Cedo hoy el espacio del blog a César Augusto Ruiz Bulla, formador de lectores, en respuesta al ensayo “La literatura colombiana está en crisis”. Él habla acerca del valor de la lectura compartida en voz alta y la importante labor de los mediadores de lectura.
Lectora: Angélica Sánchez. Fotografía tomada en la sala de lectura de la Librería Garabato en Bogotá.
Por César Augusto Ruiz Bulla, artista formador, escritor y promotor de lectura.
Quiero comenzar mencionando una frase que por su permanencia en el tiempo viene tomando forma de máxima: “En Colombia los niveles de lectura son muy bajos”. Así el estudio realizado por la Cámara Colombiana del Libro, Hábitos de lectura: visita a bibliotecas y compra de libros en Colombia en 2023, demuestre un ascenso en la práctica de la lectura, los índices siguen siendo muy bajos: 3.75 libros al año por habitante.
Sin embargo, que se haya mostrado un ascenso resulta esperanzador, un logro pequeño pero significativo para quienes durante los últimos años nos hemos venido dedicando a la promoción de la lectura en un país que enfrenta una aberrante desigualdad social, en la cual un amplio margen de la población se debate diariamente en el ejercicio de suplir sus necesidades básicas, en las que el libro y la lectura están ausentes de sus “rituales” de esparcimiento y ocio.
Desde que comencé a dedicarme a este oficio, en enero del 2007, el panorama siempre se ha mostrado retador, un ir y venir de emociones que péndula entre la alegría y la frustración, un ejercicio propicio para curtir la piel y el espíritu, en el que leer en colectivo ha resultado ser una experiencia que logra congregarnos alrededor de una historia y de los diálogos que surgen en su apreciación, una experiencia que propone escenarios de escucha y reflexión en una cultura que ha adolecido de ellos y que históricamente se ha debatido entre el regionalismo y la guerra, formas de relacionarse tan intrincadas como la geografía del territorio habitado en común.
La lectura compartida en voz alta ha sido una forma única de encontrarnos y de reconocernos, de desmantelar la idea de la lejanía y evocando a Eduardo Galeano o, al mejor estilo Fahrenheit 451, imaginar a las personas como libros, para desde su consulta experimentar en comunidad los alcances de la palabra.
Hemos transgredido la placentera experiencia de leer en silencio y soledad, para explorar la literatura como un hecho social, en el cual los libros dialogan con las vivencias y opiniones de las personas que desprevenidamente o por interés propio participan de estos espacios colectivos de lectura, en los cuales se asume en comunidad el reto lector fundamental de completar el sentido de las historias.
Creo que, por este motivo, el lector termina siendo para mí el eslabón esencial de una “cadena” que aparentemente termina en él. El reto a mi parecer será seguir construyendo “parnasos de lectores”, que se vean enriquecidos desde la selección de obras y la manera que estas puedan dialogar con otras manifestaciones artísticas; solo cultivando espacios de lectura será posible ampliar el universo cultural de los lectores, quienes en el ejercicio irán reconociendo referencias que les permitan fortalecer su criterio estético.
A mí no me resulta malo que Mario Mendoza sea el autor de culto del momento; lo malo es que su lectura no se ponga en diálogo con otras obras del género negro o policiaco sobre el cual ha cimentado su obra.
César Augusto Ruiz Bulla, artista formador, escritor y promotor de lectura.
Persistir en la creación de estos espacios me parece entonces un hecho esencial, para preservar un ecosistema que recopile obras icónicas de la literatura nacional y universal de escasa consulta, en la que también se tengan en cuenta a escritores y escritoras jóvenes, que desde hace algunos años vienen haciéndose un camino y son la apuesta valiente de algunas editoriales independientes, artistas que quizá no hayan sido apreciados de la mejor forma por distraernos en la búsqueda infructuosa de hallar un nuevo Premio Nobel.
Me pregunto hasta qué punto el propósito de una “literatura nacional” debe ser ganar un Nobel, si hasta el mismo García Márquez ha sido absorbido por el mismo marketing del cual hoy Mario Mendoza es erigido como su principal representante. Es sabido por propios y extraños que García Márquez es el escritor mayor de esta vasta e intrincada geografía denominada Colombia, el Nobel lo convirtió en un símbolo de la nación, que junto a un himno y un estropeado escudo bregan por mantener una confusa y resquebrajada identidad nacional. El aedo de Aracataca es admirado hasta la alabanza; sin embargo, tengo la impresión de que pocos lo leen, su figura alegre y luminosa es recordada aún después de su muerte.
Aun así, siento que el personaje suele devorar al autor y que la riqueza de su obra es eclipsada por su figura, permaneciendo muchos de sus escritos en las sombras para un amplio margen de la población nacional, que se conforma tan solo con reconocerlo o que en medio de los rigores del día a día por suplir sus necesidades básicas no ven el libro como un “elemento vital”
A mí no me resulta malo que Mario Mendoza sea el autor de culto del momento, venerado por masas impresionables de jóvenes, ávidas de historias de crimen y misterio; lo malo a mi parecer es que su lectura no se ponga en diálogo con otras obras del género negro o policiaco sobre el cual el autor bogotano ha cimentado su obra. Autores como él o como Fernando Soto Aparicio o Germán Castro Caycedo, hasta el mismo Héctor Abad Faciolince con su “El olvido que seremos” podría entrar en la denominación de betsellers, tan necesarios para el sostenimiento de una industria editorial que los necesita para sobrevivir; incluso con las limitaciones de las que se les pueda señalar, estos autores han sido para muchas y muchos una puerta de entrada al mundo del libro y la lectura.
Comparto la intención de no solo quedarse en el umbral de lo comercial, de hacer del atreverse e ir más allá una sensata necesidad, una labor en la que el promotor o promotora de lectura si así lo desea puede llegar a ayudar.
El panorama es tanto retador como interesante para quienes nos dedicamos a procurar experiencias literarias junto a las comunidades en las cuales sea posible leer y reflexionar en colectivo, hacer ecos de obras de autores nacionales que permanecen ocultas, continuar formándonos como lectores en espacios en los que el pasar y pasar de las páginas sea un ejercicio de comunidad que rememore las noches en las que junto al fuego nos sentábamos a escuchar historias.
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Alexander Velásquez
Escritor, periodista, columnista, analista de medios, bloguero, podcaster y agente de prensa. Bogotano, vinculado a los medios de comunicación durante 30 años. Ha escrito para importantes publicaciones de Colombia, entre ellas El Espectador, Semana (la antigua); El Tiempo y Kienyke. Ha sido coordinador del Premio Nacional de Periodismo CPB (ediciones 2021, 2022, 2023). Le gusta escribir sobre literatura, arte y cultura, cine, periodismo, estilos de vida saludable, política y actualidad. Autor de la novela “La mujer que debía morir el sábado por la tarde”. El nombre de este blog, Cura de reposo, se me ocurrió leyendo “La montaña mágica”, esa gran novela de Thomas Mann.
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