Fotografía de los expresidentes Alberto Lleras y Laureano Gómez, de la cuenta Historia de Colombia en la red social X.

En Colombia, un empleado normal pasa “a mejor vida” (la merecida jubilación) al cumplir los 62 años (en el caso de los hombres) y 57 años (en el caso de las mujeres). En la política no ocurre lo mismo, porque pasa que los políticos, pero en especial los expresidentes, no descansan, ni dejan que el país descanse de ellos.

Los políticos han sido empleados de la cosa pública toda la vida y reciben jugosas pensiones a las que ninguno de nosotros accederá jamás. Por ejemplo, César Gaviria (1947), lleva 16 años de vida licenciosa como pensionado en su calidad de expresidente de la República, y completa poco más de 50 años de vida política que comenzó cuando lo nombraron director del diario La Tarde, de Pereira.

A sus 78 años, el hombre ya tiene las ojeras puestas en el 2026, porque -como buen político con afanes burocráticos- se adelanta a su tiempo cada cuatro años. Pero resulta que la campaña presidencial no ha empezado, ni empezará antes de noviembre cuando la mayoría de partidos unjan a sus candidatos después de las consultas internas de octubre.

A puerta cerrada, en su apartamento de Bogotá, que lo imagino muy lujoso y con vista a los cerros orientales, el pasado 17 de marzo el doctor Gaviria, en su condición de jefe pluma blanca de Partido Liberal, recibió a sus colegas del Partido Conservador (Efraín Cepeda y Nadia Blel); del Partido de la U (Alexander Vega, codirector) y del Nuevo Liberalismo (Juan Manuel Galán), entre otros ilustres invitados.

Mientras usted lee esta nota, hoy 1º de abril, ellos sostendrán una segunda cumbre de alto turmequé -no sabemos si con francachela y comilona-, porque otra vez se creen los salvadores, como lo creyeron y lo hicieron creer siete décadas atrás.

Todos son liberales y todos son conservadores, como en las viejas épocas, no para arreglar el país, que es lo que uno quisiera, sino queriendo revivir, a su manera, el fantasma del Frente Nacional en busca del trono perdido.

Durante el Frente Nacional, liberales y conservadores se repartieron la presidencia y los puestos cada cuatro años.

Hagamos memoria:

El Frente Nacional se creó para sacar al general Gustavo Rojas Pinilla del poder, de modo que los partidos Liberal y Conservador pudieran repartirse la presidencia y los puestos cada cuatro años, lo que efectivamente ocurrió entre 1958 y 1974. En esos dieciséis años mandaron Alberto Lleras Camargo, Guillermo León Valencia, Carlos Lleras Restrepo y Misael Pastrana.

Liberales y conservadores se juntaron en un pacto para, según ellos, poner fin a la violencia bipartidista; pero en la práctica, el Frente Nacional consolidó la violencia al excluir a otras vertientes ideológicas, siendo esa la génesis del monstruo (conflicto armado y guerrillas) que sobrevive hasta nuestros días.

Lo curioso de la violencia bipartidista –cuentan los que saben- es que entre 1876 y 1877, aquellos que por la mañana se daban plomo con la guerrilla conservadora de Los Mochuelos, en las fincas de la Sábana de Bogotá, eran los mismos que en la noche celebraban en un club con sus “enemigos” liberales, como si nada. Siempre han sido amiguis: se tapan con la misma cobija para abrigar intereses comunes.  

Lo reiteró en la revista Cambio el historiador Jorge Orlando Melo: “… desde el siglo XIX, este sistema político ha sido muy limitado por la existencia de una gran violencia y porque ha sido una ‘democracia de las oligarquías’”. (…) “…liberales y conservadores, que se habían enfrentado a sangre y fuego pero estaban en muchos asuntos de acuerdo, se repartían constitucionalmente el poder, elegían un congreso paritario y alternaban la ocupación de la presidencia de la República, al menos hasta 1970 en las normas, pero hasta los noventa en la realidad”.

En resumidas cuentas, el país nos les debe nada y en cambio ellos, los partidos tradicionales, sí nos deben más que disculpas, pues lo único que nos heredaron es esta violencia sin fin, desde cuando Alberto Lleras Camargo y Laureano Gómez celebraron a manteles en España, güisqui de por medio, supone uno.

El 24 de julio de 1956 (pleno apogeo de la dictadura franquista en ese país), acordaron lo que acordaron: el Pacto de Benidorm, que condenó al país a que los dos mismos partidos de siempre y sus tecnócratas siguieran gobernando al país, y en realidad no hasta 1974, sino hasta la llegada al poder de otro Gustavo, Gustavo Petro, quien, al igual que lo hizo Rojas Pinilla, partió en dos la historia política de Colombia.  

Los líderes políticos de nuestro tiempo no deberían morirse sin antes haber arreglado los males que sus partidos engendraron.

Que nos digan el doctor Gaviria y su hijo Simoncito cuál es el plato del día. Si el país va a entrar en modo Frente Nacional, con la idea de dejar sin postre a los demás, entonces deben recordar que la Izquierda ya no está pintada en la pared.

Si están pensando en alternar poder entre rojos y godos como hicieron el siglo pasado, tal vez es hora de que vayan pensando que un país posible puede ser aquel en el que convivan pacíficamente la Derecha y la Izquierda, que dejó de ser la convidada de piedra. El primer gobierno genuinamente izquierdista, que no es poco tras 200 años de vida republicana, será el principal legado de Gustavo Petro, aunque él siga confiado en que lo serán sus ambiciosas reformas.

Si ayer liberales y conservadores se dieron mañas de sellar acuerdos convenientes, hoy podrían pensar en una alianza entre contradictores que ponga fin a la violencia de las palabras para que avance el país. Es decir, diseñar un acuerdo nacional bajo el compromiso de que cada corriente política materialice, a su turno, las reformas que necesita Colombia, y de ese modo garantizar una burocracia sana que privilegie por igual al país de los políticos y al país de los ciudadanos.

Se imaginan que los electores pudiéramos tener la certeza de que lo que un presidente comenzó, el siguiente lo continuará, todo dentro de un esquema consensuado. Sé que es la utopía de los tontos, pero es que yo tampoco quiero morirme sin ver las grandes transformaciones que nos merecemos; y los señores y señoras de la clase política, antes de desaparecer de la escena, como desaparecieron de ella Lleras y Gómez, a diferencia de aquellos podrían demostrar que la nobleza de su espíritu es más grande que sus voracidades personales, partidistas o burocráticas.

Este sería un nuevo “hagámonos pasito”, donde ganan ellos y gana el país. Un Frente Nacional entre Izquierda y Derecha permitiría, incluso, que los del Centro se dejen de ambigüedades y por fin nos digan si son zurdos o diestros.   

Un mensaje final para los doctores Gaviria y Cepeda: Los líderes políticos de nuestro tiempo no deberían morirse sin antes haber arreglado los males que sus partidos engendraron.

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