”. En el pasado reciente, en Colombia vimos el perjuicio que causa una relación malsana entre los medios de comunicación y los demás poderes, o lo que implica para las partes interesadas filtrar documentos, testimonios y especulaciones.

La narrativa mediática, en manos de periodistas que informan desde el sesgo y los prejuicios, haciendo además juicios anticipados, pueden moldear para más mal que bien los sentimientos de la opinión pública; ese no es el papel de la prensa, al verdadero periodismo lo rigen unos principios no negociables y unos valores éticos inquebrantables.

La serie nos muestra a un padre obsesionado con imitar los comportamientos sexuales (viriles) de la antigua Roma, una esposa tratada como un mueble más y unos hijos sometidos a actos humillantes.  

En medio de esa tensión psicológica, nos adentramos en asuntos de gran rudeza, crueldad y vigencia: los oscuros secretos familiares, el abuso sexual, el incesto, el mundo de las apariencias, los niveles de exigencia desquiciada de los padres hacia los hijos –pretender que sean lo que nosotros digamos-; la infidelidad y sus consecuencias, el afán de hacer dinero a costa de lo que sea (“Les voy a contar un secreto: Todo el puto mundo hace trampa. ¿Sabes cómo consigues todo esto? Miente, engaña, roba pero gana y que no te descubran”) y, luego de conseguirlo, comprar lo que sea o a quien sea; el papel protector de los adultos con los niños, la importancia de creerles a los pequeños o saber reconocer a tiempo las señales de que están siendo víctimas de abuso, los matrimonios en crisis (Te ves bien, pero debes cuidar más tu cuerpo. Quiero que pierdas cuatro kilos”); el dinero como sustituto del amor, el clasismo, el abuso de drogas y alcohol, la complicidad con el delito, etcétera, etcétera.

Con todo, la frase de Lyle es contundente: “No hay nada más importante que la familia”. Y estamos hablando de una familia disfuncional, donde el maltrato, físico, verbal y psicológico, son pan de cada episodio.

A medida que avanzan los nueve capítulos, la impotencia y el sentimiento de solidaridad se apoderan del espectador, que siente la necesidad de ponerse en los zapatos de este o de aquella, pero luego pasa lo inesperado y cambiamos de parecer: lo que antes genera empatía, de golpe se convierte en aborrecimiento, y viceversa.  Personajes que pasan de héroes a villanos y de villanos a héroes, como si jugaran con nuestra sensibilidad, en una trepidante montaña rusa de emociones.  

Ryan Murphy consigue de manera hábil que el espectador se sienta casi que obligado a tomar partido, preguntándose cómo habría actuado de haber estado en el pellejo de los asesinos, los abogados, el jurado, el reportero o el psiquiatra, cada cual con su propia tragedia personal.

Invito al lector a ver esta serie con ojo crítico. Hay mucha tela de donde cortar. Los dramas humanos generan morbo, eso se sabe, pero nosotros tenemos la oportunidad de sacarles el mejor provecho y ponerlos en el centro de la conversación, porque la fatalidad no distingue clase o condición social… pasa hasta en las mejores familias.

Ojalá esta producción sirva de catalizador para llenarse de coraje y denunciar toda forma de abuso (en la casa, en el trabajo, en las relaciones cotidianas), o para alentar a otros para que denuncien a tiempo. Las heridas que se le causan a un niño, al punto de no saber quién es, puede torcerle su destino para siempre.

Repito: Estamos hablando de la serie, no del caso real. Ningún ser humano sabe de lo que es capaz hasta que los pensamientos trastornan la mente, arrastrándonos hacia lo impensable; ninguna luz es lo suficientemente potente para escarbar en esa parte del alma humana donde todos nos hallamos en tinieblas.

¿Vieron la serie? ¿Les gustó?  

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