Hay escritores que no deberían morirse, porque su pluma es esa luz que encandila un mundo a oscuras, incluso si hace buen sol, incluso si uno no está de acuerdo con todo lo que escriben. Pero quizás no necesitemos a un Antonio Caballero resucitado, porque sus columnas se pueden leer hoy como si las hubiera escrito esta mañana y no hace 20 o más años, porque resultan vigentes en este impetuoso presente, que también fue un presente alocado en el pasado. En eso consiste la inmortalidad.

Dichosos lo que se tomaron un whisky con él y dichosos lo que charlaron con él a palo seco. Los demás nos conformamos con el placer de conversar con sus libros y sus columnas.

Fue un intelectual genuino en un país donde hay menos intelectuales de lo que uno quisiera y donde algunos se creen intelectuales sin llegar ni a intelectualoides. En esta época, donde los periodistas parecen más importantes que las noticias que dan, Antonio Caballero es ese espejo donde deberían verse quienes viven del oficio de informar. Su tan comentada timidez es virtud en esta hoguera de vanidades, figurines y presumidos. Más que tímido o temido, fue incómodo para los poderosos, nunca disimuló la alergia que le causaban. Cantó la tabla cuando quiso y a quien quiso con elegancia gramatical; acaso un caballero con todas sus letras.

Me pregunté ¿Qué habría dicho Antonio Caballero sobre la reciente discusión entre Daniel Samper (papá) y el escritor barranquillero Giuseppe Caputo?

El primero, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua desde 2016, cuestionó al segundo, profesor de la Maestría de Escritura Creativa en el Instituto Caro y Cuervo, por usar la expresión ‘Queridxs postulantes’ en un comunicado interno, reprochándole por utilizar “un ridículo, minoritario y forzado plural con x”. Caputo no se quedó callado. Escribió una columna en la revista Cambio –donde Samper papá publicó la suya- defendiendo su punto.

Dice Caputo: “…el debate sobre este lenguaje evidencia que la lengua es racista, clasista y excluyente porque la experiencia humana es racista, clasista y excluyente; que el masculino genérico se explica porque el hombre acaparó todos los espacios de visibilidad; que la lengua es un correlato gramatical de un ordenamiento social patriarcal; que, con las luchas por los derechos y por la igualdad, se tiene que dar un cambio lingüístico; que la realidad se cambia haciendo política y la política se hace con la lengua; y que el lenguaje incluyente no pretende ser gramática, sino que pretende ser un cambio social y cultural”. 

Y añade Caputo: “Así como la vida de las maricas, de las personas no binarias y de las personas trans no se debate, el uso de las letras e y equis tampoco —ya no: ya ha sido amplia y larga y paciente la discusión—. Esas letras por fin están aquí para corporizar en la lengua a las personas que siempre —siempre— hemos estado aquí: no es, como suele decirse ridícula y fóbicamente, ´una moda´”. 

Lo que opinaba Antonio Caballero lo dejó dicho en una columna que publicó en el diario español El País hace diecisiete años: (La lengua de los políticos, 1 de abril de 2007)

“… el futuro pinta todavía más negro, a juzgar por el llamado Congresito de la Lengua que se realizó en Medellín entre la reunión de las Academias y el Congreso de Cartagena, bajo el lema Los niños y las niñas tienen la palabra. Un lema que, en sí mismo, es una puñalada por la espalda al genio propio de la lengua española. Porque en otras esa reverencia ante la corrección política de género puede tener algún sentido: boys and girls, o filles et garçons. Pero en español no sólo resulta pleonástica sino, sobre todo, ñoña: el pecado que no tiene perdón”.

Es decir, Caballero pesaba lo mismo que Samper Pizano, y yo estoy del lado de ambos, entre otras cosas porque no creo que una equis por sí misma arregle un mundo plagado de tanta inequidad e iniquidad. Si queremos un mundo incluyente, hagamos que caiga la justicia sobre quienes discriminan, escribamos buenas historias donde quepamos todos, contemos los dramas de aquellas personas a quienes la Historia ha querido dejar por fuera, denunciemos a través del periodismo y la literatura todo lo malo de los sistemas políticos que nos gobiernan, pero no forcemos la lengua ni el lenguaje porque qué culpa tienen del mal comportamiento de los hombres (que, por supuesto, incluye a las mujeres y a todos los género habidos y por haber).

