El presidente de la República tiene al país engolosinado hablando de él. Cuatro escritores colombianos afilaron sus plumas. La culpa la tienen Gabriel García Márquez y Aureliano Buendía.
El presidente de la República tiene al país engolosinado hablando de él. Cuatro escritores colombianos afilaron sus plumas. La culpa la tienen Gabriel García Márquez y Aureliano Buendía.
Hay escritores de izquierda y los hay de derecha. Es probable que existan también escritores apáticos en cuestiones políticas. En tiempos convulsos la tibieza del centro no parece una buena idea.
Por estos días, en que los ánimos están caldeados, en los medios compiten el verbo y la verborrea, el análisis y las acusaciones, los juicios y la defensa…
Uno de esos escritores, Carlos Granés, sacó toda su artillería discursiva contra el presidente Gustavo Petro, en un medio nacional y en otro internacional. Todavía nos encandila lo sucedido durante el primer consejo de ministros por televisión. “Lo que más me impresiona de todo este debate –me dijo una internauta- es que la gente crea que hay que diagnosticar al presidente, en lugar de entender el problema”.
En su columna “Petro tuiteando en Macondo”, Granés, un escritor de derecha, interpretó a su manera la obra de un escritor de Izquierda (Gabriel García Márquez), dejando clara su aversión al mandatario. Lo hace en La Silla Vacía, portal con una clara postura antipetrista, que además vigila al poder y a los poderosos. Una versión exprés del mismo artículo apareció en el diario ABC de Madrid.
Abreviando el cuento, Granés dijo que al presidente le está sentando mal su obsesión por la lectura. Habla del “efecto misterioso que tienen las novelas en la cordura o la locura de los lectores”, se refiere a Don Quijote y de cómo “a Alonso Quijano se le secó el cerebro de tanto leer historias de caballería”; señala que a Petro “se le difuminaron las fronteras entre la realidad y la fantasía” y arguye que confunde a Colombia con Macondo, al tomar al coronel Aureliano Buendía como su “alter ego ficticio” en el mundo real.
“Ambos encarnan el peor delirio de todos, el que necesita para materializarse la inmolación de los otros, el que demanda la concurrencia de pueblos, de ejércitos, de naciones enteras”, dice Carlos Granés sobre Gustavo Petro y Aureliano Buendía.
Muchas cosas hay para rebatir lo dicho por el antropólogo social bogotano. Diré algunas antes de cederles la palabra a tres escritores (Daniel Ángel, John Jairo Junieles y Javier Correa), quienes accedieron a dar su opinión sobre el tema.
Hay lectores, millones, obsesionados con la obra de Gabo (especialmente con Cien años de soledad), y todavía no se nos ha vaciado la cabeza por leerlo y releerlo; al contrario, la lectura puede hacer más lúcida a la gente. O menos tonta, para no parecer pretensioso.
Es incorrecto decir que Aureliano Buendía es un alter ego ficticio, pues todos los personajes de Gabo tienen sustento en la realidad, dicho por él mismo y reafirmado por Mario Vargas Llosa en su “Historia de un deicidio”. El coronel encarna al propio abuelo del escritor y al general Rafael Uribe Uribe, un hombre de ideas liberales. El propio Gabo es Melquiades o Melquiades es Gabo, como quieran, y eso está demostrado tanto en la biografía de Gerald Martin como en Las claves de Melquiades, el libro que escribió el hermano del Nobel, Eligio García Márquez.
Leer a Gabo implica comprender su pensamiento político (plasmado en sus novelas, cuentos y columnas), para poder entender el poder que su literatura ha ejercido sobre los lectores y, de manera particular, sobre algunos gobernantes, no solo en Colombia. Se sabe de su amistad entrañable con varios presidentes. La lista de poderosos atraídos por su magnetismo y extasiados con sus libros está en la misma biografía para quien quiera darse por enterado.
Así que es fácil comprender, en parte, las razones de Gustavo Petro para invocarlo de tanto en tanto en sus discursos. En un país donde poco se lee —la mayoría sigue viendo con desdén la literatura—, qué bueno que un político, ¡un presidente de la República!, reivindique con sus guiños el placer de la lectura, así sea para que algunos columnistas le den palo. Todo debate es sano, necesario y nos espabila.
Cierro con esto: En la página 440 de Cien años de soledad hay una frase que se me antoja reveladora: “No se le había ocurrido pensar hasta entonces que la literatura fuera el mejor juguete que se había inventado para burlarse de la gente…”.
Es posible, por qué no, que también el presidente esté usando la literatura como un juego de niños para quitarle grandilocuencia y acartonamiento a sus discursos. Si es así, caímos en su juego: Petro tiene al país engolosinado hablando de él, para bien y para mal.
