¿No hay quien viva en Bogotá, no hay quien la gobierne?

Bogotá parece una ciudad de zombis, con el perdón de todos y de mí que soy uno más, aunque a veces me siento extraño habiendo nacido aquí, en una casa que —todavía me acuerdo—, se inundaba cuando llovía, y pescaditos pero no de oro flotaban en el ambiente. Era la época de Las Señoritas Gutiérrez, las solteronas más famosas de la ciudad y de la televisión.

La ciudad es tan distinta pero tan igual. Tan distinta porque los niños ya no juegan en la calle: con la pandemia aumentó el número de mascotas y de la calle se adueñaron los perros y su popó; y tan igual porque no ha dejado de ser el arca de los diluvios. La misma ciudad lúgubre en invierno que encontró Gabriel García Márquez a su llegada. “En los tranvías y orinales públicos había un letrero triste: ´Si ni le temes a Dios, témele a la sífilis´”, escribió en Vivir para contarla. Hoy los perros han cogido la calle de orinal y cagadero público. Y se le teme al raponero, no a Diosito.

Tampoco nosotros hemos cambiado. Somos como autómatas. Vivimos porque toca vivir, vamos porque toca ir, regresamos porque toca regresar. La ciudad se mueve indiferente a sus problemas. Ansiosa. Desinteresada. Indolente. Inclemente. Insolente. Y todo lo terminado en ente. Sí, a veces también, demente.

Somos apáticos y abandonados, incapaces de sentir amor verdadero por la capital.

Los días de lluvia son terribles, pero ya nos acostumbramos al caos que trae el agua, y con ella la sorbedera de mocos, porque todos andan apestados por estos días y toca gritar “a metros Satanás” para que no le estornuden a uno en su cara. El que viaja en Transmilenio, va condenado. Los virus son como un mal alcalde: Nadie se salva de ellos ni bañándose con las siete hierbas amargas, porque agua tampoco hay.

Los aguaceros bogotanos son apocalípticos pero hay racionamiento de agua. ¿Cómo explicarlo? El sistema de alcantarillado colapsa y a nadie se le ocurre pensar que tal vez sea hora de actualizarlo, pero eso debe costar un ojo de la cara y nos terminarán arrancando los dos ojos vía impuestos. Reflejo de una ciudad mal hecha, sin la debida planeación urbana.

El sistema de tuberías actual corresponde a una Bogotá antiquísima, no a esta que crece desordenadamente. A eso súmele que el sistema de basuras colapsa los sistemas de drenaje de la ciudad. Ahí estamos pintados nosotros y nuestro chiquero.

Bogotá es de las ciudades más vulnerables al cambio climático.

Las propiedades horizontales se pasan por la faja el decreto de racionamiento, gracias a que cuentan con tanques de almacenamiento, pero carecen de conciencia ambiental.

Si “el 68,3% de los predios en Bogotá corresponden a propiedad horizontal”, algo así como 36 mil conjuntos residenciales, según este artículo de El Espectador, la pregunta que debemos hacer es la siguiente: ¿Quiénes sí cumplen con el Decreto 334 de 2024 sobre ahorro de agua?

¡Qué llueva, qué llegue, aunque en Bogotá no haya vírgenes ni cuevas! El otro día llovía y yo veía hacia el cielo, porque estaba seguro de que se vendría abajo con todo y Dios, y San Pedro, y los ángeles, y los arcángeles y los querubines. En todo caso, sería lindo un espectáculo semejante antes del fin del mundo, solo para estar seguros de que la Biblia no decía mentiras.

La semana pasada cayeron rayos y centellas por mi casa. Yo estaba en la salita leyendo, esperando la descarga de un rayo dentro de mi vaso con limonada de té verde.  Era como un simulacrito del Apocalipsis pero sin la Gran Ramera, la mujer vestida de púrpura y escarlata, a la que San Juan describe en los capítulos 17 y 18 del libro de las Revelaciones.