Transformemos la mente y el corazón, no el lenguaje. Por si solos, tanto el lenguaje como la lengua, con sus vocales y sus consonantes, se hacen entender, y por eso el dicho dice con mucha razón lo que dice: a buen entendedor, pocas palabras. Si yo, por ejemplo, me refiero a todos mis lectores, no creo que toque cambiar una O por una E (Todes) para que los demás se sientan incluidos. Todas las personas saben que me refiero a ellas cuando escribo, y no escribo pensando si mi lector se acuesta con equis o con ye.

Una novela y una columna de prensa terminan pareciéndose en algo: tratan sobre la condición humana, una y otra pueden servirle a uno como lector para escarbar en sus adentros; las buenas columnas de Antonio Caballero sirven para ver de qué estamos hechos, nutren por su vasto conocimiento y el dominio del lenguaje, más allá de las malquerencias o las bienquerencias del columnista que fue.

Caballero fue un gran lector, también poeta -aunque de eso poco se ha hablado- y además se confesó ladrón de libros. “Yo mismo, de joven, aprendí a leer robando libros de bolsillo en las librerías bajo la advocación moral de André Gide”, confesó en 2005. Y por lo tanto, no tuvo problemas en prestar los suyos o conque uno desapareciera de su biblioteca. Por mi parte, creo que a nadie deberían meter a la cárcel por robar libros si los roba por la necesidad de leer, como el que roba para no dejarse morir de hambre, porque la pobreza debería ser un crimen contra la dignidad de las personas pero las ansías de leer jamás. Por lo pronto, no me he robado nada, aclaro.

Quisiera creer que la palabra escrita y la palabra hablada salvarán al mundo. Pero no ha ocurrido hasta ahora. Desde el momento mismo en que los seres humanos soltaron la lengua, debieron empezar nuestros problemas. Es decir, lo que debería servir para nuestro entendimiento y acercamiento, ha servido para la ofensa y el distanciamiento… en cualquier época, no exclusivamente en ésta. Llevamos centurias cabalgando a lomo de libros y no creo que, en lo colectivo, seamos mejores seres humanos.

Los libros nos salvan de manera individual, eso sí; incluso hacen mejores personas a las personas, pero no podemos aspirar a más. Un mundo justo seguirá siendo la eterna utopía, el sueño de los ilusos; yo entre ellos. Por eso, tengo un píe en la realidad y el otro pie en la literatura, menos mal; es prácticamente imposible vivir cuerdo de otro modo.

Mientras unos usan la mata que mata para evadirse, hay quienes alcanzamos el mismo efecto embriagándonos de literatura, todos los días; a mí, donde me cojan las ganas. “Los libros existen para ser leídos, y no para ser adorados”, decía Antonio Caballero, quien escribió uno en clave de novela, Sin remedio, donde están su prosa, sus versos, su introspección, la autopsia con cortes finos que le practicó a nuestra sociedad. Era poeta, aunque de eso nadie habla, como ya se dijo. Uno de veinte poemas suyos empieza así: “Las cosas son iguales a las cosas / Aquello que no puede ser dicho, hay que callarlo”. Aunque él no se calló nada.

Como un antojo previo a la siguiente entrada del blog, compartamos estos bocados.

Frases memorables de un pesimista irredento, sacadas de Sin remedio, su única novela.

  • “Una poesía es como cuando uno no sabe qué decir, y lo dice”.
  • “Debe haber otra vida. No puede ser posible que todo sea esta misma mierda”.
  • “Uno sale de la casa con el día predestinado. Lo que le va a pasar le pasa”.
  • “No hay que tenerle miedo al ridículo”.
  • “La poesía no sirve para nada, mijo. No sirve para poseer lo que se desea. A lo sumo, para remplazarlo”.
  • “Como San Agustín, dame la virtud, Señor, pero todavía no”.
  • “¿No podía hacer Dios un mundo en el que no existiera Bogotá?”
  • “Había olvidado como es la gente de fea y de numerosa. El mundo es como es”.
  • “¡Salvo mi corazón, todo está bien!” (Página 338, referencia a “Poema con una salvedad”, de Eduardo Carranza, poeta colombiano, 
  • “La poesía amasa a las fieras”.
  • “No se escoge la muerte: a ella se llega acorralado por la propia vida”.
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