DANIEL ÁNGEL, escritor y profesor de literatura
Un hombre que persigue incansablemente el objetivo de su vida siempre será tildado de loco, de utópico.
Los personajes de la ficción literaria deben tener rasgos opuestos, deben ser multidimensionales. No pueden ser enteramente buenos (¡qué pereza!) o enteramente malos (¡qué amargura!). Deben ser parecidos a los seres humanos, pues es el lugar de donde provienen. Actuar con bondad, pero también con crueldad, según transcurran los acontecimientos de la narración. Esto pasa cuando son personajes buenos, complejos, no como los de la María de Jorge Isaacs, planos y sin fondo; a diferencia de los personajes de García Márquez, que son profundos, misteriosos, humanos.
Los personajes de García Márquez pueden mentir con la misma facilidad con la que arriesgan su vida por una verdad. Son implacables cuando la situación lo amerita, pero también se acobardan en los momentos menos indicados. En especial el coronel Aureliano Buendía, que es uno de los personajes más entrañables de la literatura mundial: un hombre que arriesga su vida por sus ideales; que sucumbe al frenesí de la violencia buscando “la justicia” y, de este modo, pareciera que enloquece. Un hombre que persigue incansablemente el objetivo de su vida siempre será tildado de loco, de utópico.
Y en esta persecución puede cometer cualquier cantidad de desmanes. Por supuesto, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, se parece al coronel Aureliano Buendía, porque es humano, y así como hace cosas buenas, también las hace mal. Esto no quiere decir que el personaje de ficción sea moralmente superior a otro personaje, simplemente es, y punto. Es decir, que si uno quiere comparar a un ser humano con, por ejemplo, El Quijote de la Mancha, podría hacerlo en buen sentido: “Una persona que lucha incansablemente por la justicia, por los desposeídos”, como también puede hacerlo en el sentido peyorativo: “Era un loco que jamás pudo ver la realidad mientras todo el mundo se burlaba de él”.
Así pues, qué bello que un ser humano se parezca a un personaje de la ficción: humano, errado, amoroso, terco, silencioso y, ante todo, mortal, porque cuando un personaje literario sabe que morirá o muere, nos enseña a los demás que cada lucha, que cada segundo de nuestras vidas ha valido la pena.
JOHN JAIRO JUNIELES, escritor y periodista del Caribe colombiano
El Libertador no hubiera logrado lo que alcanzó, si no se hubiera inspirado en escritores como Voltaire y Diderot.
Carlos Granés es un destacado analista, gran investigador, y sus libros los recomiendo para conocer muchos colores de ese arcoíris infinito que es nuestra realidad. Sin embargo, da la impresión que rechaza todo aquello que “simpatice” con la izquierda ideológica, y esa posición por supuesto arroja una sombra de duda sobre sus argumentaciones.
Por ejemplo, Petro expresa que se inspira en Aureliano Buendía, el personaje de Cien años de soledad, para hacer la revolución que pregona. Bolívar, el Libertador, no hubiera logrado lo que alcanzó, si no se hubiera inspirado en escritores como Voltaire y Diderot; en el mismo sentido, alguna vez le escuché personalmente a García Márquez comentar que Mitterrand -el expresidente francés socialista que abolió la pena de muerte en su país- le dijo que Jean Valjean, personaje principal de la novela Los miserables de Víctor Hugo, era uno de sus héroes personales.
Ahora, los cambios sociales necesitan un acompañamiento colectivo, es inevitable, sobre todo en sus inicios, antes de que lleguen las leyes. Me acuerdo de H.E. Luccock, que decía: “Nadie puede silbar una sinfonía. Se necesita toda una orquesta para tocarla” Y lo mismo pasa con cualquier transformación social.
JAVIER CORREA CORREA, escritor, periodista y catedrático
Necesitamos más Quijotes y más Aurelianos.
Me gusta el juego que puedes hacer en respuesta, por aquello de los alter ego. Estoy seguro de que necesitamos más Quijotes y más Aurelianos.
La dialéctica explica que a partir de las contradicciones se avanza, una vez estas son detectadas y superadas. La situación actual en Colombia no me atrevo a calificarla de crisis, sino de oportunidades para que el futuro del país siga fundado en el cambio y no en la perpetuación de la injusticia. De Alonso Quijano –El Quijote– y del coronel Aureliano Buendía -el macondiano- aprendí que la supuesta locura es necesaria para imaginar otros mundos y que la terquedad es también clave para construirlos.
Todavía creo con firmeza en el gobierno del Cambio, pese a las dificultades actuales.
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