Una vecina sacó un balde gigante. Alguien le vino con el cuento de que llovían maridos y ella se lo creyó, como le cree al alcalde. Le toca porque votó por él. Afuera es invierno, pero en su casa de ella es verano. Ustedes entienden, no se hagan.

En Bogotá pasan cosas graves pero nosotros no espabilamos: hablo de quienes aquí nacimos y también de los calentanos que vinieron a chupar frío y se amañaron.

Bogotá es incomprendida. Nos falta entendimiento y civilidad. Cada ciudadano habla un lenguaje diferente y por eso la ciudad no avanza como debería hacerlo; somos la torre de Babel, cemento y hormigón. Si avanzara con decencia, mis abuelitos habrían alcanzado a montar en Metro.

Estamos tan dormidos como el alcalde, pero al burgomaestre tampoco se le puede achacar la culpa de todo. ¿Qué pasa con los ediles y los alcaldes menores de cada localidad? A ellos también debemos reclamarles, pero nadie lo hace. Es casi seguro que ni usted se acuerda de por quiénes votó. Falta vigilancia y control ciudadano. Una fuente me advierte que la Secretaría de Ambiente cuenta apenas con tres gestores de participación local (funcionarios que trabajan en territorio con las comunidades), para moverse por veinte localidades.

Gina Martínez, una rola que ama a Bogotá y usa el sumercé con orgullo, me echa un cuento interesante. “Con la Constitución del 91, pasamos de una democracia representativa a una democracia participativa. Pero la ciudad desconoce esos instrumentos de participación y por lo tanto no hace uso de ellos; por ejemplo, la medición de Capital Social, que sirve para evaluar la confianza de los ciudadanos con sus instituciones. El Concejo de Bogotá y las Juntas Administradoras Locales (JALes) son las que mayor desconfianza generan. Si el Concejo pierde sus atribuciones de control político y coadministración, dejando todo en manos del alcalde de turno, la gestión pública desfallece”, dice mi amiga.

En un acto de verdadera transparencia, el alcalde mayor debería promocionar estos instrumentos de medición.

Se discute, por ejemplo, la importancia de los humedales, en contra de quienes quieren llenar la ciudad de ladrillo y cemento. Del medio ambiente va quedando un tercio. Nos roban el verde de la ciudad, y mientras tanto la prensa habla de robos a mano armada, bombas, granadas de fragmentación o petardos, bandas criminales y microtráfico. No hablemos ya de los petardos humanos, sin civismo, sin cultura.  

Está en riesgo la seguridad ciudadana, pero también la seguridad hídrica, la seguridad alimentaria y hasta los mapas de riesgo sobre zonas inundables que se alteran para levantar construcciones. “La ciudad sí se puede desarrollar pero de manera sostenible, con respeto por los humedales. El problema no es el ambiente. El problema es no ser respetuosos con el ambiente”, añade Gina.  

En lugar de anticiparnos al cambio climático, destruimos o empeoramos lo que hay. Por emisiones de gases de efecto invernadero y aumento en las precipitaciones, se sabe que Bogotá es de las ciudades más vulnerables al cambio climático, pero es temprano para saber a cuántas personas afectará en el futuro la migración climática. ¿Qué se está haciendo para prevenir?

¿Prensa complaciente?

“El 2024 cerró con la cifra de homicidios más alta en ocho años: 1.204 muertos, un 11% más que el año anterior”, dice El País.

“¿Qué pasa con lo que nos corresponde hacer como ciudad? ¿Con la inteligencia? ¿Tres explosiones en tres semanas en el mismo lugar, cómo se explican? ¿Para qué sirvieron los operativos, los allanamientos, los decomisos y demás?”. Ahí le habla, señor alcalde, un cortés Ernesto Cortés desde las páginas de El Tiempo, un diario que en líneas generales, al igual que otros medios, ha sido complaciente/benevolente con usted y su administración. La pauta oficial nos expone a los ciudadanos a recibir información sesgada, y ante eso: ¿Quién podrá defendernos? Pero es entendible porque, además, Galán fue empleado (editor político) de aquella casa editorial.

