Murió Alberto Aguilera. Juan Gabriel sigue siendo el amor eterno de varias generaciones.

¿Hombres con sus esposas cantando a todo pulmón la música de Juan Gabriel? ¿Juan Gabriel profanando ese templo de las Bellas Artes? ¿Cómo así que Juan Gabriel tuvo hijos de su propia autoría? ¿A qué horas, cuántos y con quién?

El artista mexicano alimentó el morbo de la prensa y causó espanto entre los homofóbicos de su tiempo. A nueve años de su muerte, es el amor eterno de varias generaciones, porque cantó y encantó en vida, y sigue cantando y encantando después de muerto.

En apenas tres palabras, contenidas en las letras de una de sus canciones, Juan Gabriel decretó lo poderoso que soñó ser y al final fue: “Debo, puedo y quiero”, que así se titula el documental de cuatro episodios recién estrenado por Netflix.

Se dice que setecientas mil personas fueron a su funeral en 2016. Pero quien murió fue Alberto Aguilera Valadez. Porque Juanga, el provocador, el que se contoneaba en el escenario, con una sonrisa pícara y a la vez inocente, el que no necesitó el permiso de nadie para ser lo que era y sentirse cómodo consigo mismo, nunca se fue. O más bien, regresó para dejarnos entrar en la intimidad de su vida. Cuatro episodios que no habrían sido posibles si el propio cantante no hubiese filmado el día a día de su vida, solo, con amigos o en familia. Se lo ve feliz con la videograbadora en mano.

Diría mentiras aquel o aquella que diga que no se sabe al menos una de las muchas canciones del divo de Ciudad Juárez. Aquel, que cantó en la calle y en los buses, el mismo que se llamaba Adán Luna antes de coger el cielo a dos manos. “Muchísimas gracias por cantar mis canciones”, le decía a su público en un gesto de genuina humildad.

Su mamá trabajaba como sirvienta y él nunca se avergonzó por eso. Pero, al igual que sus hermanos, ella lo despreció, incluso renegó de la casa que él le regaló.

“Le dolía que fuera tan amoroso”, dijo de su hermana, la única con quien al parecer se la llevó bien. El dolor por la muerte de su madre se volvió canciones: “Amor eterno”, “Siempre en mi mente”.

Hizo de la soledad su todo: su compañía y su éxito, la razón para componer para él y para otros: José José, Daniela Romo, Rocío Dúrcal, Isabel Pantoja… Desde sus entrañas, gritó su dolor en cada estrofa. Nunca llevó la procesión por dentro.

Vino varias veces a Colombia, donde un jovencísimo Jorge Barón lo recibió en su show.  Queda la tristeza de no haberlo ido a ver durante su última gira por Colombia, en 2013. Afortunados quienes vieron al showman en vivo. Brilló con sus luces y sus sombras, con y sin lentejuelas. Se convirtió en un latino universal.

Muchos le hicieron daño pero no pudieron destruirlo. “A Juan Gabriel yo lo construí, yo tengo todo el poder para destruir a Juan Gabriel”, dijo, dejando claro que todo lo que dijeran de él le resbalaba. “Soy un magnífico vendedor de periódicos”, agregó, en referencia a los chismes que circularon sobre su vida 

En cada frase suya hay una lección de vida para quienes la entienden.

Lecciones para un escritor que quiera conectar con sus lectores, como él conectó con quienes amaron sus letras que eran poemas: la poesía de los románticos, de los desahuciados por el amor, de los desengañados y de los que sufren sin remedio: “Mis sueños nunca se volvieron realidad”.

Fue una víctima de la llamada prensa del corazón. Y un crítico de ella también. “Se hacen millonarios sacando la imagen de uno y preguntando tontería y media. (…) Lo que yo quiero que ustedes sepan yo se los mando a decir en mis canciones”, decía.

Famosa fue la entrevista del impertinente periodista Fernando Rincón, que indagó por su homosexualidad; Juan Gabriel, sereno, le soltó una respuesta que se volvió icónica: “¿A usted le interesa mucho? (…) Dicen que lo que se ve no se preguntan, amigo”.

“No se tomen la vida tan en serio”, le aconsejó a su público después de verse enfermo y, como si supiera que se acercaba la hora final de Alberto Aguilera, grabó un video que nos confronta con la muerte: “Tanto nadar para morir en la orilla”.

Juan Gabriel logró todo, o casi todo; tal vez solo le faltó morir en el escenario que lo volvió eterno. Pero el divo, el único divo que vino a este mundo, se quedó para seguir provocando en el mundo de las redes sociales.

En Ciudad de México se levanta imponente un enorme mural que le habla a quienes todavía no encuentran el valor ni la fuerza interior para vivir la vida:

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