Formo parte del 47% que desaprueba la gestión del alcalde, según la última encuesta Invamer Poll, contra el 44% que la respalda. Pero nadie le pide cuentas. Todos se van por las ramas, como si se dirigieran a un fantasma, temerosos de decirle en su cara que la ciudad le está quedando dos tallas más grande.

Pareciera que la prensa y el Concejo de Bogotá andan felices con lo que hay. Y lo que hay es un desorden como el de mi casa antes de que llegue Carolina a ayudarme. Un día les hablaré de ella, que es mi paño de lágrimas. A ella, que es cartagenera y cocina como Leonor Espinosa, le doy quejas de mi ciudad. Y ella, tan bonita, me da la razón, porque también la sufre. Ojalá también me la diera el señor alcalde. Sería buena idea invitarlo a almorzar un día de estos.

A veces pienso que alcalde no hay. El que aparece por ahí de vez en cuando es un espectro al que le gusta cazar peleas con el presidente de la República, como si el precandidato a la presidencia fuera él y no su hermano Juan Manuel.

El alcalde no se responsabiliza de nada; en vez de eso, en actitud escuelera, amenazó a los maestros con descontarles del salario si salían a marchar en Día Cívico y vigilarlos para ver si van a clases. Si su papá viviera, que fue ministro de Educación y abogaba por las reformas sociales, junior no se comportaría con esta actitud antidemócrata. Lástima que doña Gloria Pachón ya no esté en edad para reprenderlo.

Insistió para hacerse elegir, con la seguridad como bandera, y está saliendo con un chorro de babas, que tampoco alcanzan para llenar los benditos embalses.

Ah, pero llámenlo a hablar del Metro de Bogotá, ese otro espectro, y ahí si el el doctor Carlos Fernando Galán está presto, como si dentro de un momentico nos fuéramos a montar en él, sabiendo que lo inauguran hasta el 14 de marzo de 2028, si nada falla. Como esto es Colombia, están demorados en decirnos que hay que correr los tiempos, como hago yo cada vez trasteo el reloj de la alcoba a la sala.  Perdonen lo aguafiestas.

Los bogotanos estamos desentendidos de lo que pasa en Bogotá. Parecemos alcaldes todos. Ni siquiera somos conscientes de la advertencia que hizo dos años atrás la directora del Instituto Nacional de Cancerología: En 2030 el cáncer habrá aumentado un 30% en Bogotá, a causa, entre otros motivos, de la feroz polución. Lo leí en El Espectador en 2023.

Es posible que mucha gente muera de cáncer de pulmón sin haber fumado jamás en su vida. Y ni hablemos de los dramas adicionales que traería el cambio climático.

“En la ciudad, en cinco años se registró que 15.600 hombres y 23.800 mujeres viven con cáncer. Y cada año 8.000 mujeres y 6.300 hombres reciben el diagnóstico. Son los datos más recientes recopilados por el INC”, dijo la doctora Carolina Wiesner. 

Sigamos creyendo que la contaminación únicamente la causan automóviles, buses y motocicletas. Yo creo que las construcciones y el crecimiento desordenado de la ciudad contribuyen al problema, pero de eso tampoco se habla.

Quiero irme de Bogotá donde pueda respirar aire limpio, antes de morir ahogado por el smog. Sin embargo, Gina me para en seco. “La Sabana de Bogotá no es una opción porque allá tampoco hay agua. La inseguridad hídrica es consecuencia de la urbanización descontrolada y la suburbanización”.

Tampoco hablamos de las malas construcciones, los edificios en altura que le quitan luminosidad y calidad de aire al vecindario, ni de los adefesios (como este edificio angosto de la calle 26 con carrera 30), que son herencia del ex alcalde Petro, a través del Decreto 562 de 2014.

La ciudad está patas arriba (y no me refiero únicamente a las múltiples obras en la vía). Como estamos en año preelectoral, los políticos empiezan a salir de sus cuevas para echarse culpas o ganar indulgencias con avemarías ajenas. Bogotá es lo de menos, los votos es lo de más. Se lanzó el exalcalde Enrique Peñalosa, pero no al río Bogotá: Dijo que la culpa de la escasez de agua es de Petro, al que un día culparán también de la lluvia pertinaz para exonerar a San Pedro.

El alcalde va perdiendo otro año, lo que es más grave que la última derrota de mi Millos 3-2 contra Santafé. La prueba de su deficiente labor está en los titulares o en las asambleas de copropietarios: inseguridad por doquier, caca de perro por doquier, basuras por doquier. Podríamos escribir un poema. O el cuento de “El bello durmiente”, título que le otorgó el exconcejal Juan Carlos Flórez.

Carlos Fernando Galán – Foto tomada de la cuenta del alcalde en la red social X.

¿Un Metro a la medida de aspiraciones presidenciales?

El alcalde se la pasa hable que hable de un Metro inexistente, como si fuera el niño ilusionado con el regalo que le han prometido desde enero para Navidad, pero faltan tres años para que llegue ese Papá Noel.

Cuando se inaugure la primera línea del susodicho, y se haga el primer viajecito, él ya no será inquilino en el Palacio Liévano; seguramente estará en campaña por la presidencia de la República para 2030, y al igual que sus antecesores, viajará en el tiempo para sacar pecho y reclamar lo suyo. Todos dirán: ´Este Metro es mío de mí´. Pero si un día un terremoto lo echa abajo, ese Metro no tendrá ni papi ni mami.  

No sé por qué permitimos un Metro que afecta el paisaje de la ciudad. Nos cogieron elevados. No quiero ser ave de mal agüero, pero me aterra lo que pasaría el día que la tierra se mueva. Siento vértigo al ver aquella megaestructura que lo sostendrá. Subamos al TransMiCable de Ciudad Bolívar para prepararnos psicológicamente.

Dizque un Metro elevado nos permitirá disfrutar la arquitectura y el paisaje bogotanos, alegan algunos. ¡Bah! ¿Cuáles? Lo único que contemplamos, cual autómatas, son los teléfonos móviles. Porque lo más bonito de la ciudad, que es el verde de las montañas, cada vez se ve menos por culpa de tanto edificio, incluyendo a los esperpénticos. El día menos pensado nos taparán el sol con un dedo.

Carlos Fernando Galán – Foto tomada de la cuenta del alcalde en la red social X.

La ciudadanía debe ejercerse a pesar de los gobernantes.

Usarán el Metro de Bogotá como lema de campaña presidencial, acuérdense de mí. Por ahí ya vi las imágenes del ex presidente Juan Manuel Santos y Claudia López, cada cual por su lado y ambos con el casco puesto. Alquilemos balcón para ese momento, porque con ellos trepados el día inaugural no habrá espacio para los demás.

Ser bogotano es ser quejoso. Nos quejamos de todo y por todo, de la lluvia, del sol y del frío, de San Pedro y de Dios, pero no les exigimos a los políticos, en buena parte culpables de los males. A ellos les podríamos reclamar, ¿a Dios dónde? Dicen por ahí que la gente tiene los gobernantes que se merece porque son los que elige. Hagamos reseteo, porque la ciudadanía debe ejercerse a pesar de los gobernantes.

Me crucé con la vecina veraneante en el ascensor. “A mí, Galán no me ha hecho nada. Y ese es el problema, que no he hecho nada por mí, ni por la ciudad. Y yo sí voté por él. Era él o el candidato gomelo. Cuando llegué a la mesa de votación, recuerdo que dije: ´Sálvanos Señor´. Espero que un día escuche mis plegarias”.

Bogotá está manga por hombro. La culpa es del alcalde y de nosotros. De nosotros y el alcalde. ¿Están de acuerdo?

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